Jaime Bayly - Y de repente, un ángel
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- Libro:Y de repente, un ángel
- Autor:
- Editor:Planeta
- Genre:
- Año:2006
- Índice:3 / 5
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Y de repente, un ángel: resumen, descripción y anotación
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Y de repente, un ángel — leer online gratis el libro completo
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Julián Beltrán es un escritor que nunca limpia su casa. Cuando Andrea, su novia, le exige que lo haga, él decide contratar a una mucama. Y la llegada de Mercedes, una criada envejecida y fiel, va a despertar la ternura y el instinto de protección del hombre. Ella le cuenta como fue vendida a los diez años por una madre cargada de hijos a los que no podía mantener, y entonces el escritor siente la necesidad de ayudar a Mercedes a encontrar a su madre. Pero la búsqueda estará llena de azares y de episodios cómicos, a la vez que dejará al descubierto al auténtico y frágil Julián, distanciado también de su padre, aunque por motivos bien diferentes pero a los que se deberá enfrentar. Esta historia de una amistad improbable y de reencuentros familiares constituye el relato más brillante de Jaime Bayly, que nos cautiva desde el primer momento por su insólita habilidad para ir de lo grave a lo hilarante.
Autor: Bayly, Jaime
©2007, Booket
Colección: Booket. Novela, 2048
ISBN: 9788408071914
Generado con: QualityEbook v0.60
Julián Beltrán es un escritor que nunca limpia su casa. Cuando Andrea, su novia, le exige que lo haga, él decide contratar a una mucama. Y la llegada de Mercedes, una criada envejecida y fiel, va a despertar la ternura y el instinto de protección del hombre. Ella le cuenta cómo fue vendida a los diez años por una madre cargada de hijos a los que no podía mantener, y entonces el escritor siente la necesidad de ayudar a Mercedes a encontrar a su madre. Pero la búsqueda, llena de azares y de episodios cómicos, dejará al descubierto al auténtico y frágil Julián, distanciado también de su padre, aunque por motivos bien diferentes y a los que también se deberá enfrentar.
E STA historia de una amistad improbable y de reencuentros familiares constituye el relato más brillante de Jaime Bayly, que nos cautiva desde el primer momento por su insólita habilidad para ir de lo grave a lo hilarante.
Autor: Jaime Bayly
ISBN: 9788408071914
Es una de las voces imprescindibles de la nueva literatura en español. Obtuvo un éxito inmediato en España con sus primeras novelas: No se lo digas a nadie (1994), que fue llevada al cine, Fue ayer y no me acuerdo (1995) y Los últimos días de "La Prensa" (1996). Su extraordinario talento narrativo se vio confirmado con La noche es virgen (Premio Herralde 1997), Yo amo a mi mami (1999), Los amigos que perdí (2000), Aquí no hay poesía (2001), La mujer de mi hermano (2002) y El huracán lleva tu nombre (2004). Actualmente es profesor visitante de la Universidad de Georgetown.
No la limpio hace meses. Nadie viene a limpiarla. No me gusta que entre gente extraña. En realidad, no me gusta que entre nadie, salvo Andrea.
De vez en cuando, arranco un pedazo de papel higiénico, lo humedezco y lo paso por ciertos rincones donde el polvo se hace ovillos. No barro la casa ni paso la aspiradora ni me agito con plumeros y franelas. Me parece inútil. El polvo vuelve siempre, y en esta ciudad, todavía más.
A veces mato a las arañas que se esconden en las esquinas, disparándoles un aerosol naranja. Pero el aerosol deja un olor desagradable y luego tengo que recoger a las arañas muertas y echarlas al inodoro y la operación me da asco. Por eso, generalmente, las dejo tranquilas.
Si no se meten conmigo, pueden vivir en mi casa. Lo mismo hago con las hormigas.
Entran en filas a la cocina, las observo con curiosidad y procuro no pisarlas. Mi casa es una inmundicia, pero yo no soy tan sucio. Me baño todos los días o casi todos los días. Los domingos me cuesta más trabajo bañarme.
Anoche vino Andrea. Viene todos los lunes, que es el día en que no trabaja en la librería. Le tengo cariño, pero prefiero verla sólo una vez por semana, no más. Andrea me trajo un libro robado. Me encanta que robe libros de su librería para mí. Tiene muy buen gusto. Eligió uno que no había leído. Pedimos comida a un restaurante japonés, vimos televisión y luego hicimos el amor. Cuando estábamos en la cama, una araña descendió lentamente desde el techo. Yo no la vi, fue Andrea quien gritó:
—¡Una araña, una araña! —¿Dónde? -pregunté, no demasiado sorprendido.
—¡Aquí, sobre mi pecho, bajando! -gritó ella.
Entonces prendí una luz y fui testigo del momento exacto en que la araña culminó su descenso y se posó sobre el pecho de Andrea.
—¡Mátala! -gritó ella-. ¡Me va a picar! Pensé en darle un golpe con la mano, pero no tuve valor. Me puse de pie, tomé el aerosol naranja, apunté sin vacilar y disparé sobre los pechos de mi amante.
Por suerte, maté a la araña, pero Andrea, asustada y tosiendo, me gritó:
—¡Estúpido, casi me matas a mí también! La araña quedó húmeda y sin vida sobre sus pechos desnudos. Me pareció una imagen hermosa. Me quedé mirando al insecto mojado sobre mi chica.
—¡Tonto, haz algo! -gritó ella.
Tomé un poco de papel higiénico, retiré a la araña muerta y le pedí disculpas a Andrea. Fue en vano: estaba indignada.
Por suerte, ya habíamos terminado de hacer el amor. Hubiera sido mucho peor si la araña nos hubiera sorprendido en el momento del sexo. Andrea fue a bañarse, se vistió de prisa y, antes de irse, me dijo:
—Si no contratas una mucama que limpie la casa, no vengo más.
Luego se fue sin darme un beso, llevándose el libro robado que me había traído de regalo, que fue lo que más me dolió.
No puedo seguir viviendo así. Esta casa es un asco. Tengo que contratar a una mucama que venga a limpiar.
Acepto, por lo demás, que se me tenga por un perdedor. En cierto modo, incluso lo agradezco. No soy bueno para competir y nunca he ganado nada importante. No tengo éxito, y a estas alturas, sé que nunca lo tendré. Lo poco que tengo, esta casa, estos libros, estos discos, este silencio que atesoro, esta libertad para dormir hasta la hora que quiero y quedarme en casa escribiendo unas novelas que muy poca gente lee, me basta para estar bien.
No necesito vivir con alguien. No lo deseo. Prefiero vivir solo. Pero me he encariñado con Andrea y no me gustaría dejar de verla. Por eso voy a encontrar a una mujer que venga a limpiar la casa.
Desconfío de los avisos clasificados del periódico. He hojeado el diario sólo para confirmar que abundan las ofertas de personas que limpian casas por tarifas muy económicas. No quisiera correr el riesgo de llamar a una de ellas. Me gustaría ver su cara, hablar con ella y sentir que me inspira una cierta confianza antes de abrirle las puertas de mi casa. En esta ciudad roban mucho, y si bien hay pocas cosas que alguien podría tener interés de robar en esta casa, no estoy dispuesto a que una persona extraña entre a revolver mis papeles y caminar por este modesto lugar donde me refugio de la vulgaridad que es vivir.
Tampoco puedo llamar a mi familia a pedir que me recomiende a una persona de servicio doméstico. Cuando digo mi familia, me refiero a mi hermana y a mis padres. No tengo hijos. Nunca me casé.
Mis abuelos están muertos. A mis tíos o primos dejé de verlos cuando era un niño y ya casi no recuerdo sus caras, a duras penas recuerdo sus nombres. Mi hermana vive lejos, en Montreal. Cuando éramos niños, nos queríamos mucho, pero el tiempo nos fue distanciando. Ella se enfadó porque no la llamé cuando nació su hija y porque no quise ser el padrino. Desde entonces, dejamos de llamarnos por teléfono o escribirnos correos electrónicos. Supongo que no me perdona tantos desaires. A mis padres, que viven en esta misma ciudad, Lima, la ciudad donde nacieron y se casaron y donde mi hermana y yo también nacimos, una ciudad tranquila y aburrida, llena de polvo y gente melancólica, tampoco los he visto hace mucho tiempo. Dejé de verlos hace diez años. No sé nada de ellos. No me llaman o escriben y yo tampoco los llamo o les escribo. Supongo que están vivos, porque aún no he leído sus defunciones en el periódico (y no dejo de leer el periódico con esa perversa esperanza), pero no me interesa saber nada de ellos y prefiero no pensar en ellos.
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