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Jaime Balmes - El criterio

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Jaime Balmes El criterio
  • Libro:
    El criterio
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1845
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JAIME BALMES URPIÁ Vich Barcelona 28 de agosto de 1810 - ibidem 9 de julio - photo 1

JAIME BALMES URPIÁ (Vich (Barcelona), 28 de agosto de 1810 - ibidem, 9 de julio de 1848). En 1817 comienza sus estudios en el seminario de Vich. En 1825, en Solsona, recibe la tonsura de manos del obispo de esta ciudad.

El curso 1825-1826 estudia el primer año de Teología, también en el seminario de Vich. Los cuatro cursos siguientes de Teología los hace, merced a una beca que le ha sido concedida en el Colegio de San Carlos, en la Universidad de Cervera.

En 1830, y por espacio de dos años, por estar cerrada la Universidad de Cervera, estudia privadamente en Vich. El 8 de junio de 1833 recibe el título de Licenciado en Teología.

El 20 de septiembre de 1834, en la capilla del Palacio episcopal de Vich, es ordenado sacerdote. Prosigue sus estudios de Teología y, ahora también, de Cánones, nuevamente en la Universidad de Cervera. Finalmente, en 1835, recibe los títulos de Doctor en Sagrada Teología y bachiller en Cánones.

A continuación realiza varios intentos para dar clases en la Universidad de Barcelona y al no conseguirlo se dedica por algún tiempo a dar clases particulares en Vich. Finalmente el Ayuntamiento de dicha ciudad le nombra, en 1837, profesor de Matemáticas, cargo que desempeña durante cuatro años. En 1839 ha fallecido su madre, Teresa Urpiá. En 1841 se traslada a vivir a Barcelona.

En estos últimos años ha comenzado ya su actividad creativa y colabora en diversos periódicos y revistas: La Paz, El Madrileño Católico, La Civilización, además de varios opúsculos que llaman poderosamente la atención de los lectores.

Es a partir de este año de 1841 cuando «estalla» el genio de Balmes y desarrolla una actividad frenética y portentosa que en pocos meses sus escritos y su personalidad serán admirados en toda Europa. Según la profesora Alexandra Wilhelmsen, después de la primera guerra carlista, fue un activo militante y propagandista de la causa de Don Carlos.​

Durante los años siguientes expondrá sus ideas políticas y sociales, y sus argumentaciones apologéticas, en cientos de artículos, a través de diversos medios como la revista quincenal La Sociedad y el periódico semanal El Pensamiento de la Nación, del que asume, además, la dirección y publicación. Desde este periódico postuló el enlace matrimonial entre Isabel II y su primo Carlos Luis de Borbón y Braganza (hijo de Carlos María Isidro), con el que pretendía resolver el pleito dinástico.

En 1841 escribe La religión demostrada al alcance de los niños; en 1842 El Protestantismo comparado con el Catolicismo, en sus relaciones con la civilización, una gran obra de filosofía de la historia. E inmediatamente viaja a París y Londres para tramitar las traducciones en francés e inglés.

En 1843 se produce el fallecimiento de su padre, Jaime. Y en 1844 fija su domicilio en Madrid, donde dirige su periódico, y se convierte en el inspirador doctrinal del Partido Monárquico Nacional, también conocido como «partido balmista», encabezado por el marqués de Viluma.

Al año siguiente, 1845, realiza un nuevo viaje a París y desde allí lo hace a Bélgica, donde tiene oportunidad de contactar con Mons. Pecci, quien años después entraría en la historia del papado de la Iglesia católica con el nombre de León XIII (1878-1903). Ese mismo año publica El criterio, tal vez su mejor y más difundida obra. Y en sucesivos años, una obra cada año, Cartas a un escéptico en materia de religión, Filosofía fundamental, Filosofía elemental y también, a finales de 1847, el controvertido opúsculo Pío IX, para el que ha tenido que viajar a París en busca de documentación. Esta última obra le produjo innumerables sinsabores precisamente en una etapa en la que Jaime Balmes ya se sentía enfermo. El año anterior, ante la campaña difamatoria que sus adversarios organizaron contra él a través de diversos medios de comunicación, se había visto obligado a publicar en El Pensamiento de la Nación (19 de agosto de 1846) un extenso artículo bajo el título de «Vindicación personal», en el que desmontaba todas las acusaciones; es lo que algunos autores denominan como «Autobiografía».

Mientras tanto es nombrado socio de la Academia de Religión de Roma y socio de honor y de mérito de la Academia Científica y Literaria de Profesores, de Madrid. El 18 de febrero de 1848 es nombrado también miembro de la Real Academia Española, pero no llegó a tomar posesión porque ya el día 14 de febrero había salido de Madrid hacia Barcelona ante la evolución de su enfermedad.

Aquella enfermedad, tisis pulmonar tuberculosa aguda, progresaba corrosivamente, y Balmes fue consciente de ello. El 27 de mayo se traslada con sus hermanos a su ciudad natal, Vich, donde muere a las tres y cuarto de la tarde del 9 de julio de 1848.

Desde el 4 de julio de 1865 sus restos descansan en el panteón erigido en el centro del claustro de la Catedral de Vich.

Título original: Título

Jaime Balmes, 1845

Diseño de cubierta: lgonzalezp

Editor digital: lgonzalezp

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Notas 1Verum est id quod est dice san Agustin Lib 2 Solil cap 5 Puede - photo 2
Notas

[1]Verum est id quod est, dice san Agustin (Lib. 2. Solil. cap. 5). Puede distinguirse entre la verdad de la cosa y la verdad del entendimiento: la primera, que es la cosa misma, se podrá llamar objetiva; la segunda, que es la conformidad del entendimiento con la cosa, se apellidará formal, o subjetiva. El oro es metal, independientemente de nuestro conocimiento; he aquí una verdad objetiva. El entendimiento conoce que el oro es metal, he aquí una verdad formal o subjetiva.

Mucha presunción seria el despreciar las reglas para pensar bien. «Nullam dicere maximarum rerum esse artem, cum minimarum sine arte nulla sit, hominum est parum considerate loquentium». «Es de hombres ligeros, decía Cicerón, el afirmar que para las grandes cosas no hay arte, cuando de él no carecen ni las mas pequeñas». (Lib. 2. de offic). En la utilidad de las reglas han estado acordes los sabios antiguos y modernos: la dificultad pues está en saber cuáles son estas, cuál es el mejor modo de enseñar a practicarlas. Don de los dioses llamó Sócrates a la lógica, mas por desgracia, no nos aprovechamos lo bastante de este don precioso, y las cavilaciones de los hombres le hacen inútil para muchos. Los aristotélicos han sido acusados de embrollar el entendimiento de los principiantes con la abundancia de las reglas, y el fárrago de discusiones abstractas; en cambio, las escuelas que les han sucedido, y particularmente los ideólogos más modernos, no están libres del todo de un cargo semejante. Algunos reducen la lógica a un análisis de las operaciones del entendimiento, y de los medios con que se adquieren las ideas; lo que encierra las mas altas y difíciles cuestiones que ofrecerse puedan a la humana filosofía.

Quisiéramos un poco menos de ciencia y un poco mas de práctica; recordando lo que dice Bacon de Verulamio sobre el arte de observación, cuando le llama una especie de sagacidad, de olfato cazador, más bien que ciencia: Ars experimentalis sagacitas potius est et odoratio quædam venatica quam scientia. (De Augm. scient. L. 5. c. 2).

[2] Los hombres mas insignes en el mundo científico se han distinguido por una gran fuerza de atención; y algunos de ellos por una abstracción que raya en lo increíble. Arquímedes ocupado en sus meditaciones y operaciones geométricas, no advierte el estrépito de la ciudad tomada por los enemigos. Vieta pasa sin interrupción días y noches absorto en sus combinaciones algebraicas y no se acuerda de sí propio, hasta que le arrancan de tamaña enajenación sus domésticos y amigos; Leibnitz malbarata lastimosamente su salud, estando muchos días sin levantarse de la silla. Esta abstracción extraordinaria es respetable en hombres que de tal suerte han enriquecido las ciencias con admirables inventos; ellos tenían verdaderamente una misión que cumplir, y en cierto modo era excusable que a tan alto objeto sacrificaran su salud y su vida. Pero aún en los genios mas eminentes no ha estado reñida la intensidad de la atención con su flexibilidad: Descartes estaba elaborando sus colosales concepciones entre el estruendo de los combates; y cuando cansado de la vida militar se retiró del servicio en que se había alistado voluntariamente, continuó viajando por los principales países de Europa. Con semejante tenor de vida, es muy probable que el ilustre filósofo había sabido enlazar la intensidad con la flexibilidad de la atención, y que no sería tan delicado en la materia como Kant, de quien se dice, que el solo desarreglo o cambio de un botón en uno de sus oyentes era capaz de hacerle perder el hilo del discurso. Esto no es tan extraño si se considera que el filósofo alemán jamás salió de su patria, y que por tanto no debió de acostumbrarse a meditar sino en el retiro de su gabinete. Pero sea lo que fuere de las rarezas de algunos hombres célebres, importa sobre manera esforzarse en adquirir esa flexibilidad de atención que puede muy bien aliarse con su intensidad. En esto como en todas las cosas puede mucho el trabajo, la repetición de actos, que llegan a engendrar un hábito que no se pierde en toda la vida. Acostumbrándose a pensar sobre cuantos objetos se ofrecen, y a dar constantemente al espíritu una dirección seria, se consigue lentamente, y sin esfuerzo, la conveniente disposición de ánimo, ya sea para fijarse largas horas sobre un punto, ya para hacer suavemente la transición de unas ocupaciones a otras. Cuando no se posee esta flexibilidad, el espíritu se fatiga y enerva con la concentración excesiva o se desvanece con cualquiera distracción; lo primero, a mas de ser nocivo a la salud, tampoco suele servir mucho para progresar en la ciencia; y lo segundo inutiliza el entendimiento para los estudios serios. El espíritu como el cuerpo ha menester un buen régimen; y en este régimen hay una condición indispensable: la templanza.

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