Título original: Fashionistas
Traducido por: Catalina Freire Hernández
Gracias a:
Mi padre, mis hermanos, a los Linwood, Roell Schmidt, Elena Ro Yang, Jeenifer Lewis.
Y:
Susan Ramer, Farrin Jacobs, Margaret Marbury.
También:
Chris Catanese, paz, amor y bombillas.
– Vig, ¿cómo es tu compañera de piso?
– Alta, rubia y de ojos verdes.
– ¿Tiene tipo de chico, como tú?
– ¿Qué?
– ¿Es alta, flaca, plana?
– Pues…
– Quiero saber si es completamente plana. Si un equipo de seis cartógrafos entrenados podría encontrar una sola curva en todo su cuerpo.
– Pues…
– Porque si tiene una sola curva, no me vale. Necesitamos alguien tan plano como una llanura de Utah. Podríamos usarte a ti, pero las normas de la empresa no nos permiten contratar a nuestros propios empleados. Podría despedirte, pero entonces tendría que ponerme a buscar otra ayudante y no tengo veinte minutos. Mira, vete a la agencia Ford en Soho y diles que necesitamos una chica como tú para el artículo sobre damas de honor con tipos horrorosos. Insiste en que necesitamos una modelo que parezca real, como una de nuestras lectoras, pero no tan fofa. Y diles que necesitamos una chica gorda también. Una modelo de tallas grandes que sea guapa. Que sea muy guapa, ¿eh? No estamos en el negocio de las revistas femeninas para anunciar caras feas. Vamos, vete, ¿a qué esperas? Vuelve en media ahora y no olvides ir a buscar mi almuerzo. Quiero un sándwich de atún en pan integral con una hoja de lechuga Iceberg. Encárgalo en Mangia. El número está en mi agenda. Y deja de mirarme con esa cara de tonta. Este no es uno de esos puestos de trabajo en los que te quedas media hora hablando por los pasillos sobre la programación del día anterior. Y no te olvides del café. Lo quiero solo.
La redacción de Fashionista es como las calles de San Francisco, sólo que en lugar de microclimas aquí tenemos microaromas. Todas las editoras encienden velas aromáticas en sus despachos: lila, vainilla, canela y una fragancia a popurrí llamada La cocina de la abuela. Si no te gusta algún olor sólo tienes que moverte un poquito a la izquierda y respiras otro.
Pero hoy las cosas son diferentes. Alguien está quemando incienso. El aroma es fuerte, poderoso y flota por el pasillo como un fantasma, metiéndose por debajo de las puertas. Incluso ha borrado el olor a antiséptico del cuarto de baño.
No estamos preparadas para lidiar con incienso. Es la artillería pesada, los cañones, los misiles hombre-tierra… y no encontramos refugio. Estamos expuestas en el centro de la redacción, en cubículos separados por delgados paneles, y nuestro único recurso es sacar la nariz por las puertas giratorias de recepción para respirar el delicioso aroma a tabaco que llega del vestíbulo.
– Incienso y mirra -dice Christine, asomando la cabeza por encima del panel.
– ¿Qué?
Estoy intentando escribir un artículo sobre restaurantes cuyos propietarios son famosos, pero no puedo concentrarme. El olor me distrae.
– Que no sólo es incienso. También están quemando mirra.
Yo me quedo sorprendida por la revelación, pero no sé si creerla. Estamos en el siglo XXI y nadie se acuerda de qué demonios es la mirra.
– La mirra tiene un olor más amargo -me explica Christine.
– No es mirra -le digo, sin apartar los ojos de la pantalla del ordenador-. La mirra ya no existe.
Christine se apoya en el papel, que se vence un poco bajo su peso.
– Vig, no puedes negar la existencia de la mirra.
– ¿Que no? Niego la existencia de la mirra.
– Eso es ridículo. Los Reyes Magos de Oriente se la llevaron a Jesús como regalo.
– ¿Y?
Me encojo de hombros y le digo que eso es un mito, como lo de la cigüeña.
Christine me mira con cara de espanto.
– Los Reyes Magos no tienen nada que ver con la cigüeña. Qué tonterías dices.
– ¿Y tú cómo lo sabes? -le espeto, muy segura de mí misma-. ¿Tú cómo sabes que, efectivamente, los Reyes Magos le llevaron incienso y mirra?
– Porque está en la Biblia -replica ella, que se está tomando muy en serio la conversación.
Yo no soy tan religiosa como Christine. De hecho, no practico ninguna religión y me divierte su vehemencia. No era mi intención hacerla enfadar. Lo último que quiero es ponerme a discutir, pero tampoco le pido disculpas. Yo creo que la mirra ya no existe y tengo derecho a mis propias convicciones. ¿O no?
No tengo problema aceptando la existencia del incienso, pero la mirra… para nada.
– Además -sigue Christine, que es muy pesada-, estoy segura de que la mirra existe porque la he visto en mis clases de cocina.
Christine está intentando dejar Fashionista y la ruta que ha decidido tomar es hacerse crítico gastronómico. Quiere ser una de esas personas a las que pagan por ir a los mejores restaurantes, quiere ir a galas benéficas y sentarse al lado de la esposa del presidente del gobierno, quiere trabajar en una revista que tenga más sustancia que este absurdo olor a incienso.
Fashionista es una revista sobre nada. Es abrumadoramente moderna y agresivamente innovadora y cada página es una obra de arte fotográfico, pero los consejos que da… en fin, son para tontos. A pesar de lo que decimos, no se pueden copiar las cejas de Gwyneth Paltrow ni la altura de Nicole Kidman. O lo tienes o no lo tienes.
Pero copiar las cosas de los ricos y famosos es precisamente la razón de ser de Fashionista. La revista se dedica a hablar sobre los famosos, sobre todo de aquellos aspectos que no son básicos para la supervivencia: comida (carísima), ropa (más cara), cosméticos (los mejores), casa (de cine).
La fama es el planeta en el que orbitamos: «éste es el vestido de Jennifer Anniston y en tal sitio puedes comprarlo».
No es un concepto nuevo. Desde que Mary Pickford apareció sobre la alfombra roja moviendo sus pestañas de Max Factor, la prensa ha publicado millones de imágenes glamourosas. Pero esta es la revista para la que yo trabajo y me pone de los nervios. Me pone de los nervios porque no contamos nada nuevo en absoluto.
Fashionista es un santuario de la celebridad y los publicistas colocan a sus ídolos en el centro del altar para que los vea todo el mundo.
En los cinco años que llevo trabajando aquí nunca hemos publicado un artículo que no contenga el nombre de un famoso. Lo más cercano fue algo que yo escribí hace tres meses sobre la preservación y presentación de los dientes (los nuevos aparatos, las nuevas técnicas de blanqueado, la novísima rebaja de encías a partir de los cincuenta años, que es lo más).
En realidad era un artículo dedicado a la salud, del tipo que puedes encontrar en cualquier otra revista femenina, la clase de artículo que da nombres de clínicas odontológicas. Pero esta -objetivamente- necesaria información incluía una foto de las cinco mejores dentaduras de Hollywood. El comentario práctico sobre la piorrea, cómo detectarla, cómo prevenirla, fue cortado de raíz. En Fashionista no hablamos de enfermedades a menos que las padezca algún famoso.
Me paso la mayor parte del tiempo al teléfono, buscando tendencias e investigando la vida de nuestras celebridades. Es agotador intentar enterarse de dónde ha ido fulano o qué va a ponerse mengano y me paso el día esperando la llamada de cualquier director de balneario para que me confirme si hay alguna actriz famosa dándose masajes de barro.
Una tendencia necesita tres ejemplos para ser confirmada; dos podrían ser una coincidencia y, frecuentemente, tengo que buscar y rebuscar para encontrar los tres. Por eso a menudo verás la fotografía de una actriz desconocida llevando algo parecido a lo que Julia Roberts se ha puesto unos días atrás.
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