ANTES DE COMENZAR
—¿Quieres tener sexo?
Mi pregunta fue tan directa que bajaste la cara mostrándote agraviada. Diste media vuelta con intenciones de salir.
—Espera…
Te detuviste en el umbral de la puerta. El escote triangular de tu vestido dejaba a la vista la piel blanca de tu juvenil espalda.
—No te disgustes —supliqué acercándome—. Eres una mujer muy hermosa. Miles de hombres darían cualquier cosa por tenerte y me atrevo a suponer que ésta sería tu primera experiencia… Pero antes de que eso ocurra, me gustaría que supieras algunas cosas de mi pasado.
Te volviste muy lentamente con gesto desafiante.
—Muy bien. ¿Qué es exactamente lo que tratas de decirme?
Quise entrar en materia pero no conseguí más que tartamudear. Tu actitud apremiante y molesta bloqueó toda posibilidad de comunicación profunda. Hilvané un par de mentiras para eludir la escabrosa situación y di por terminada mi confidencia.
—¿Algún día me contarás la verdad?
Asentí con tristeza.
No te despediste al abandonar el lugar.
Apenas me quedé solo busqué una hoja para escribir.
Después de un rato detuve mi escritura y observé la prolija carta mientras limpiaba las lágrimas de mi rostro.
Soy un amigo que nunca te traicionará.
Traicioné a muchas mujeres en el pasado y, créeme, sufrí tanto por ello que no volveré a hacerlo jamás.
8
ENAMORARSE
Escogí un lugar alejado de las ruidosas avenidas, con luz tenue, música viva y abundante ornamentación vegetal. Cuando la pianista descansaba, el sonido del agua al caer y la tenue brisa de la fuente multicolor del restaurante nos hacían respirar cierto vapor agreste.
La cena fue buena pero ligeramente escasa.
Al terminar de comer, Dhamar alzó su copa y la tocó con la mía:
—Salud, por tu nuevo trabajo y por el gusto de estar juntos esta noche.
Respondí al brindis en silencio, mirándola fijamente. Su boca pequeña, sus dientes perfectos, sus agudas pupilas, toda ella me hacía sentir atracción y mesura a la vez. ¡Qué enloquecedora sensación y qué indómito e incongruente estado de ánimo me embargaban! Tragué saliva y apartando momentáneamente la vista, extraje de mi saco la hoja doblada.
—Es la carta que te escribí.
Su talante se iluminó con una sonrisa.
—Creí que no pensabas dármela… ¿Puedo leerla?
—¿Ahora?
—¿Por qué no?
—En ese caso, me gustaría leértela yo…
—Claro.
Me la devolvió y puso sus codos sobre la mesa en un gesto de infantil impaciencia.
Comencé la lectura con voz temblorosa y ella me escuchó atentamente. Poco a poco mi turbación se fue tornando en emotividad. Era una carta muy importante y ambos lo sabíamos. Tal vez por eso, muchos años después, cuando las circunstancias así lo permitieron, me atreví a pedirle que me la devolviera.
Aún la conservo como uno de los más valiosos testimonios de mi transformación.
Dhamar:
Un profundo sentimiento de amargura y desamparo se ha apoderado de mí esta noche.
Me gustaría que pudieras entrar en mi cabeza para comprender mejor esa revolución indómita, imposible de plasmar en una hoja de papel…
No me atrevo a decir que te amo. Tal vez lo justo sería decir que necesito amarte. Lo necesito desesperadamente.
El amor debe ser algo muy serio y yo siempre jugué al enamorado. Hacer eso corrompe el alma y malacostumbra al cuerpo. Convierte la relación hombre-mujer en algo mecánico, burdo, aprendido, como se aprenden las tablas de multiplicar o memorizan los datos de una clase inútil.
Mis compañeras de lecho solían hacer la misma exclamación después de la aventura. “¿Y esto es todo? ¿Por esto tanto alboroto? ¿Por algo tan insulso se polemiza así?”
Decepcionado por el concepto del amor que conocí, me dediqué a explotarlo, buscando más y más placer en él, empinándome en un barril sin fondo, metiendo las manos y la cara en esas aguas por las que navegaba, cegado por su fetidez y turbiedad. El clímax físico era muy similar a una pequeña muerte, algo poderoso y enajenante pero efímero y corto. Después de experimentarlo, el encanto desaparece y sólo quedan dos cuerpos.
Entonces me di cuenta de que mi barco se hundía en un pantano y que yo me hundía con él. Y el doctor Asaf apareció en mi vida. Y apareciste tú… Ahora he llegado a creer que las aguas del verdadero amor deben tener otro color y otro aroma y que mi barco no debe hundirse.
Soy un experto en amores, pero no conozco el amor. Desde hace varios años me he burlado de ese sentimiento “ciego” y sin sentido calificándolo como algo pueril, idealista y bobo que sólo los niños pueden inventar, pero ya no quiero burlarme, ya no puedo hacerlo, ¿me entiendes? Pensando en ti he imaginado lo extraordinario que debe ser dar todo a cambio de nada, desear lo mejor para la persona amada, disfrutar con su alegría y llorar con sus tristezas, permanecer a su lado en la adversidad para darle una frase de consuelo, de ánimo, de apoyo; entregar el alma y el corazón sin condiciones, sin pedir nada a cambio, por el simple gusto de darse, por la simple alegría de amar…
No me juzgues de impulsivo al hallarte con lo único que realmente intento decirte en esta carta: si alguna vez llego a amar a una mujer de esa forma me gustaría que fueras tú…
Te siento conmigo, Dhamar, y eso me da fuerzas, pero también me atemoriza. Porque si me equivoco esta vez, creo que nunca más seré capaz de levantarme.
Efrén…
El rostro de Dhamar estaba abstraído. Me observaba con la boca ligeramente abierta… Después de unos segundos agachó la cabeza sin saber qué decir. Era la primera carta emotiva que yo escribía en mi vida y, tal vez, la más sincera que ella recibía.
—Cuando te conocí me diste una impresión distinta. No creí que fueras tan sensible.
Su mano estaba sobre la mesa. Me imaginé tomándola para acariciarla, pero permanecí quieto. Era curioso que una simple mano me pareciera tan inalcanzable cuando en decenas de ocasiones toqué fácilmente partes mucho más íntimas del cuerpo de otras chicas.
—¿Cuántas novias has tenido? —preguntó. Me encogí de hombros con una sonrisa triste.
—Jamás le he pedido a una chica que sea mi novia, pero son bastantes con las que he tenido romances…
—¿Así nada más?
Asentí.
—Sí… El noviazgo está pasando de moda. ¿Lo has notado? Ahora cuando dos jóvenes se gustan simplemente salen juntos, se besan y se demuestran su amor sin declaraciones o formulismos.
—¿No te parece que estás generalizando?
Era cierto. Seguramente Dhamar no permitiría ser abrazada o besada por un muchacho “así nada más”. Miré al ventanal y mi vista se quedó fija por un tiempo, pero sin observar el lago del exterior.
—¿Qué somos nosotros, Efrén? —me preguntó Jessica con lágrimas en los ojos pocos días antes de que supiera que estaba embarazada.
—Somos lo que tú quieras. No nos unen títulos ni etiquetas preconcebidas, nos une la atracción, el cariño, y eso es lo que importa.
—Me tranquilizaría pensar que al menos somos novios.
—Piensa lo que quieras, pero a mí ese vocablo me sigue pareciendo cursi y pasado de moda.
Con Dhamar el término adquiría otro matiz, se convertía en un reto, un anhelo, una línea divisoria. Con ella me sentía incapaz de propasarme.
—¿Y tú? —le pregunté— ¿cuántos “novios” has tenido?
—Dos. Con el último duré casi tres años, pero después de leer un artículo que hablaba sobre noviazgo en la revista del doctor Asaf, terminé con él. Lo nuestro estaba muy lejos de ser una relación constructiva.
—¿Cómo dices? ¿El doctor Asaf escribe una revista?
—La dirige y edita. Es muy buena. Se llama Ideas prácticas sobre sexualidad.
—¿Qué clase de temas aborda?
—Celibato, unión libre, masturbación, pornografía, infidelidad, matrimonio, orgasmo.
—Vaya —suspiré—. Suena interesante. Me gustaría leerla.