La sociedad gaseosa
Alberto Royo
Prólogo de
Enrique Moradiellos
Primera edición en esta colección: marzo de 2017
© Alberto Royo, 2017
© del prólogo, Enrique Moradiellos, 2017
© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2017
Plataforma Editorial
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ISBN: 978-84-17002-09-1
Diseño de cubierta y fotocomposición: Grafime
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A Alicia, siempre.
A mis hijos, Juan y Amaia.
Las convicciones son esperanzas.
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Índice
Prólogo
Parece evidente que hay ciertas profesiones que están mejor preparadas que otras para apreciar y sentir directamente los pálpitos más intensos de la vida social por su propia función y materia de trabajo. Es probablemente el caso de la policía (por su recurrente contacto con la maldad en sus diferentes modalidades), de la medicina (por su íntimo conocimiento de las variadas dolencias de los enfermos) y acaso de la judicatura (por su propia necesidad de arbitrar conflictos entre individuos heterogéneos). También es con seguridad el caso del profesorado, singularmente del encargado de los niveles de educación secundaria, por su estrecha relación con los segmentos de población que están destinados a marcar el futuro de las sociedades, puesto que han dejado ya atrás la infancia, pero todavía no están plenamente integrados en la ciudadanía activa y decisoria en términos sociopolíticos.
Alberto Royo (Zaragoza, 1973) es un musicólogo y profesor de música en enseñanza secundaria que ejerce a día de hoy su labor en Navarra. Es también un músico de oficio (guitarrista) prestigioso, amén de un prolífico comentarista de actualidad a través de su blog personal (). Y es, finalmente, autor de un notable ensayo sobre los males educativos de los últimos decenios en España (Contra la nueva educación, Plataforma, 2016).
Esta nueva obra se incardina de manera muy coherente en la trayectoria de su autor y, de hecho, recoge, amplía y estructura algunas de sus previas intervenciones públicas en formato periodístico, bloguero o incluso televisivo. No en vano, el libro es en realidad un ensayo que da cuerpo a sus reflexiones sobre la problemática educativa en contextos más generales y determinados por esa «sociedad gaseosa» que parece regirse por la ausencia de criterios sólidos, razonamientos firmes y limitados horizontes éticos, todos ellos sustituidos por el relativismo estéril, la ramplonería argumentativa y el pragmatismo cortoplacista.
La mirada inquisitiva del ensayo de Alberto Royo se articula en varios epígrafes que tratan diferentes pero conexos aspectos de nuestra problemática socioeducativa con un estilo directo pero elegante, no pocas veces irónico y siempre comprometido y esperanzado: desde el más actual debate sobre los deberes escolares a la más clásica polémica sobre el papel de la pedagogía en la formación de los educadores, pasando por los retos planteados por la moderna tecnología a la actividad docente o la utilidad formativa de las humanidades en tiempos de descrédito humanístico. Y lo hace arropado por el aval de un conocimiento profundo de la literatura didáctico-pedagógica muy notable, que incluye la cita pertinente de autores clásicos como Quintiliano, Montaigne o Kant y el uso inteligente de autores actuales como Inger Enkvist, Gregorio Luri o George Steiner.
No es función de un prólogo resumir el texto prologado ni aquí se pretende cometer tal disparate. Pero sí cabe señalar y remarcar a los potenciales lectores, a juicio del prologuista, lo que es el mayor mérito de la obra que tiene el honor de introducir: la apasionada reivindicación del papel de la educación como esfuerzo institucional y personal para formar buenos ciudadanos que preserven y mantengan el nivel civilizatorio alcanzado (que no es un don del cielo irreversible, sino una conquista histórica costosa, contingente y nada garantizada para la eternidad). Y, como derivación lógica de todo ello, la defensa de una profesión docente que esté bien formada en sus fundamentos disciplinares y que se sienta y esté bien respetada en sus dimensiones socioinstitucionales. Ni más, ni menos.
El reverso de esas reivindicaciones es igualmente claro y nítido: combatir lo que el autor llama con buen juicio y acierto léxico el síndrome del «zangolotino». Se entiende por tal un personaje bien conocido por la sociedad actual y bien mimado por unas corrientes pedagógicas de supuestos indemostrados y efectos desastrosos: el alumno de secundaria («muchacho» y ya no «infante») al que se le permite comportarse «como un niño o al que se trata como un niño» (en la definición del Diccionario de autoridades de la Real Academia Española). De esa premisa mayor del zangolotino se deriva el corolario final de la errada concepción pedagógica que cambia voluntad de aprendizaje por motivación externa, énfasis en el saber sustantivo por atención al procedimiento adjetivo y apelación a la formación disciplinar del docente por desarrollo de sus facultades empáticas y emotivas.
Contra todas esas tendencias apuntadas y sufridas en primera persona como buen profesor de secundaria reacciona el ensayo de Alberto Royo sin reparos, con contundencia y mediante argumentada reflexión sazonada de ilustrativas anécdotas. Y todo ello bajo un principio rector bien expuesto: «Si discutimos que para enseñar lo más importante no es saber, admitimos que es posible enseñar sabiendo poco». Porque, entonces, el alumno deviene zangolotino mimado y cuidado hasta el desquiciamiento más absurdo y letal. En este punto, la pertinencia de la reflexión de Alberto Royo es más que oportuna y necesaria porque va contra corriente y enfrenta dogmas infundados, pero absurdamente bien asentados académica e institucionalmente.
A este respecto, baste recordar los resultados de un impactante informe de la Universidad de Durham del año 2015 sobre prácticas docentes efectivas o ineficaces (obra de un equipo dirigido por el matemático y pedagogo Robert Coe). En el primer caso, como recuerda Alberto Royo en su ensayo, el estudio confirmaba el acierto de la máxima clásica (Primum discere, deinde docere: Primero aprende y solo después enseña): el elemento primario y crucial para ser un buen profesor consiste en dominar su materia específica y conocer bien sus fundamentos científicos y disciplinares. En el segundo caso, también las conclusiones del informe son reveladoras: muchas prácticas docentes promovidas por las nuevas corrientes pedagógicas «pueden ser dañinas para el aprendizaje y no tienen ninguna base en las investigaciones empíricas». Y se cita textualmente el uso de la alabanza exagerada a los alumnos para motivarlos, permitir que descubran nuevas ideas por sí mismos, agrupar a los estudiantes por habilidades y presentar información a los estudiantes basándose en su «estilo de aprendizaje preferido».
En definitiva, Alberto Royo nada contra corrientes sociopedagógicas fuertes en su implantación mediática e institucional, pero débiles en su fundamentación científica y desastrosas en sus resultados sociales empíricos recurrentes. Por eso mismo es importante conocer sus argumentos, sostener su esfuerzo y contribuir a difundirlo hasta hacerlo mayoritario y dominante en esos espacios públicos informados y decisorios. A todos nos va mucho en esa labor. Sobre todo, a los jóvenes estudiantes de hoy y de mañana.
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