Cuando supiste que planeaba escribir la cuarta versión de este libro, me sugeriste que modificara cuanto quisiera excepto la dedicatoria original.
Me pareció un trato justo:
“Tomado de tu mano inicié mi aprendizaje en la vida. Ahora casi todo lo que soy se lo debo a tu ejemplo de tenacidad y valor.
Por haber sido siempre mi más dilecto y respetable amigo, este libro es tuyo, papá…”
Hubo tres personas que creyeron en mí cuando nadie creía. Cada una, a su manera, me ayudó a entrar, realmente, al mundo de las letras:
ANTONIO MORENO,
JOVINO NEVAREZ
y LUIS CASTAÑEDA.
Les envío, muchos años después, un fuerte abrazo de gratitud y afecto sincero.
1
EL AUTOMÓVIL ROJO
Llevo veinte minutos de caminata sobre el pavimento mojado cuando un moderno automóvil rojo se detiene junto a mí.
—¡Hey, amigo! —el conductor abre la ventana eléctrica—. ¿Sabes dónde se encuentra la Escuela Tecnológica?
—Claro —contesto—, de allá vengo. Regrese por esa calle y después…
—No, no —me interrumpe—. Necesito que me lleves personalmente. Como un favor especial.
Titubeo un poco, aunque sé lo que debo contestar.
—Discúlpeme, pero lo más que puedo hacer es indicarle dónde está.
La ventanilla de atrás se abre y aparece el rostro de un compañero de mi salón.
—¡Ratón de biblioteca! No tengas miedo, sube al coche… El señor es profesor de biología y vende algunos productos para jóvenes. Quiere que lo llevemos a la escuela. Anímate. Acompáñame.
—¿Qué productos?
—Sube, no seas cobarde. Ya te explicará él…
—Pe… pero tengo algo de prisa. ¿De qué se trata exactamente?
—Es largo de contar —interviene el hombre—; te interesará. Además, al terminar la demostración te daré algo de dinero.
Por la promesa económica, pero sobre todo por la evidente decencia del profesor de biología, la belleza del automóvil y la mirada confiada de mi compañero de escuela, accedo a subir. Es impensable que un hombre tan pulcramente vestido y de tan fina expresión pueda tener malas intenciones.
Desgraciadamente cuando me percato de mi error de apreciación ya es demasiado tarde.
Un viento helado silba en la ranura de la ventanilla haciendo revolotear mi ropa. Presiono el botón eléctrico del vidrio pero éste no se mueve. El hombre ha activado el seguro bloqueando las ventanas.
—¿Cómo vas en la escuela?
—Pues bien… muy bien.
—No me digas que te gusta estudiar.
Le miro a la cara. Conduce demasiado rápido, como si conociese perfectamente la colonia.
—Sí me gusta; ¿por qué lo pregunta?
—Eres hombre… supongo. Aunque te guste estudiar, piensa. Seguramente no te gusta tanto y el trabajo que te voy a proponer será mucho más satisfactorio. Algo que le agradaría a cualquier hombre.
—¿El trabajo? ¿Cuál trabajo? ¿No es usted profesor? ¿No vende productos? Mire… la escuela es por allí.
—Ah, sí, sí, lo había olvidado, pero no te preocupes, conozco el camino.
Percibo un sudor frío. “¡Estúpido!”, me repito una y otra vez. He sido engañado fácilmente. Me doy la vuelta en el asiento para ver a Mario, pero éste parece encontrarse en otro mundo. Hojea lentamente unas revistas con la boca abierta.
—No te asustes, quiero ser tu amigo —el hombre sonríe y me mira rápidamente; de lejos, el saco y la corbata le ayudan a aparentar seriedad, pero de cerca hay definitivamente algo anormal y desagradable en su persona; es ligeramente bizco, tiene el cabello lacio y grasoso—. Confía en mí, no te obligaré a hacer algo que te desagrade.
—Regréseme adonde me recogió.
—Claro. Si no eres lo suficientemente maduro para el trabajo te regresaré, pero no creo que haya ningún problema; supongo que te gustan las mujeres, ¿o no?
El hombre acelera; parece no importarle conducir como un demonio en plena zona habitacional. Estoy paralizado. Si sufrimos un accidente tal vez pueda huir, pero si no… ¿Adónde vamos con tanta prisa?
—¿Alguna vez has visto desnuda a una muchacha? No creo, ¿verdad? Y nunca has acariciado un cuerpo, ni lo has besado, ni lo has… —El hombre suelta una carcajada, hace un gesto obsceno y agrega—: Mario, pásame una revista para que la vea tu amigo.
Mi compañero escolar obedece de inmediato.
—Deléitate un poco con ella. Es una ocupación muy, muy agradable… —La portada lo dice todo—. Vamos. Hojéala. No te va a pasar nada por mirarla.
Abro la publicación con mano temblorosa. He visto en otras ocasiones algunos desnudos, incluso revistas para “adultos” que mis compañeros escondían como grandes tesoros, pero jamás algo como esto… El sentimiento del hombre, degradado hasta el extremo, extiende sus límites en mis manos. Me siento confundido. Toco las fotografías con las yemas de los dedos; son auténticas; estas personas realmente fueron captadas por la cámara haciendo eso… Lo que estoy mirando va más allá de la exhibición de desnudos. Llega a la más grotesca perversidad.
—¿Ya se te puso duro? —pregunta el sujeto disminuyendo la velocidad.
Separa la mano derecha del volante y la lleva hasta mi entrepierna. Estoy paralizado, sin alcanzar a comprender lo que intenta hacer. Con un ágil movimiento introduce su mano en el pantalón y palpa mis genitales como queriendo corroborar la madurez de su presa. La inspección es rápida y siento una gran repulsión. Retira la mano para sentenciar:
—Necesito fotografías de chicos y chicas de tu edad. El acto sexual, como ves, puede hacerse con una o con varias parejas simultáneamente. Es muy divertido. También realizamos filmaciones. ¿Nunca has pensado en ser actor?
El auto desciende por una hermosa unidad habitacional, rodeada de parques y juegos infantiles. Tardo unos segundos en reconocer el lugar.
—¿Qué te parece esa muchacha?
Miro al frente e identifico a una joven vestida con el uniforme de la escuela. No tengo tiempo de hablar, el coche llega hasta ella y se detiene a un costado. Una cara conocida se vuelve con alegría. Se trata, ni más ni menos, de la chica pecosa que hace un par de meses presentó públicamente a la nueva compañera en la ceremonia cívica.
“¡Dios mío!”, me digo agachando la cabeza, “esto no puede estar pasando”. Durante dos meses he vigilado casi a diario a la joven de recién ingreso profundamente conmovido por su estilo y he aquí que, antes de que ella sepa de mi existencia, me encuentro con su mejor amiga en las peores circunstancias.
—Qué tal, linda —dice el tipo llevando ahora la mano derecha a su propia entrepierna para acariciarse por encima del pantalón mientras habla—. Necesitamos tu ayuda; nos perdimos; no conocemos estos rumbos y queremos encontrar una escuela de jóvenes.
—Pues mire, hay una muy cerca.
—No, no. Queremos que nos lleves. Vendemos ciertos productos y posiblemente tú conozcas a alguien que se interese. Si nos acompañas te daré una comisión.
“¿Si nos…?” La chica pecosa se percata de que hay dos personas más en el automóvil.
—¿Por qué no lo llevan ellos?
Cierro rápidamente el ejemplar de la revista, sujeto el portafolios fuertemente con la mano izquierda y con la derecha acciono la manija para abrir la portezuela. Se escucha un golpe seco, pero la puerta no se abre. El tipo se vuelve con la velocidad de una fiera, me mira y sonríe sardónico.
—Tiene seguro para niños… Tranquilízate o te irá mal.
¿Seguro para niños en la puerta delantera? Es mentira. La manija ha sido arreglada para que no pueda accionarse desde el interior. Me siento atrapado. La ventanilla tampoco se abre.
—¿Cómo te llamas?
—Ariadne.
—Tú debes de conocer a varias muchachas y ellos no —comenta el tipo jadeando—. ¿Qué dices? Si nos deleitas con tu compañía unos minutos te regresaré hasta aquí y te daré algo de dinero.
—¿Qué productos venden?
El hombre me quita lentamente la revista y se la muestra a la chica, cerciorándose de que no hay nadie cerca.
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