INTRODUCCIÓN
Oíd y atended y escuchad; porque esto aconteció y tuvo lugar y pasó y fue, oh, queridos míos, cuando los animales domesticados todavía eran salvajes. El perro era salvaje y el caballo era salvaje y la vaca era salvaje... y todos caminaban por el húmedo bosque salvaje por su cuenta salvaje...
«El gato que caminaba solo»,
R UDYARD K IPLING
Durante cientos de miles de años, nuestros antepasados vivieron en un mundo en el que dependían de las plantas silvestres y los animales salvajes. Eran cazadores-recolectores, expertos consumados en supervivencia, pero usaban el mundo tal como lo habían encontrado.
Luego tuvo lugar la Revolución Neolítica —en momentos distintos, de formas distintas y en sitios distintos—, y por todo el planeta esos cazadores-recolectores empezaron a cambiar de manera crucial su modo de interactuar con otras especies. Domesticaron aquellas especies salvajes y se convirtieron en pastores y granjeros. La domesticación de las plantas y los animales prepararía el terreno para el mundo moderno, al permitir que la población humana creciera exponencialmente y que surgieran las primeras civilizaciones.
A base de desenterrar esta historia del pasado remoto de unas especies bien conocidas, descubriremos lo importantes que fueron —y son— aquellas plantas y animales para la supervivencia y el éxito de nuestra especie. Esas otras especies se han aliado con nosotros y ahora se encuentran por todo el mundo y han cambiado nuestras vidas inmensamente. Escarbaremos en el tiempo para encontrar sus —a veces sorprendentes— orígenes, pero también averiguaremos cómo el hecho de entrar a formar parte de nuestro mundo cambió a esas plantas y animales a medida que los domesticábamos.
Los orígenes de las especies domesticadas
Cuando el científico victoriano Charles Darwin se puso a escribir El origen de las especies —la piedra angular de la actual biología evolutiva—, fue consciente de que estaba a punto de soltar un bombazo, y no sólo en el ámbito de la biología. Entendió que tenía que realizar un trabajo preliminar importante antes de lanzarse a explicar sus extraordinarias ideas acerca de cómo las especies cambiaban con el tiempo, por medio de la acción inconsciente de la selección natural, que operaba su magia generación tras generación. Necesitaba transportar a sus lectores. Iban a escalar una montaña juntos: el ascenso estaría lleno de dificultades, pero las vistas desde la cima serían magníficas.
Por consiguiente, Darwin se contuvo de lanzarse directamente a explicar su revelación. Lo que hizo fue dedicar un capítulo entero —nada menos que veintisiete páginas en la edición que yo tengo— a detallar ejemplos de especies que habían evolucionado bajo la influencia humana. En el seno de una población de plantas o animales existen variaciones, y por medio de la interacción con esas variaciones los granjeros y criadores son capaces de modificar razas y especies, generación tras generación. A lo largo de cientos y miles de años, los humanos han promovido la supervivencia y reproducción de ciertas variantes y han limitado el éxito de otras; nuestros antepasados forzaron cambios en las especies y en las cepas, moldeándolas hasta que satisficieron más eficientemente las necesidades, deseos y gustos de la humanidad. Darwin llamó al efecto de la elección humana en esas especies domesticadas selección artificial . Era una idea con la que él sabía que sus lectores se sentirían familiarizados y cómodos. Podía describir cómo la selección que llevaban a cabo granjeros y criadores —eligiendo a unos individuos particulares para la cría y descartando a otros— producía pequeños cambios con el paso de las generaciones, y cómo esos cambios se acumulaban con el tiempo de tal manera que a veces emergían distintas cepas o subtipos de una sola estirpe.
De hecho, esta introducción amable al poder de la selección para causar cambios biológicos no era un simple recurso literario. El propio Darwin se había puesto también a estudiar la domesticación, convencido de que ésta podía explicar el mecanismo de la evolución de forma más general: cómo podían modificarse gradualmente las plantas silvestres y los animales salvajes. Escribió: «Me pareció probable que un estudio meticuloso de los animales domesticados y de las plantas cultivadas ofreciera la mejor oportunidad para resolver este intrincado problema». Y añadió, casi con un destello en la mirada: «Y no me vi decepcionado».
Una vez discutidos los efectos de la selección artificial, Darwin ya pudo proceder a introducir su concepto central de la selección natural como mecanismo subyacente a la evolución de la vida en el planeta, el proceso inconsciente que con el tiempo propaga las modificaciones y genera no sólo cepas nuevas, sino también especies nuevas.
Al leer su libro hoy en día, nos confunde la palabra artificial . En primer lugar está la otra acepción de artificial como sinónimo de falso . Éste no es el sentido en el que Darwin empleaba el término; él quería decir artificial en el sentido de «por medio de un artífice». Aun así, la palabra implica un matiz de astucia que exagera el rol de la intención consciente en el proceso de domesticación de las especies. La crianza moderna de animales y plantas se puede llevar a cabo con metas cuidadosas y deliberadas en mente, pero la historia previa de nuestras relaciones con las especies que se convirtieron en nuestras principales aliadas revela una asombrosa falta de planificación.
Así pues, podríamos intentar sustituir la palabra artificial por otra nueva, pero hay otro problema. Teniendo en cuenta que ahora aceptamos el papel fundamental de la selección natural en la evolución, y que el señor Darwin ya no necesita convencernos a la mayoría de esta realidad biológica, ¿seguimos necesitando una categoría distinta para la influencia de los humanos en la evolución de las especies domesticadas?