Capítulo 1
El coche de Cynthia Citlalli estaba descompuesto, así que Efrén fue por ella a la universidad. Estacionó el auto cerca y, mientras esperaba, observó la salida de los alumnos. Eran muchos. Una motocicleta llegó y se detuvo frente a la puerta; su conductor se quitó el casco, sacudió la cabeza y se aliñó el pelo con los dedos. Dos bellas chicas se acercaron al motociclista. Comenzaron a charlar. Después de media hora, la calle se quedó solitaria excepto por los tres jóvenes. Las muchachas se habían subido a la moto para jugar con el manubrio y el cortejador les enseñaba cómo conducir.
Cynthia Citlalli apareció. Efrén la saludó con la mano. Ella cruzó la calle.
—Hola, papá —lo besó en la mejilla.
—Hola, amor. Tardaste en salir.
—Estuve charlando con la directora. Leyó nuestro libro. Quería preguntarme algunas cosas. Saber si era cierto lo de mi abuelo Asaf y la forma en que conociste a mi madre. Ya te imaginas, no tengo mucha privacidad desde que se publicó esa historia.
Efrén condujo muy despacio camino a casa. Tomó el carril lateral del Periférico. La motocicleta con el galán y las dos jovencitas pasó junto a ellos. Las chicas no traían casco.
—¡Mira, hija! Esos muchachos acaban de conocerse y ahora van a dar un paseo al estilo club sándwich.
El tráfico estaba casi detenido unos metros adelante y les dieron alcance.
—Son compañeras de mi salón.
—¿Y el joven?
—Nunca lo había visto.
Los autos comenzaron a avanzar, la motocicleta se abrió paso. La siguieron con la mirada y advirtieron cómo disminuyó su velocidad para doblar a la derecha en la entrada de un motel.
—¿Viste lo que yo?
—Sí.
—¿Crees que tus amigas lo estén haciendo por su propia voluntad? ¿No necesitarán ayuda?
Cynthia Citlalli dudó, sacó su teléfono celular y buscó en el directorio. Apretó la tecla para marcar. No obtuvo respuesta. Minutos después insistió.
—Hola ¿Sonia? Habla Cynthia ¿Cómo estás? ¿Bien? ¿De verdad? No, por nada; es que hace mucho no te veo; ¿de qué te ríes? ¿Te están haciendo cosquillas? Bueno luego te hablo.
Cynthia guardó su celular. Levantó las cejas como disculpándose de la conducta de sus amigas.
—¿Sabes? —comentó Efrén—, hicimos bien en imprimir algunas copias de nuestra historia.
—Sí… pero… —Se detuvo.
—¿Pero…?
—Juventud es una novela. Los conceptos se subordinan a la trama y eso provoca que algunos malinterpreten el mensaje. Lo atacan tomando frases fuera de contexto sin considerar que los personajes viven un proceso de cambio.
Su voz sonaba afligida. Hablaba de retórica pero en realidad parecía querer hablar de otra cosa.
—¿Qué sugieres?
—Papá, ayúdame a estudiar el libro. Me lo diste cuando tenía quince años y tal vez no lo he comprendido del todo —bajó la voz con angustia—. ¿Cómo te explicaré? Yo… me siento muy honrada de que hayas escrito todo eso para mí, pero… —hizo una pausa; la voz le falseó un poco—. Pero tengo miedo de decepcionarte.
Llegaron a la casa. Efrén detuvo el auto junto a la acera y se volvió para mirar a su hija.
—¿Qué te sucede?
Los ojos de Cynthia se llenaron de lágrimas. Permaneció callada.
—¿Tú de veras crees… —comenzó a preguntar titubeando—, que los jóvenes no deberíamos tener relaciones sexuales hasta casarnos? ¿De verdad lo crees?
—¿Por qué me preguntas eso?
—¡Ya nadie piensa así!
—Es cierto, los tiempos cambian, pero existen principios de actos y consecuencias que nunca cambiarán…
—Papá, si organizaras los conceptos de otra forma, tú sabes, con más objetividad, en tono más científico, podrías preparar un seminario. Mis compañeros lo necesitan… Yo también… ¡Somos estudiantes del segundo año de medicina!, pero ¿sabías que Sonia ya estuvo embarazada una vez y abortó…? ¿Sabías que proviene de una familia muy religiosa? ¿Sabías que el hijo de la directora estudia en mi grupo y tiene la más sucia colección de pornografía impresa que puedas imaginar? ¿Sabías que en la universidad hubo, hace poco, una epidemia de blenorragia? Papá, ¡entre compañeros se recomiendan antibióticos como si se tratara de dulces!
—Te noto muy alterada, ¿qué te pasa exactamente? Dime la verdad.
Mantuvo la mirada en el suelo.
—No es nada.
La chica salió del auto. Entró a la casa. Efrén la siguió.
Dhamar estaba en la sala; los saludó; Cynthia pasó de largo y se dirigió a su habitación.
—¿Qué le sucede?
—No lo sé.
—Voy a hablar con ella.
Era obvio que Cynthia enfrentaba algún problema relacionado con su sexualidad y no le tenía la suficiente confianza a su padre para compartírselo.
Efrén se sentó en la cocina a tomar un refresco. Siempre le había sido difícil acercarse a su hija. Recordó cuando ella era bebé. Caminó a su archivo y buscó una hoja que redactó para Cynthia a los pocos días de su nacimiento. La leyó reviviendo los sentimientos encontrados de un hombre que desde los inicios no sabe cómo lidiar con la paternidad.
Hija:
Eres un bebé, un bebé muy pequeño. Tienes apenas diez días de nacida y fuiste prematura, así que eres más pequeña que los bebés normales, pero yo sé que crecerás y serás el mayor orgullo de mi vida.
Estoy a solas contigo en mi habitación. No lo sabes, pero me encuentro aquí, atento a cada movimiento tuyo.
Quiero escribirte porque de algún modo tengo que desahogarme de esta emoción tan fuerte que me daña.
A veces te hablo, te digo con reservas todo lo que te amo. La euforia me inunda y entonces bajo la cabeza para besar tus piecitos y mirarte largamente.
No lo hago muy seguido porque casi no tengo la oportunidad de estar solo contigo. Apenas me encierro para disfrutarte, entra mi esposa o mi suegra y comienzan a hablarte como si fueras tonta y a hacerte ruiditos nasales o cantos absurdos. No sé por qué me molesta tanto que te traten así. A veces me da la impresión de que las visitas te miran como un juguete con vida, motivo de festejos y juegos. Mi cielo, ¡siento tantos celos de la gente que viene, te habla boberías, te da de comer y me aparta como si fuera el hombre inútil que no sabe cómo tratar a un bebé!
Cynthia, cuando te vi por primera vez sentí miedo, sentí la obligación de trabajar más fuerte, de esforzarme para darte lo mejor. Ahora, todo lo que pienso, hago y digo las veinticuatro horas del día, bien o mal, es para ti. Quiero decirte que has cambiado mi vida, que te esperé siempre, que soy el hombre más feliz de la Tierra porque estás aquí, conmigo, en esta habitación. Mi vida, que no me importa que sean las dos de la madrugada, te disfruto y te gozo aun dormida. Por primera vez siento la extraordinaria maravilla de ser padre…
Efrén volvió a guardar el documento y caminó hacia el cuarto en el que su esposa e hija se habían encontrado por casi una hora. Tocó la puerta.
Dhamar abrió.
—No sé de qué hablan, pero déjenme participar.
Su esposa asintió.
—Platica con Cynthia —dijo Dhamar abandonando el recinto.
Padre e hija se quedaron solos. Ella estaba sentada en la cama con la cara agachada.
—Papá, perdóname…
—¿Qué pasa?
—Tú sabes que Ricardo y yo teníamos planes de casarnos… lo hice por amor… creí en él.
Efrén asintió. En su juventud también fue un donjuán. Sedujo a varias chicas de la edad de Cynthia, semejantes en muchos aspectos a ella. Todo se veía tan diferente desde ese lado… Antaño como un conquistador, ahora como el padre de una joven conquistada.
—No creas que soy como mis compañeras de la motocicleta, papá —el tono de la chica era casi inaudible—. Pero tampoco soy como a ti te gustaría.
Sus palabras mostraban una angustia legítima.
—Tranquilízate, hija… —Su voz era amorosa, pero se hallaba desconcertado al ver a su pequeña angustiada por haberse entregado a destiempo. Le extendió un pañuelo para que limpiara sus lágrimas.