Índice
Sinopsis
Esta obra aborda una historia olvidada, que arrancó hace cerca de siete millones de años, cuando nuestro linaje se separó del de los chimpancés. ¿Cómo se forjó la naturaleza humana? Es decir, ¿cómo la humanidad fue adquiriendo los caracteres que nos definen como humanos? ¿Se trató de un proceso gradual y aditivo? ¿O más bien nuestra humanidad se forjó de golpe, a saltos y trompicones? ¿Somos un ejemplo de evolución discontinua? Desde el punto de vista de la paleontología no nos convertimos en humanos de la noche a la mañana. Ningún australopitecino se despertó un día sabiendo que era un humano hecho y derecho. La historia es mucho más larga y compleja. ¿Por qué hemos llegado adonde hemos llegado?, ¿cuáles han sido las presiones evolutivas que nos han hecho tal como somos?
GENES, CEREBROS Y SÍMBOLOS
Las raíces de la naturaleza humana
Jordi Agustí
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* Alef, símbolo de los números transfinitos de Cantor
Prólogo
Qué, cuándo, cómo y por qué de la naturaleza humana
Este ensayo tiene su origen en la amable invitación que recibí por parte de Víctor Gómez Pin para participar junto a otros compañeros (Eudald Carbonell, José María Bermúdez de Castro...) en el X Congreso Internacional de Ontología, celebrado en San Sebastián en 2012 bajo el lema «De las partículas elementales a la naturaleza humana». En este congreso se nos invitaba a que definiésemos desde nuestra perspectiva de paleontólogos la naturaleza humana, lo que hace humano al ser humano. Con posterioridad, me vi de nuevo confrontado con el tema en el siguiente Congreso Internacional de Ontología, celebrado en 2014 de nuevo en San Sebastián, así como en sucesivas conferencias y seminarios. Inevitablemente, la interrogación sobre la naturaleza humana acabó convirtiéndose en un tema ineludible. El resultado previsible es el libro que el lector tiene en sus manos.
La pregunta sobre la naturaleza humana es una constante en la filosofía desde Aristóteles hasta Hannah Arendt, pasando por René Descartes, John Locke, Immanuel Kant, Max Scheler o Ernst Cassirer. Desde un punto de vista filosófico, la cuestión se dirime entre dos posiciones enfrentadas. Existe un punto de vista que podríamos calificar de historicista (o existencialista, si se prefiere), según el cual no existe algo a lo que podamos identificar como «naturaleza humana», somos simplemente historia, contingencia. Desde este punto de vista, somos hijos de la casualidad. En otras palabras, somos nuestra historia, lo que nos sucede. Como escribió Ortega y Gasset: «El hombre no tiene un “ser” dado de una vez por todas; su “ser” es su historia». O como dijo Woody Allen, «somos la suma de nuestras decisiones». Frente a esta posición historicista, se encuentra lo que podríamos calificar como posición esencialista o, si se prefiere, estructuralista. De acuerdo con esta segunda posición no somos simplemente el resultado de lo que nos sucede en cada momento. Llevamos en nuestra herencia una estructura, que condiciona nuestro comportamiento y evolución futura.
En el ámbito de las ciencias positivas el debate sobre la paradoja humana ha sido un tema recurrente de la biología evolutiva, desde Charles Darwin hasta Frans de Waal, pasando por Thomas Huxley, Alfred R. Wallace, Pierre Teilhard de Chardin, Jean Rostand, Desmond Morris o Edward O. Wilson. Somos a la vez tan semejantes y tan diferentes de nuestros más próximos parientes antropomorfos... Las principales aportaciones en este sentido proceden de disciplinas como la biología molecular, la sociobiología o la etología de primates. Todas ellas se han basado en la comparación con nuestros parientes vivos más próximos. Pero no somos bacterias, ni hormigas ni tampoco chimpancés. Todos estos enfoques se ocupan de delimitar la naturaleza humana, pero no tratan del origen de la naturaleza humana—el cuándo y el cómo— ni de los factores que nos han hecho humanos—el qué y el porqué—. Hay una historia perdida de cerca de siete millones de años, cuando nuestro linaje se separó del de los chimpancés.
Martin Heidegger afirmó que la gran pregunta de la filosofía es por qué existe el ser y no la nada. Pero la gran pregunta es más bien por qué existe una mente capaz de plantearse esta pregunta. La primera cuestión tal vez no tenga respuesta, pero sí podemos contestar la segunda. ¿Cómo se forjó la naturaleza humana? Es decir, ¿cómo la humanidad fue adquiriendo los caracteres que nos definen como humanos? ¿Se trata de un proceso gradual y aditivo? ¿O más bien nuestra humanidad se forjó de golpe, a saltos, a trompicones? ¿Somos un ejemplo de evolución discontinua? Desde el punto de vista de la paleontología no nos convertimos en humanos de la noche a la mañana. Ningún australopitecino se despertó un día sabiendo que era un humano hecho y derecho, ninguna pareja de australopitecinos concibieron de pronto una cría humana. La historia es mucho más larga y compleja. ¿Por qué hemos llegado donde hemos llegado?, ¿cuáles han sido las presiones evolutivas que nos han hecho tal como somos? Son preguntas a las que pretende dar respuesta este ensayo.
Esta obra sigue la estela de otros ensayos anteriores, como Los primeros pobladores de Europa, La gran migración o El precio de la inteligencia, en los que se abordaron temas afines pero no de una manera explícita. Por lo demás, dado el carácter más general de este ensayo, he tratado en lo posible de no entrar en polémicas sobre la posición evolutiva y la sistemática de las diferentes especies de homínidos fósiles, de las que la paleoantropología rebosa. Respecto a la traducción de algunos términos, utilizo la palabra «antropomorfo» para referirme a lo que en inglés se denomina ape, un vocablo que en castellano no es equivalente al de «simio» o «antropoide», como a veces incorrectamente se traduce. Igualmente utilizo el término «trayectoria vital» para referirme a lo que en inglés se conoce como life-history. He tomado prestado sin su permiso el hermoso título de La piedra que se volvió palabra para una de las secciones del capítulo 6, que mis admirados colegas Francisco J. Ayala y Camilo J. Cela Conde pusieron a una de sus obras (aunque luego desgraciadamente no desarrollaran el tema). Esta obra se ha beneficiado de numerosas horas de debates y conversaciones con mis compañeros del Institut Català de Paleoecologia Humana i Evolució Social, en Tarragona. Muy especialmente, estoy en deuda con Enric Bufill, Carles Lorenzo, Marina Mosquera y con mi amigo Eudald Carbonell. Debo a Adrián Arroyo, también del mismo instituto, la información relativa a los monos capuchinos del parque de Serra da Capivara, en el estado de Piauí, en Brasil, que menciono al final de esta obra.
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¿Qué nos hace humanos?
Con frecuencia el paleontólogo se ve interpelado sobre cuestiones tales como «¿cuándo apareció el ser humano?» o «¿cuánto tiempo llevan los humanos sobre la Tierra?». Para responder a este tipo de preguntas hace falta primero ponerse de acuerdo sobre qué entendemos por «ser humano», es decir, cuáles son las características que permiten distinguir a un humano de cualquier otra criatura viviente.
Fue el botánico Carl von Linné quien estableció una primera definición científica de ser humano, en el marco de su obra Systema Naturæ (1735), que constituye el primer intento riguroso de clasificación de los seres vivos. Para dicha clasificación, Linné se basó en la definición aristotélica de esencia. Así, de acuerdo con Aristóteles, la esencia de cualquier objeto de este mundo puede descomponerse en dos componentes. De un lado está el género, la categoría dentro de la cual puede encuadrarse cualquier entidad. Al género se le añade entonces la diferencia específica, aquella cualidad que permite distinguir a esa entidad del resto de las entidades alojadas en ese género. Así, en la décima edición de su obra, Linné define por primera vez al género