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José Ingenieros - Las fuerzas morales

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José Ingenieros Las fuerzas morales
  • Libro:
    Las fuerzas morales
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2003
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Las fuerzas morales: resumen, descripción y anotación

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Las fuerzas morales es una recopilación de escritos publicados por José - photo 1

Las fuerzas morales es una recopilación de escritos publicados por José Ingenieros, entre los años de 1918 y 1923, en diversas revistas, que dan a conocer su visión durante una época en la que el filósofo y psicólogo argentino participó en actividades de defensa de la soberanía de las naciones de la región.

Aquí se observa la firmeza de sus convicciones como hombre de acción y su claridad teórica como pensador maduro.

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José Ingenieros

Las fuerzas morales

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Moro 06.11.14

Título original: Las fuerzas morales

José Ingenieros, 2003

Editor digital: Moro

ePub base r1.2

JOSÉ INGENIEROS Palermo 24 de abril de 1877 - Buenos Aires 31 de octubre de - photo 3

JOSÉ INGENIEROS Palermo 24 de abril de 1877 - Buenos Aires 31 de octubre de - photo 4

JOSÉ INGENIEROS (Palermo, 24 de abril de 1877 - Buenos Aires, 31 de octubre de 1925). Médico, psiquiatra, psicólogo, criminólogo, farmacéutico, sociólogo, filósofo, masón, teósofo escritor y docente ítaloargentino. Su libro Evolución de las ideas argentinas marcó rumbos en el entendimiento del descarrilamiento histórico de Argentina como nación. Se destacó por su influencia entre los estudiantes que protagonizaron la Reforma Universitaria de 1918. Ingenieros no fue lo que actualmente se denomina «sociólogo»; más bien se podría calificarlo como un ensayista crítico, sin ser esta apreciación despectiva en ningún sentido: muchos ensayistas críticos han aportado más al cambio social que la mayoría de los que luego se denominarían «sociólogos». Sus ensayos acerca de la sociedad de su época ayudaron a abrir el diálogo sobre un sinnúmero de aspectos morales y éticos de la Argentina de principios del siglo XX , discusión que se originó en diversas corrientes de opinión política de la época como el socialismo, la masonería, el comunismo y el anarquismo y que derivó en la inclusión, transformada por cierto, de esos principios en vastos movimientos sociales como el radicalismo y el peronismo, que monopolizan la política argentina hasta el día de hoy.

ADVERTENCIA DEL AUTOR

Los sermones laicos reunidos en el presente volumen fueron publicados en revistas estudiantiles y universitarias entre 1918 y 1923, quinquenio generador de un nuevo espíritu en nuestra América latina.

Este libro completa la visión panorámica de una ética funcional. «El, hombre mediocre» es una crítica de la moralidad; «Hacia una moral sin dogmas», una teoría de la moralidad; «Las fuerzas morales», una deontología de la moralidad. Prevalece en todo el concepto de un idealismo ético en función de la experiencia social, inconfundible con los capciosos idealismos de la vieja metafísica.

Cada generación renueva sus ideales. Si este libro pudiera estimular a los jóvenes a descubrir los propios, quedarían satisfechos los anhelos del autor, que siempre estuvo en la vanguardia de la suya y espera tener la dicha de morir antes de envejecer.

J. I. Buenos Aires, 1925.

LAS FUERZAS MORALES

1.– Se transmutan sin cesar en la humanidad. En el perpetuo fluir del universo nada es y todo deviene, como anunció el oscuro Heráclito efesio. Al par de lo cósmico, lo humano vive en eterno movimiento; la experiencia social es incesante renovación de conceptos, normas y valores. Las fuerzas morales son plásticas, proteiformes, como las costumbres y las instituciones. No son tangibles ni mensurables, pero la humanidad siente su empuje. Imantan los corazones y fecundan los ingenios. Dan, elocuencia al apóstol cuando predica su credo, aunque pocos le escuchen y ninguno le siga; dan heroísmo al mártir cuando afirma su fe, aunque le hostilicen escribas y fariseos. Sostienen al filósofo que medita largas noches insomnes, al poeta que canta un dolor o alienta una esperanza, al sabio que enciende una chispa en su crisol, al utopista que persigue una perfección ilusoria. Seducen al que logra escuchar su canto sirenio; confunden al que pretende en vano desoírlo. Son tribunal supremo que transmite al porvenir lo mejor del presente, lo que embellece y dignifica la vida. Todo rango es transitorio sin su sanción inapelable. Su imperio es superior a la coacción y la violencia: Las temen los poderosos y hacen temblar a los tiranos. Su heraclia firmeza vence, pronto o tarde, a la Injusticia, la hidra generadora de la inmoralidad social.

El hombre que atesora esas fuerzas adquiere valor moral, recto sentimiento del deber que condiciona su dignidad. Piensa como debe, dice como siente, obra como quiere. No persigue recompensas ni le arredran desventuras. Recibe con serenidad el contraste y con prudencia la victoria. Acepta las responsabilidades de sus propios yerros y rehúsa su complicidad a los errores ajenos. Sólo el valor moral puede sostener a los que impenden la vida por su patria o por su doctrina, ascendiendo al heroísmo. Nada se les parece menos que la temeridad ocasional del matamoros o del pretoriano, que afrontan riesgos estériles por vanidad o por mesada. Una hora de bravura episódica no equivale al valor de Sócrates, de Cristo, de Spinoza, constante convergencia de pensamiento y de acción, pulcritud de condena frente a las insanas supersticiones del pasado.

Las fuerzas morales no son virtudes de catálogo, sino moralidad viva. El perfeccionamiento de la ética no consiste en reglosar categorías tradicionales. Nacen, viven y mueren, en función de las sociedades; difieren en el Rig-Veda y en la Ilíada, en la Biblia y en el Corán, en el Romancero y en la Enciclopedia. Las corrientes en los catecismos usuales poseen el encanto de una abstracta vaguedad, que permite acomodarlas a los más opuestos intereses. Son viejas, multiseculares; están ya apergaminadas. Las cuatro virtudes cardinales: Prudencia, Templanza, Coraje y Justicia, eran ya para los socráticos formas diversas de una misma virtud: la Sabiduría. Las conservó Platón, pero supo idealizar la virtud en un concepto de armonía universal. Aristóteles, en cambio, las descendió a ras de tierra, definiendo la virtud como el hábito de atenerse al justo medio y de evitar en todo los extremos. De esta noción no se apartó Tomás de Aquino, que a los cardinales del estagirita agregó las teologales, sin evitar que sus continuadores las complicaran. Estáticas, absolutas, invariables, son frías escorias dejadas por la fervorosa moralidad de culturas pretéritas, reglas anfibológicas que de tiempo en tiempo resucitan nuevos retóricos de añejas teologías.

Poner la virtud en el justo medio fue negarle toda función en el desenvolvimiento moral de la humanidad; punto de equilibrio entre fuerzas contrarias que se anulan, la virtud resultó, apenas, una prudente transacción entre las perfecciones y los vicios.

La concepción dinámica del universo relega a las vitrinas de museo esas momias éticas, inútiles ya para el devenir de la moralidad en la historia humana. Sólo merecen el nombre de Virtudes las fuerzas que obran en tensión activa hacia la perfección, funcionales, generadores. En su vidente libro de juventud escribió Renán: «El gran progreso de la reflexión moderna ha sido sustituir la categoría del devenir a la categoría del ser, la concepción de lo relativo a la concepción de lo absoluto, el movimiento a la inmovilidad». Pocas sentenciar son más justas que la del sutil maestro del idealismo.

Para una joven generación de nuestro tiempo es esencial conocer las fuerzas morales que obran en las sociedades contemporáneas: virtudes para la vida social, que no descansan bajo ninguna cúpula. Más que enseñarlas o difundirlas, conviene despertarlas en la juventud que virtualmente las posee. Si la catequesis favorece la perpetuación del pasado, la mayéutica es propicia al florecimiento del porvenir.

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