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García Lorenzana Francisco - El último superviviente: Siete millones de años de historia, 27 especies que nos precedieron pero sólo una permaneció

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García Lorenzana Francisco El último superviviente: Siete millones de años de historia, 27 especies que nos precedieron pero sólo una permaneció
  • Libro:
    El último superviviente: Siete millones de años de historia, 27 especies que nos precedieron pero sólo una permaneció
  • Autor:
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    Grupo Planeta
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    2013
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El último superviviente: Siete millones de años de historia, 27 especies que nos precedieron pero sólo una permaneció: resumen, descripción y anotación

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La historia de la evolución del ser humano podría asemejarse al juego del cara o cruz. Salió cara cuando nuestros ancestros tuvieron que evolucionar en la selva africana. Y cruz cuando dejó de llover y empezó la deforestación. Salió cara cuando tocó vivir en la sabana. Y cruz cuando hubo que buscar comida y empezaron a surgir depredadores. Entonces, veintisiete especies distintas de protohumanos desarrollaron características que debían ayudarles a sobrevivir. A veintiséis de ellas les salió cruz. Afortunadamente, a nosotros nos salió cara. Chip Walter narra fenómenos evolutivos tan extraños y complejos como la excepcionalmente larga etapa de la infancia, se sumerge en las raíces de la creatividad, analiza por qué hemos desarrollado un nuevo tipo de mente y cómo nuestra naturaleza altamente social ha dado forma a nuestro comportamiento moral (e inmoral). Describe también otras especies de humanos que han evolucionado de forma sorprendente con nosotros: los neandertales europeos, los hobbits de Indonesia, los denisovanos de Siberia, o los habitantes de la Cueva del Ciervo Rojo, recientemente descubierta en China.

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Índice

Para Cyn. Mi brújula y mi Gibraltar.

Nota del autor

A pesar de su nombre con resonancias académicas, el campo de la paleoantropología se ve asediado por un buen montón de polémicas. Que se dedique a la exploración del pasado más remoto y que se base en trocitos de huesos fosilizados que aparecen a regañadientes o son arrancados de la tierra no ayuda en nada a la inexactitud de esta ciencia o a los desacuerdos que genera. Aunque todos los investigadores en este campo trabajan muy duro para aplicar en su labor la objetividad del método científico, la naturaleza de la misma implica bastantes especulaciones. Así, mientras un científico o un grupo de científicos cree que los fósiles que han desenterrado de una criatura en particular exigen que se les clasifique como una especie nueva, otros creen con la misma convicción que se trata simplemente de un nuevo ejemplar de una especie ya descubierta. Por ejemplo, algunos científicos tienen buenas razones para crear la clasificación de Homo antecessor . Pero otros con tanta reputación como ellos y tan concienzudos en su pensamiento, argumentan que esa especie no existió nunca.

Nadie lo sabe en realidad. Las pruebas son demasiado escasas y aleatorias. Hemos inventado todos estos nombres como un método conveniente para organizar el caos de los descubrimientos durante los últimos 150 años. No se trata de que las criaturas se designasen con la nomenclatura que les hemos otorgado. Ni tampoco podemos comprender lo que desconocemos, de manera que nunca podemos decir si hemos descubierto las pruebas fragmentarias del 80 por ciento de nuestros ancestros directos y de las especies que son nuestros primos hermanos, o sólo el 1 por ciento.

Con demasiada frecuencia, los seres humanos podemos dar la impresión de que comprendemos más de lo que realmente sabemos, o que sencillamente nos lo hemos inventado. Como verán, no es así. Una de las razones de la importancia de este libro se debe a que el árbol familiar humano, o para ser más precisos, nuestra visión muy limitada del mismo, ha cambiado mucho en los últimos cinco años.

Los avances en la genética, las innovaciones en la datación por radiocarbono, junto con la simple y vieja creatividad científica y clavar mucho los codos, han mejorado en gran medida nuestras hipótesis y han ayudado a analizar los descubrimientos que hemos hecho, en especial en los años más recientes. No habría ni la más mínima esperanza, por ejemplo, de tener ni la más remota idea de si una muela del juicio y la punta de un dedo meñique encontrado hace tres años en una cueva en Siberia pertenecen a una especie completamente nueva de humanos (los científicos la llaman Homínido de Denisova) con la que los neandertales y nosotros podrían compartir un ancestro común. Estas pruebas escasas incluso nos revelan que nos apareamos con ellos. Ni sabrían que miles de millones de humanos (incluido usted, muy posiblemente) tienen sangre neandertal corriendo por las venas. Pero sabemos que estos datos sorprendentes son ciertos, aunque han dado completamente la vuelta a teorías que antes se consideraban como el evangelio.

Aun así, a pesar de estos avances y los descubrimientos excitantes que han hecho posible, conocer nuestro pasado es un poco como intentar encontrar las llaves del coche en el Sáhara con una linterna.

Planteo esto en este instante para clarificar un punto concreto: no sabemos exactamente cuántas especies humanas han evolucionado a lo largo de los últimos siete millones de años. Posiblemente no lo sabremos nunca. Pero he intentado llegar a un número aceptable y defendible que demuestra el argumento mucho más importante de que, a pesar de las polémicas que tienen lugar dentro de este campo, la historia de cómo hemos llegado a ser es mucho más intrigante y complicada de lo que habíamos pensado sólo hace unos pocos años. Para mí, esto es bueno.

Introducción

D urante los últimos 150 años hemos conseguido tropezar, desenterrar y sacar a la luz por cualquier otro método algunas pruebas de que veintisiete especies humanas diferentes ( homininos , para utilizar el término científico correcto)

De todas las variedades de humanos que han nacido, luchado, vagabundeado y evolucionado, ¿por qué somos los únicos que seguimos aquí? ¿No podría haber sobrevivido más de una versión y coexistido con nosotros en un mundo tan grande como el nuestro? Leones y tigres, panteras y pumas, coexisten. Gorilas, orangutanes, bonobos y chimpancés también lo hacen (aunque con dificultades). Dos tipos de elefantes y múltiples versiones de delfines, gorriones, tiburones, osos y escarabajos viven en el planeta. Pero sólo un tipo de humanidad. ¿Por qué?

Una creencia habitual es que ahora estamos solos porque desde un principio nunca tuvimos compañía. Según estas ideas, evolucionamos en serie a partir de una sola sucesión de ancestros mejor dotados, cada uno sustituyendo al modelo anterior en cuanto la evolución lo había mejorado. Y así subimos escalón a escalón (Aristóteles lo llamó la «Gran Cadena del Ser»), mejorando desde lo primigenio e incompetente hasta lo moderno y perfectamente dotado. Según esta visión, sería imposible que tuviéramos a otra especie contemporánea nuestra. ¿Quién más podría haber existido, excepto nuestros antecedentes directos y extinguidos? ¿Y adónde podría conducir que no fuéramos nosotros, el resultado final perfecto?

Resulta que todo esto es erróneo. De las veintisiete especies humanas que se han descubierto hasta el momento (y lo más probable es que tengamos que descubrir muchas más), un número considerable de ellas vivieron juntas. Compitieron, a veces es posible que se apareasen, más de una vez una especie acabó con otra, ya fuera directamente con el asesinato o sencillamente teniendo más éxito en la explotación de unos recursos limitados. Aún seguimos excavando y rascando para encontrar las respuestas, pero cada vez aprendemos más.

Si queremos situar nuestra entrada en escena en algún tipo de perspectiva, resulta adecuado recordar que todas las especies sobre la Tierra y todas las especies que han vivido sobre la Tierra (según algunas estimaciones, unos treinta mil millones), disfrutan de un pasado largo y complejo. Cada una de ellas procedió de algo bastante diferente de lo que resultó al final, normalmente por rutas enrevesadas y sorprendentes. Resulta difícil imaginar, por ejemplo, que las ballenas azules que en la actualidad recorren los océanos del mundo como si fueran grandes leviatanes marinos, fueron en su momento animales con pelaje y pezuñas, que deambulaban por las llanuras al sur del Himalaya hace unos cincuenta y tres millones de años. O que las gallinas y los avestruces son los descendientes bastante improbables de los dinosaurios. O que los caballos fueron en su momento pequeños mamíferos de cerebro diminuto, no mucho más grandes que un gato doméstico con una cola larga. Y que los perros pequineses que decoran los cojines de tantos hogares por todo el mundo pueden situar sus ancestros en los lobos grises ágiles y letales del norte de Eurasia.

La idea es que detrás de cada ser vivo se encuentra una historia cautivadora de cómo las fuerzas de la naturaleza y del azar lo transformaron, paso genético tras paso genético, hasta las criaturas que son en la actualidad. Nosotros no somos una excepción. Usted y yo también hemos llegado al presente a través de una ruta enrevesada y sorprendente, y en su momento fuimos bastante diferentes de como somos ahora.

Las teorías sobre nuestros ancestros se han enmendado con frecuencia porque no dejan de plantearse nuevas teorías de cómo aparecimos en la existencia; de hecho, en bastantes ocasiones mientras se escribía este libro. Pero si dejamos de lado los detalles, sabemos algo con certeza: por cada variedad de humano que ha llegado y se ha ido, incluidos los que creemos que hemos identificado como nuestros predecesores directos, estos siete millones de años se han cobrado un gran peaje. La supervivencia ha sido siempre un empleo a tiempo completo y un objetivo muy escurridizo. (Lo sigue siendo para la mayor parte de los humanos en el planeta. Más de cuatro mil millones de personas —casi las dos terceras partes de la raza humana— subsiste cada día con menos de dos dólares.) Pero afortunadamente, al menos para usted y para mí, mientras que la danza turbulenta de la evolución dejó obsoleta la última línea de ADN no- Homo sapiens hace unos once mil años, permitió que el nuestro continuase hasta que, finalmente, de todas las especies humanas que han existido, hemos descubierto que somos el último mono en pie, el último superviviente.

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