Introducción
Nos vigilan. Saben que estoy escribiendo estas palabras. Saben que las estás leyendo. Gobiernos y cientos de empresas nos espían: a ti, a mí y a todos nuestros conocidos. Cada minuto, todos los días. Rastrean y registran todo lo que pueden: nuestra ubicación, nuestras comunicaciones, nuestras búsquedas en internet, nuestra información biométrica, nuestras relaciones sociales, nuestras compras y mucho más. Quieren saber quiénes somos, qué pensamos, dónde nos duele. Quieren predecir nuestro comportamiento e influir en él. Tienen demasiado poder. Su poder proviene de nosotros, de ti, de tus datos. Es hora de volver a tomar el control. Recuperar la privacidad es la única manera de que podamos asumir de nuevo el mando de nuestra vida y de nuestras sociedades.
Internet se financia principalmente mediante la recopilación, el análisis y el comercio de datos: la economía de los datos. Muchos de ellos son personales: datos sobre ti. La compraventa de estos datos personales como modelo de negocio se está exportando a cada vez más instituciones de la sociedad, que pasa a ser la sociedad (o el capitalismo) de la vigilancia.
Para llegar a ti, tuve que pasar por el capitalismo de la vigilancia; lo siento. ¿Cómo llegaste a tener conocimiento de este libro? ¿Recuerdas cómo te enteraste por primera vez de que existía, o dónde lo viste anunciado? Tal vez te etiquetaran en alguna plataforma como una persona «pionera», alguien que está siempre pendiente de conocer y experimentar cosas nuevas, alguien a quien le gustan los libros que le hacen pensar. O quizá seas alguien «sensibilizado»: una persona preocupada por temas sociales e interesada por la política. ¿Encajas en el perfil? El principal objetivo de este libro es empoderarte, pero la mayoría de los usos que se hacen de tus datos te desempoderan.
Si la vigilancia no te atrapó antes de que compraras este libro, es probable que lo haya hecho después. Si estás leyendo estas líneas en un dispositivo con Kindle, Google Books o Nook, están midiendo cuánto tardas en leer cada palabra, dónde te detienes para hacer una pausa y qué resaltas. Si adquiriste el libro en una librería, el teléfono inteligente que llevabas en el bolsillo se encargó de registrar tu trayecto hasta allí y cuánto tiempo estuviste en la tienda. Puede que la música que sonaba en la librería estuviera enviando balizas ultrasónicas a tu teléfono para identificarlo como tu aparato y rastrear así lo que te interesa y lo que compras. Si utilizaste una tarjeta de débito o de crédito para comprar el libro, probablemente alguien vendió esos datos a brókeres de datos que luego los revendieron a compañías aseguradoras, potenciales empleadores, gobiernos, empresas y cualesquiera otros a quienes pudieran interesarles. O tal vez alguien haya enlazado tu tarjeta de pago con un sistema de fidelización como cliente que hace un seguimiento de tu historial de compras y usa esa información para mostrarte más cosas que, según el algoritmo, a lo mejor podrías comprar.
La economía de los datos, y la vigilancia omnipresente de la que se nutre, nos pillaron desprevenidos. Las compañías tecnológicas no informaron a los usuarios de cómo utilizan nuestros datos ni, menos aún, nos pidieron permiso para usarlos. Tampoco se lo solicitaron a nuestros gobiernos. No había leyes que regularan el rastro de los datos que los confiados ciudadanos dejábamos mientras nos ocupábamos de nuestras cosas en un entorno cada vez más digitalizado. Cuando nos dimos cuenta de lo que ocurría, la arquitectura de la vigilancia estaba ya instalada. Buena parte de nuestra privacidad había desaparecido. A raíz de la pandemia de coronavirus, la privacidad se ha visto enfrentada a nuevas amenazas, pues ahora realizamos en línea muchas actividades que antes estaban fuera del mundo digital, y se nos pide que entreguemos nuestros datos personales en aras del bien común. Va siendo hora de que reflexionemos muy en serio sobre el tipo de mundo en el que querremos vivir cuando la pandemia se convierta en un recuerdo lejano. Un mundo sin privacidad es un mundo peligroso.
La privacidad consiste en no compartir con otros ciertas cuestiones íntimas: nuestros pensamientos, nuestras experiencias, nuestras conversaciones, nuestros planes. Los seres humanos necesitamos privacidad para poder relajarnos de la carga que supone estar con otras personas. Necesitamos privacidad para explorar ideas nuevas con libertad, para formarnos nuestra propia opinión. La privacidad nos protege de las presiones no deseadas y abusos de poder. La necesitamos para ser individuos autónomos, y las democracias solo pueden funcionar bien cuando los ciudadanos gozamos de autonomía.
Nuestras vidas, traducidas en datos, son la materia prima de la economía de la vigilancia. Nuestras esperanzas, nuestros miedos, lo que leemos, lo que escribimos, nuestras relaciones, nuestras enfermedades, nuestros errores, nuestras compras, nuestras debilidades, nuestros rostros, nuestras voces... todo sirve de carroña para los buitres de datos que lo recopilan todo, lo analizan todo y lo venden al mejor postor. Muchos de los que adquieren nuestros datos los quieren para fines perversos: para delatar nuestros secretos a las compañías aseguradoras, a los empleadores y a los gobiernos; para vendernos cosas que no está en nuestro interés comprar; para enfrentarnos unos contra otros en un intento de destruir nuestra sociedad desde dentro; para desinformarnos y secuestrar nuestras democracias. La sociedad de la vigilancia ha transformado a los ciudadanos en usuarios y en sujetos de datos . Ya basta. Quienes han violado nuestro derecho a la privacidad han abusado de nuestra confianza y es hora de que los desenchufemos de su fuente de poder: nuestros datos.
Es demasiado tarde para impedir que se desarrolle la economía de los datos, pero no es demasiado tarde para recuperar nuestra privacidad. Nuestros derechos civiles están en juego. Las decisiones que tomemos sobre la privacidad hoy y en los próximos años moldearán durante décadas el futuro de la humanidad. Las elecciones de la sociedad en materia de privacidad influirán en cómo se desarrollarán las campañas políticas, cómo se ganarán su sustento las grandes empresas, cuál será el poder que los gobiernos y las compañías privadas serán capaces de ejercer, cómo progresará la medicina, cómo se perseguirán los objetivos de salud pública, cuáles serán los riesgos a los que estaremos expuestos, cómo interactuaremos unos con otros y, en no menor medida, si se respetarán nuestros derechos mientras nos ocupamos de nuestros quehaceres cotidianos.
Este libro trata del estado actual de la privacidad, de cómo se creó la economía de la vigilancia, de por qué debemos poner fin al comercio de datos personales y de cómo hacerlo. El capítulo 1 acompaña a una persona a lo largo de su jornada en la sociedad de la vigilancia para ilustrar cuánta privacidad se nos está robando. El capítulo 2 explica cómo se desarrolló la economía de los datos, y lo hace con la esperanza de que entender cómo nos metimos en este lío nos ayude a salir de él. En el capítulo 3 sostengo que la privacidad es una forma de poder y que quien posea más datos personales dominará la sociedad. Si damos nuestros datos a las empresas privadas, mandarán los ricos. Si se los damos a los gobiernos, terminaremos sufriendo alguna forma de autoritarismo. Solo si las personas conservan sus datos la sociedad será libre. La privacidad importa porque da poder a la ciudadanía.
La economía de la vigilancia no solo es mala porque genera y potencia unas asimetrías de poder nada aconsejables; es también peligrosa porque comercia con una sustancia tóxica. El capítulo 4 examina por qué los datos personales son tóxicos y cómo están envenenando nuestras vidas, nuestras instituciones y nuestras sociedades. Tenemos que poner freno a la economía de los datos igual que se lo pusimos a otras formas de explotación económica en el pasado. Los sistemas económicos que dependen de la vulneración de derechos son inaceptables. El tema del capítulo 5 es cómo podemos desenchufar el cable que alimenta a la economía de la vigilancia. El del capítulo 6 es qué puedes hacer tú, como individuo, para asumir de nuevo el control de tus datos personales y de nuestras democracias.