Thomas Szasz - Esquizofrenia
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- Libro:Esquizofrenia
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1979
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Esquizofrenia: resumen, descripción y anotación
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Esquizofrenia — leer online gratis el libro completo
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Esquizofrenia: el símbolo sagrado de la psiquiatría ofrece un panorama general de la psiquiatría moderna, comprendiendo el concepto como coerción social y opresión médica en el desarrollo de la vida cotidiana y la terapia clínica. El núcleo del trabajo del doctor Thomas Szasz se sitúa en la linea divisoria que separa a la psiquiatría tradicional (partiendo de los trabajo de Freud, Jung, Adler, etc.) de la nueva antipsiquiatría (con los estudios de R. D. Laing y otros).
Szasz ejerce, con la minuciosa recopilación de datos y ejemplos clínicos, una rigurosa crítica que desemboca en el análisis de una invención: esquizofrenia y el «tratamiento del esquizoide», la relación arbitraria en el plano de los contrarios que se niegan y se oponen entre el psiquiatra-paciente. La investigación confirma de igual modo la contraparte: la teoría de la locura en términos existenciales, cuya consecuencia es la propuesta del posible enfermo únicamente como un individuo dividido y sin rasgo alguno de anormalidad.
Thomas Szasz
El símbolo sagrado de la psiquiatría
ePub r1.0
Titivillus 13.04.15
Título original: Schizophrenia: the sacred symbol of psychiatry
Thomas Szasz, 1979
Traducción: Mercedes Benet
Retoque de cubierta: Titivillus
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Los poderes legítimos del gobierno tienen jurisdicción sólo sobre los actos en la medida en que son dañinos a otros. Pero no me daña el que mi vecino afirme que hay veinte dioses o ninguno. No me está robando ni me está rompiendo una pierna… La represión… puede fijarlo obstinadamente en sus errores, pero no los curará.
THOMAS JEFFERSON (1781)
ESQUIZOFRENIA:
EL SÍMBOLO SAGRADO
De acuerdo con esta imagen idealizada, la ciencia es una institución para probar, atesorar, y enseñar verdades. Pero cualquiera que conozca, aunque sea un poco, la historia de la ciencia, sabe que el comportamiento real de los científicos reales —y, por lo tanto, de la ciencia real en sí misma— se queda corto y no alcanza a llenar este ideal. Y no es sorprendente. Lo que es sorprendente, por lo menos para mí, no es lo lejos que está la ciencia de su promesa de atesorar la verdad y abominar de las mentiras, sino lo cerca que ha estado de logrado.
Es sorprendente, porque la ciencia es, después de todo, una actividad humana; porque los seres humanos son, fundamentalmente, gregarios y religiosos; y porque, como una empresa colectiva, la ciencia toma parte en ciertas características institucionales, que parecen ser indispensables para el mantenimiento de la coerción social y el apropiado sprit-de-corps que la sostiene. Sin embargo, estos aspectos humanos de la ciencia —que quizá también la humanizan de maneras valiosas y sutiles— la hacen menos científica. Por supuesto, no sólo hacen que la ciencia no sea científica, sino que la convierten en positivamente religiosa (y también política, económica, etc.) en su carácter. Como resultado de ello, los modelos dominantes o paradigmas de la ciencia, funcionan en parte, como símbolos casi religiosos: ayudan a unir a los científicos que trabajan bajo su protección y guía y que son quienes diseminan sus maravillas; y ayudan a desterrar como herejes a aquéllos que los rechazan o tratan de reemplazarlos. El destino de Ignaz Semmelweis, quien trató, prematura y quizá poco sabiamente, de destruir el paradigma de los vapores en la medicina y reemplazarlo por el de los agentes infecciosos, puede ser recordado con relación a este asunto. Las reacciones ferozmente hostiles y persecutorias contra él y sus ideas, por parte de los científicos del Establishment —y este ejemplo es, por supuesto, sólo una ilustración a la que podrían añadirse muchas más— apoya mi tesis de que los principales paradigmas de la ciencia sirven, entre otras cosas, como símbolos sagrados.
Ya que la ciencia es una empresa humana llevada a cabo por personas que viven en sociedades existentes, me parece inevitable que la ciencia —toda la ciencia— debiera estar bajo el dominio de los valores y las instituciones sociales prevalecientes. En pocas palabras, toda la ciencia está llamada a ser, en alguna medida, la servidora de la Nación —Estado moderno, y su ideología. Sin embargo, mientras el Estado quiera utilizar a la ciencia, y mientras las llamadas leyes naturales sean independientes de la voluntad humana, no compete a los intereses a largo plazo del Estado, el interferir con las metas básicas de búsqueda de la verdad de la ciencia. Si el Estado rehúsa utilizar a aquéllos que pueden ayudarlo, y si además los persigue, como Hitler lo hizo en el caso de los matemáticos, los físicos y los químicos judíos; o si el Estado apoya las falsedades de un fraude científico, como Stalin lo hizo en el caso de Lysenko —entonces, el Estado sufre, y a menudo sufre lo suficientemente rápido como para que tal criterio falso se convierta en excepcional o suicida.
Nada de esto es cierto en el caso de las ciencias sociales, cuyas llamadas leyes no son, de ninguna manera, independientes de la voluntad humana y del poder del Estado. Por el contrario, en estas disciplinas lidiamos en parte con las descripciones de las consecuencias de ciertas distribuciones de poder —en la familia, en el hospital, en la sociedad, etc.— y en parte con las prescripciones, a menudo disfrazadas de descripciones, de la manera en que tales relaciones humanas deberían ser arregladas y llevadas a cabo. Aquí está totalmente dentro de los intereses del Estado el interferir con las metas básicas de búsqueda de la verdad de la ciencia. En las ciencias sociales, el Estado puede utilizar a la ciencia falsa, o fraudulenta, y hacer que funcione: en el oriente, el Estado utiliza el marxismo, cuya “validez” no se cuestiona a pesar de la inferioridad de la agricultura comunista, o de su industria, con respecto a las capitalistas; en el occidente, el Estado utiliza la psiquiatría institucional, cuya “validez” no se cuestiona a pesar de su inhabilidad para diagnosticar, tratar, o curar la enfermedad mental.
Además, incluso en las ciencias naturales, como Kuhn ha hecho notar, el paradigma no se rechaza sólo porque sea inconsistente con la observación nueva. “Una vez que ha llegado al status de paradigma”, escribe, “una teoría científica se declara inválida, sólo si se dispone de un candidato alternativo que pueda tomar su lugar… La decisión de rechazar un paradigma implica siempre, simultáneamente, la decisión de aceptar otro.
Estos hechos acerca de la naturaleza de la ciencia, apoyan de una manera decisiva el punto de vista —y sin lugar a dudas, hacen que cualquier otro punto de vista parezca insostenible— de que la ciencia también es, en parte, un asunto “religioso”. “El Rey está muerto, viva el Rey”, solía decir la gente cuando estaba gobernada por monarcas. “Dios está muerto, viva Marx, Freud, Hitler, Stalin y Mao”, dice la gente cuando piensa que ha llegado a prescindir de la religión. Los científicos, incluso los charlatanes científicos, están sujetos, o por lo menos a mí me gustaría sugerirlo, a la operación de este principio: pueden renunciar a un paradigma, sólo si pueden poner otro en su lugar. Y tal cambio tiene un carácter “religioso”, como Kuhn mismo reconoce tácitamente: “la transferencia de fidelidad de un paradigma a otro paradigma, es una experiencia de conversión [sic] que no puede ser forzada”.
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