Mario Benedetti - El país de la cola de paja
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- Libro:El país de la cola de paja
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1960
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El país de la cola de paja: resumen, descripción y anotación
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A partir de su publicación, en 1960, El país de la cola de paja desató inmediatamente una tormenta literaria. En palabras de Hugo Alfaro, «El país había efectuado “una demolición de los prejuicios, la hipocresía, el ‘no te metas’ de un Uruguay liberal que todavía vivía de rentas, en ancas de guerras ajenas”. “Arbitrario, saludable, apasionado”, el libro había sido en su momento “una piedra de escándalo para las buenas maneras montevideanas de entonces… hubo quienes lo menospreciaron; otros destruyeron fácilmente algunas de sus falacias; otros aun montaron en cólera y devolvieron ojo por diente”; sin embargo, “a los lectores les encantó el estallido de santa cólera de Mario, a quien de largo tiempo atrás tenían por uno de los suyos”».
Sucesivas reediciones en la década del 60, transformaron a esta obra en una de las más solicitadas de la vasta producción del autor uruguayo; la última de las ediciones —la novena— data de 1973, año en el cual se produce un golpe de estado en el Uruguay. Dicho evento ocasionaría la prohibición de las obras de Mario Benedetti en su país, así como el consecuente exilio del escritor hasta el año 1985.
Debido a la prohibición militar en su momento, por voluntad del escritor luego de la dictadura y por capricho de la Fundación Benedetti desde la muerte del autor, El país de la cola de paja —pese a su lucidez y vigencia— no volvió a reeditarse. Por esta razón, el libro se ha transformado en una especie de fetiche de ultratumba, un objeto de culto que es codiciado y acechado por todo aquel benedittiano fiel; tal es así que: «Español que viene, español que pregunta por “el de la paja”» (según la confesión de un mítico librero montevideano).
Cuarenta y dos años después, Titivillus y sus escribas se dan el gusto de rescatar una obra que jamás murió, pero que quiso ser silenciada hasta este momento.
Mario Benedetti
ePub r1.0
Titivillus 07.08.15
Título original: El país de la cola de paja
Mario Benedetti, 1960
Dibujo de cubierta: Pieri
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
A Carlos Martínez Moreno, Carlos María Gutiérrez y Salvador Miquel.
MARIO BENEDETTI (1920, Paso de Los Toros - 17 de mayo de 2009, Montevideo, Uruguay). Poeta y novelista uruguayo cuyo nombre completo es Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia. Recibió la formación primaria y secundaria en Montevideo y a los dieciocho años se trasladó a Buenos Aires donde residió por varios años. En 1945 formó parte del famoso semanario Marcha donde colaboró como periodista hasta 1974. Ocupó el cargo de director del Departamento de Literatura Hispanoamericana en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de Montevideo.
Desde 1983 se radicó en España permaneciendo allí la mayor parte del año. Obtuvo el VIII Premio Reina Sofía de Poesía y recibió el título de Doctor Honoris Causa por la Universidad de Alicante.
Su vasta producción literaria abarca todos los géneros, incluyendo famosas letras de canciones, cuentos y ensayos, traducidos en su mayoría a varios idiomas.
Las páginas que siguen sólo quieren reflejar la opinión personal de alguien que está hondamente preocupado por el momento que vive actualmente el Uruguay.
No importa que queden por tratar temas capitales, graves enigmas, vastas zonas del panorama nacional. Si bien conozco mis limitaciones y me sé incapaz de abarcar toda la compleja significación del problema, no quiero que esas mismas limitaciones me lleven a sentirme cómplice del gran silencio que rodea la presente crisis moral, sin duda la más grave de nuestra breve historia como nación.
Este modesto alerta es en primer término un alerta a mí mismo, una puesta al día con mi propia conciencia. Quiero verdaderamente a mi país, por eso desearía que fuese bastante mejor de lo que es. Confío en que el lector sepa reconocer aún las formas indoctas de la sinceridad; por eso he decidido hablarle claro.
Junio 1960.
La pedantería suele ser, junto con los tradicionales souvenirs, una de las infaltables adquisiciones del uruguayo que pasó por Europa. Es cierto que para los demás eso representa una molestia, pero acaso un hipotético y tranquilo observador pudiera formular una explicación en la que el recién regresado no pareciese un cretino presuntuoso y nada más. Ese observador podría anotar, quizá, que la pedantería es una especie de desquite, no con respecto a nuestro medio, a sus limitaciones, a su círculo vicioso, a sus carencias, sino con respecto a Europa, ese monstruo de cultura que nos atrae, nos encandila, nos apabulla, y, en definitiva, nos rechaza.
Porque si en un sentido reconocemos que somos promedialmente ignorantes, impacientes, primitivos, una vez allá, una vez metidos en ese viejo pozo de arte y pensamiento, confirmamos que somos todo eso y quizás algo más; pero también que estamos solos. Encontraremos con toda seguridad un anticuario amable y sonriente y él nos explicará que en Europa sólo se considera antigüedad lo que precede a 1830; un objeto perteneciente a 1835 es casi una novedad de estos últimos años; prácticamente, no vale nada. Algo así como una bofetada verbal, porque 1830 es para nosotros no sólo algo tremendamente viejo, sino también el año Alfa de nuestra historia.
Es en este sentido que estamos solos. Pisemos la formidable Piazza del Campo, en Siena, o nos detengamos a contemplar los viejos muñecos del Ayuntamiento, en Munich, siempre nos sentiremos un poco intrusos, siempre leeremos en la cordial mirada de la gente, que somos inevitablemente unos recién llegados a la historia. «Qué suerte», pensamos, «somos la esperanza, etc.». Pero también pensamos que ese alrededor es un poco insultante, afectuosa e ineludiblemente insultante. Por un rato somos un insecto, una hoja seca, qué sé yo. La pedantería del regreso es el desquite por haber sido ese insecto, esa hoja seca, pero es también la euforia por haber recuperado nuestro alrededor, por tener el derecho de decir: «Esta casa es una reliquia de 1860», y que todos lo acepten, porque todos usamos el mismo patrón de tiempo.
En boca de extranjeros es frecuente escuchar que el Uruguay es el más europeo de los países de América Latina. Ellos lo dicen como elogio, pero uno a veces se atraganta con el mismo, sobre todo cuando se tiene el pueril orgullo de sentirse americano. Sin embargo, lo más probable es que esos europeos nos estén revelando una estricta verdad, y, con ella, una de las razones de nuestras crisis culturales. Es cierto que Henríquez Ureña nos puso a los latinoamericanos en la afanosa búsqueda de nuestra expresión, pero cabe preguntarnos si los uruguayos no estaremos confundiendo nuestra expresión con nuestro folklore. Un pueblo puede no tener folklore y sin embargo tener expresión, su expresión.
Lo cierto es que a esta altura ya va resultando dramática nuestra imposibilidad de encontrarnos con lo autóctono. Es posible, empero, que todo tenga su origen en un tradicional malentendido: creer que, en materia de arraigo y regionalismos, podemos medir la realidad uruguaya con los mismos patrones que se usan para medir las del resto de América Latina. Olvidamos que las otras repúblicas tienen problemas raciales, tienen petróleo y minerales, tienen —nada menos— a los Estados Unidos exprimiendo su fruta y dejando las cáscaras. Para bien o para mal, más por azar que por méritos o defectos propios, constituimos una excepción en la vida continental. Por eso, porque somos un módico mundo aparte, los métodos que emplean otros latinoamericanos para ir en busca de su expresión, acaso no nos sirvan para encontrar la nuestra.
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