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Victoria Camps - Creer en la educación

Aquí puedes leer online Victoria Camps - Creer en la educación texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2009, Editor: Ediciones Península, Género: Ordenador. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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  • Libro:
    Creer en la educación
  • Autor:
  • Editor:
    Ediciones Península
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    2009
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Creer en la educación: resumen, descripción y anotación

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La idea que atraviesa este lúcido ensayo está contenida en su título: el problema fundamental que tiene la educación en nuestros días es la falta de fe. La educación ha perdido el norte, ha caído en la indefinición y ha olvidado su objetivo fundamental: la formación de la personalidad. Una formación que corresponde, sobre todo, a la familia, pero también a la escuela, a los medios de comunicación, al espacio público en todas sus manifestaciones. Urge, por tanto, volver a valores como el respeto, la convivencia, el esfuerzo, la equidad o la utilización razonable de la libertad. Es necesario recuperar el buen sentido de conceptos como autoridad, norma, esfuerzo, disciplina o tolerancia. Y, por encima de todo, hay que cambiar de perspectiva, eliminar tópicos y asumir que estos valores, estas actitudes, se pueden y deben enseñar. No podemos inhibirnos de la responsabilidad colectiva que supone educar. El futuro y el bienestar de la sociedad depende de nuestro compromiso.Dividido en once breves capítulos, Victoria Camps incide en la falta de motivación de alumnos y educadores. Camps relaciona esta problemática con el desarrollo de la sociedad de bienestar y de consumo, responsables en cierta medida del fracaso del modelo educativo imperante.

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A Daniel y Helena,

Guillermo y Nuria,

Félix y Cécile,

y a las nuevas generaciones de educadores

Creo que de todos los hombres que nos encontramos, nueve de cada diez son lo que son, buenos o malos, útiles o inútiles, gracias a la educación.

John Locke,

Pensamientos sobre la educación

PRÓLOGO

El propósito de estas páginas no es teñir de escepticismo o de nostalgia la tarea educativa. Ya tenemos suficiente con las miserias que día a día nos relatan los periódicos o la televisión. Todo lo contrario, lo que quisiera es contribuir, aunque sólo sea con unas pocas ideas, al retorno de la esperanza en la educación. Parto de la hipótesis de que no creemos en ella. Pensamos que es inútil intentarlo, que no vale la pena invertir más esfuerzos ni palabras. Los impedimentos y los obstáculos que se interponen a la voluntad de formar a las personas son tantos que no es necesario perder más tiempo. Este sentimiento de impotencia es el síntoma de una realidad, a mi parecer, incuestionable: la escasez de discusiones y debates serios sobre las finalidades de la educación. Nos lamentamos mucho, eso sí, de que la escuela no funciona bien, de que la familia ha abdicado de su responsabilidad y de que el entorno mediático no contribuye en absoluto a facilitar las cosas. Desde la política, se modifican cada dos por tres las leyes de educación, pero nunca se enfrenta con decisión y directamente la elevada tasa de fracaso escolar que tenemos. El discurso es negativo, no constructivo, porque nadie se plantea en serio hacia dónde queremos ir.

Diversos factores pueden explicar lo que está pasando. Uno de ellos es que las sociedades evolucionan en el buen sentido, es decir, que progresan. Las mujeres han empezado a poder trabajar fuera de casa y a competir con los hombres en la vida pública. El derecho a la educación se ha universalizado hasta el punto de que la reivindicación política del momento es la escolarización de los menores de tres años, porque hasta los dieciséis ya están escolarizados. Dos avances indiscutibles que, a su vez, dejan al descubierto unos vacíos que antes pasaban desapercibidos. De un lado, la tarea que desempeñaban las madres no ha sido sustituida por nadie y son ellas mismas las que, mejor o peor, han de seguir haciéndose cargo de sus hijos. De otro, la masificación escolar plantea situaciones problemáticas inéditas. Además, todo ello coincide con la democratización de las instituciones y con la secularización de la sociedad. Nos encontramos solos ante el reto educativo, sin otro soporte que el de unos valores éticos o constitucionales bastante abstractos e indefinidos, la declaración de los derechos humanos y poco más, porque ni siquiera nos ponemos de acuerdo sobre qué quiere decir «tolerar» o «aceptar» al que es diferente de nosotros. La educación autoritaria y punitiva pertenece a una época pasada que no deseamos que vuelva, pero hemos comprobado que no se educa únicamente desde la nada y el dejar hacer. Algo hay que enseñar si queremos educar. Existe un conjunto de valores, actitudes y maneras de actuar que no se aprende si nadie se toma la molestia de enseñarlo. Valores como el respeto, la convivencia, el esfuerzo, la equidad o el uso razonable de la libertad. En definitiva, todo este cúmulo de incertidumbres y dudas, de desorientación, ha conducido al abandono, diría generalizado, de la responsabilidad educativa.

Las consideraciones que siguen han querido dejar claros algunos de los problemas que actualmente tenemos para educar, pero sin catastrofismo, porque lo que está pidiendo a gritos la educación es credibilidad y reconocimiento. Entre la educación rígida e inflexible del franquismo y el nacionalcatolicismo y la no educación tiene que existir un término medio. Espero haber dado algunas pistas para hallar este camino. Pistas que apuntan a recuperar el buen sentido de conceptos como autoridad, normas, disciplina o respeto. La educación está estrechamente vinculada a la ética entendida como la formación del carácter de una persona. Una formación que corresponde, principalmente, a la familia, pero también a la escuela, a la televisión y a la política en todas sus manifestaciones. El individualismo es uno de los rasgos que distinguen a nuestra sociedad; el otro es la soberanía del mercado, cuya oferta sin límites estimula la satisfacción inmediata de cualquier deseo. La conclusión es que falta cooperación y complicidad entre los diferentes agentes sociales que tendrían que tomarse en serio la educación de los menores y que es necesario luchar contra la potentísima fuerza del mercado que lo invade todo, sin consideración hacia otras metas y valores diferentes de los económicos.

Creo que luchar contracorriente ha sido siempre la constante de la educación. De no ser así no haría falta educar. La educación es necesaria, en primer lugar, por una razón tan sencilla como la de que nadie nace educado. Al niño se le tiene que enseñar todo, las predisposiciones genéticas constituyen solamente una condición de lo que llegará a ser en el futuro, que dependerá de lo que se le haya querido inculcar y de las influencias recibidas. En segundo lugar, las reglas de la oferta y la demanda, que son las del mercado, son insuficientes para conseguir una sociedad libre y justa. Es necesario que la política corrija las disfunciones del mercado y también que la educación forme las actitudes de las personas en el buen sentido. Si apuntamos sistemáticamente a la educación ante cualquier situación conflictiva—maltrato de la mujer, violencia callejera, vandalismo, falta de civismo—es porque no todo se resuelve legislando. Las leyes no transforman la realidad si no van acompañadas de la voluntad de las personas que, en definitiva, tienen que aplicar las leyes y hacerlas cumplir correctamente. Crear personas responsables es una de las finalidades de la educación.

Este libro es únicamente un librito, conciso y, espero, poco denso. Me consideraría satisfecha si consiguiese transmitir lo que quiere reflejar el título: Creer en la educación es nuestra asignatura pendiente. Para poder creer tenemos que eliminar unos cuantos prejuicios y corregir una serie de malentendidos. Y, especialmente, deberíamos hacer lo posible para no tener que repetir lo que Rousseau lamentaba en el inicio de su Emilio : «Pese a tantos escritos que, según dicen, tienen como finalidad la utilidad pública, la primera utilidad, que es el arte de formar a los hombres, todavía permanece olvidada».

Sant Cugat del Vallès,

mayo de 2008

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EDUCACIÓN SIN NORTE

Hace tiempo que se acabó la educación manu militari prevaleciente en las escuelas hasta bien entrados los años sesenta. Las generaciones que han ido creciendo desde entonces han sido formadas al margen de la organización jerárquica y del sentido de la disciplina que dominó la formación de sus padres y abuelos. Aquélla era una disciplina marcada por reglas que sólo tenían una lectura posible, la lectura que venía dada por la autoridad reconocida y establecida, una autoridad que nadie osaba discutir. Todo estaba pautado y previsto. Las excepciones a la norma eran casi inexistentes. Desviarse del comportamiento obligado significaba un castigo inapelable no siempre dependiente de la gravedad de la transgresión, ya que no era tanto el contenido de la misma como la transgresión en sí misma, la desobediencia a la norma, lo que era considerado inaceptable. Las puertas de las escuelas se cerraban irremisiblemente un minuto más tarde de la hora prevista para empezar las clases, las alumnas se desplazaban de un lugar a otro en filas rigurosamente rectas y pautadas, que se ponían en marcha o se paraban al sonido de una señal de la monja que organizaba y controlaba la circulación por los pasillos y las escaleras. Los uniformes que nos obligaban a llevar eran «uniformes» en el sentido literal de la palabra. La misma modista los confeccionaba siguiendo escrupulosamente las prescripciones sobre la largura que debían tener las mangas, siempre largas, y las faldas cubriendo con generosidad la rodilla. Un silencio obligado dominaba las horas de estudio y de refectorio. Las faltas de silencio eran una de las infracciones más castigadas.

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