El Concepto del Continuum
En busca del bienestar perdido
Jean Liedloff
Editorial OB STARE
El Concepto del Continuum
En busca del bienestar perdido
© Jean Liedloff (por los textos)
© Núria Martí (por la traducción)
© Jesús Sanz Sánchez (por la fotografía de la cubierta)
© Editorial OB STARE (para esta edición)
ISBN: 978-84-942606-2-9
Introducción
T res meses antes de publicarse este libro por primera vez en 1975, una amiga me pidió que le dejara la prueba impresa a una pareja que esperaba su primer hijo. Más tarde conocí a Millicent, la esposa, cuando vino a comer a casa con su hijo Seth, que tenía tres meses. Me contó que ella y su esposo Mark, que era médico, estaban convencidos de que mis ideas tenían sentido porque concordaban con lo que sentían. Estaba muy entusiasmada por que otros padres leyeran el libro, pero le preocupaba que algunos se desanimaran con la idea de tener que mantener un constante contacto físico con sus hijos durante meses.
—Entendí la idea —dijo—, pero estaba segura de que no podría llevar encima el peso equivalente a un saco de patatas de 4,5 a 7 kg. las veinticuatro horas del día. Temo que esto pueda desanimar a la gente. ¿Por qué no sigues solo con la idea de dejar la compra en el cochecito y llevar en brazos al bebé como he oído que decías por la radio? La mayoría de las madres estarán dispuestas a hacerlo, y cuando lleguen a casa desearán seguirlo llevando en brazos. Yo nunca me separé de Seth porque no sentí ningún deseo de hacerlo.
—Esa era la idea —le dije—. Solo funciona cuando el bebé está ahí y tú mantienes un contacto físico con él porque así lo sientes y no porque alguien haya dicho que debas hacerlo. Ni tampoco desearás dedicarte a servir a un bebé hasta ese punto, a no ser que lo conozcas y que te hayas enamorado de él.
—He resuelto el problema de mi baño cogiendo a Seth y bañándome con él —prosiguió—. Si Mark vuelve a casa a tiempo, tampoco puede resistirse y se mete con nosotros en la bañera. Le encanta dormir con Seth tanto como a mí.
—He descubierto la forma de hacer las tareas domésticas y de cuidar el jardín sin dejar a Seth. Solo me separo de él cuando hago la cama, y entonces le hago saltar entre las sábanas y las mantas, a mi hijo esto le encanta. Y para subir el carbón del sótano espero a que Mark pueda ayudarme. El único momento en el que me separo de Seth es cuando salgo a dar una vuelta con mi caballo; una amiga se ocupa de él.
Pero al final del paseo siempre estoy ansiosa por volver a estar con mi hijo. Por suerte, como he montado el negocio de la imprenta con una amiga, no he tenido que dejar mi ocupación. Trabajo de pie y ahora ya me he acostumbrado a llevar a mi hijo en un canguro en la espalda o sobre la cadera. Cuando quiere mamar, atraigo el canguro hacia adelante. El niño no necesita llorar, solo lanza un gruñido y encuentra el pecho. Por la noche, solo tiene que acurrucarse contra mí para decirme que tiene hambre; le ofrezco el pecho sin más y ni siquiera tengo que despertarme del todo.
Seth permaneció relajado y callado durante todo el almuerzo, como lo habría hecho un bebé yecuana, sin molestar para nada.
Es comprensible que los bebés occidentales no sean bienvenidos en las oficinas, las tiendas, los talleres o incluso en las cenas. Normalmente chillan y patalean, agitan los brazos y tensan sus cuerpecitos, de modo que se necesitan dos manos y mucha atención para tenerlos bajo control. Parece ser que están nerviosos porque tienen un montón de energía sin liberar al no haber estado en contacto físico con el campo energético de una persona activa que ejerce de manera natural un efecto descargante, y al cogerlos en brazos siguen estando rígidos de tensión e intentan liberarse de esa molestia doblando los miembros o señalando a quien los sostiene en brazos para que le haga pegar botes al ponerlo sobre las rodillas o lo lance al aire. Millicent se sorprendió al descubrir la diferencia que había entre el suave tono del cuerpo de Seth y el de otros bebés. Dijo que el cuerpo de los otros bebés estaba más tieso que un palo.
En cuanto se reconozca que tratar a los bebés como nosotros habíamos estado haciendo durante cientos de miles de años nos asegura unas tranquilas, suaves y poco exigentes criaturitas, los jefes ya no necesitarán causar problemas a las madres trabajadoras que no deseen estar aburridas y aisladas todo el día dentro de casa sin la compañía de otros adultos. Los bebés estarían de este modo donde necesitan estar: en el trabajo con sus madres; y las madres también estarían donde necesitan estar: con personas de su edad, no cuidando al bebé, sino haciendo algo digno de un adulto inteligente. Pero lo más probable es que los jefes no se muestren abiertos a esta opción hasta que la fama de los bebés no haya mejorado. La revista Ms hizo un esfuerzo heroico por llevar a los bebés a sus oficinas, pero no habría tenido que ser tan heroico si en lugar de aislarlos dejándolos en los cochecitos junto a los escritorios hubieran estado en contacto con el cuerpo de la madre.
No todo el mundo pone en práctica los principios del continuum con tanta rapidez y entusiasmo como Millicent y Mark, que ahora han criado a sus otros hijos como lo hicieron con Seth. Anthea, una madre, me escribió contándome que en cuanto acabó de leer el libro descubrió que debía de haber escuchado sus instintos en lugar de los consejos de los «expertos» en el cuidado del bebé, pero ahora tenía un hijo de cuatro años, Trevor, con el que había cometido todo tipo de errores. El hijo que estaba esperando sería un bebé continuum desde el principio, pero ¿qué podía hacer con Trevor?
No solo es difícil llevar en brazos a un niño de cuatro años para reparar la falta de contacto físico que ha sufrido, sino que para él también es importante jugar, explorar y aprender como le corresponde a su edad cronológica. Sugerí a Anthea y a Brian que durmieran con su hijo por la noche, pero que durante el día mantuvieran con él la misma tónica que antes, a excepción de dejarle subir al regazo siempre que él quisiera y de estar físicamente disponibles todo lo que pudieran. También les pedí que escribieran cada día lo que iba sucediendo, ya que esto ocurría poco después de haber publicado el libro y pensé que su experiencia podía ser útil para otras personas.
Anthea fue anotándolo todo fielmente a diario. Durante las primeras noches, ninguno pudo dormir demasiado. Trevor no dejaba de moverse y quejarse. Les metía los pies en la nariz, y el codo, en las orejas. Les pedía agua a una hora infame. Una vez, Trevor intentó dormir atravesado, y los padres, a cada uno de los bordes de la cama tuvieron que aferrarse al colchón para no caerse. Más de una vez, Brian salió de casa por la mañana para ir a la oficina pisando fuerte, con los ojos enrojecidos y de malhumor. Pero perserveraron en el intento, al contrario de otras familias que acababan diciéndome después de tres o cuatro noches de prueba No funciona; no hemos podido dormir, y se rendían.
Al cabo de tres meses, Anthea me contó que Trevor ya no les causó más problemas, a partir de entonces los tres durmieron apaciblemente todas las noches. Y no solo mejoró notablemente la relación que Anthea y Brian mantenían con Trevor, sino también la relación de pareja. Y al final del relato me dijo, mencionando el tema por primera vez: ¡Trevor ha dejado de comportarse de manera agresiva en la escuela!
Trevor decidió volver a su cama tras varios meses, después de haber recibido la correspondiente ración de dormir con sus padres que le había faltado siendo un bebé. Su nueva hermanita también durmió, como es natural, con sus papás, y Trevor, después de decidir volver a su cama, sabía que podía dormir con sus padres siempre que lo necesitara.