I NTRODUCCIÓN
L a noche del 23 de agosto de 1994 había un fuego encendido en un pequeño granero abandonado de la isla de Jura, que forma parte del archipiélago de las Hébridas Interiores, en Escocia. Si alguien hubiera entrado, habría podido pensar que se estaba destruyendo toda una hemeroteca. Ardían unos enormes paquetes de papel impreso, llenando el aire de humo y ceniza.
Ese hipotético visitante también se habría dado cuenta de que había algo un tanto extraño en la forma en que ardía el papel, ya que tardaba un rato en prender y después ardía con mucha lentitud. Entonces se habría fijado en que el papel era mucho más denso que el que se emplea para los periódicos, y en que las hojas eran mucho más pequeñas. Y tal vez un trocito que pasara volando, llevado por la corriente de aire caliente, le habría llamado la atención. ¿No se veía ahí la tiara de la reina? Sí, eran billetes de 50 libras lo que se estaba quemando. Y no unos pocos, sino cientos.
De hecho, lo que tuvo lugar aquella noche de agosto de hace más de veinte años fue la quema de un millón de libras en billetes de 50. La operación llevó algo más de una hora; 67 minutos, para ser exactos. Una hora larga bastó para quemar el objeto del deseo de cualquier jugador de lotería.
Los dos hombres que estaban junto al fuego eran los miembros de la banda KLF. Habían ganado el dinero con temas para bailar, como Justified and Ancient y 3 a. m. Eternal, que los hicieron muy populares a comienzos de los años noventa. Aburridos del ambiente de la música, decidieron dedicarse al arte. Para ellos, la quema de un millón de libras era una obra de arte conceptual. La idea original había sido hacer una escultura clavando fajos de billetes a un armazón de madera. Pero no encontraron ninguna galería dispuesta a exponer una escultura como esa, lo cual era una clara señal de que el tema que planteaban era tabú.
Entonces tuvieron otra idea: quemar el dinero.
Todo el proceso se grabó en vídeo y puede verse en YouTube. Los dos miembros de KLF, como era previsible, van vestidos de negro. Al principio van sacando billetes de 50 libras de un fajo, uno por uno, y los tiran al fuego con indiferencia, casi como quien echa pan a los patos. Jimmy Cauty rompe los billetes antes de arrojarlos a las llamas; Bill Drummond los lanza a la hoguera como si fueran discos voladores. El dinero va ardiendo lentamente. Algunos se escapan del fuego y hay que recogerlos y tirarlos de nuevo. Al cabo de un rato, los miembros de la K Foundation, que es como se llaman en ese momento, se dan cuenta de que, al ritmo al que van, el proceso va a durar horas, de modo que deciden acelerarlo echando un montón de fajos cada vez.
A pesar de las pruebas documentales, hubo quien sospechó que todo había sido un ardid publicitario. ¿Quién quemaría tal cantidad de dinero? Para demostrar que los escépticos se equivocaban, la K Foundation hizo que los restos del fuego se analizaran en un laboratorio, donde quedó confirmado que las cenizas eran verdaderamente los restos de una gran cantidad de billetes de banco.
La performance salió según lo previsto, pero los miembros de la banda no estaban preparados para la hostilidad que generó. La gente comenzó a odiarlos por lo que habían hecho; si no querían el dinero, ¿por qué no lo destinaban a obras de caridad? Los tacharon de egoístas y estúpidos.
Lo cierto es que tras pasar unos minutos viendo cómo queman el dinero, queremos saber por qué decidieron hacerlo. De acuerdo, se trata de una curiosa obra de arte, pero ¿qué significa?
Sorprendentemente, en las numerosas entrevistas que han concedido a lo largo de los años (y que también pueden verse en YouTube), Cauty y Drummond se esfuerzan por contestar esta pregunta, pero transmiten una impresión de incoherencia e incongruencia. No parecen resultar convincentes ni ante ellos mismos.
En el documental oficial, Jimmy Cauty admite que lo que hicieron tal vez no signifique nada, y que su condición de obra de arte es muy cuestionable. «Uno puede meterse en una zona que es muy oscura», se lo oye balbucear a modo de explicación, un tanto desesperado.
En una entrevista para la televisión, Bill Drummond dice: «Nos habría venido bien ese dinero —entre Cauty y él sumaban seis hijos, aunque al instante añade—: pero preferimos quemarlo». Después, cuando le preguntan qué sintió al arrojar los billetes al fuego, dice que una especie de entumecimiento, de insensibilidad, y que la única forma de hacerlo era con el piloto automático. «Si te pones a pensar en cada billete de 50 o en cada fajo...», y baja la voz casi como si no soportara pensar en ello .
Y sin embargo, Drummond también insiste en que en realidad no destruyeron nada: «Lo único que se ha perdido es un montón de papel. No hay menos pan ni menos manzanas en el mundo» .
Esta afirmación aparentemente indiscutible va hasta el fondo de la cuestión y explica por qué tanta gente se sintió enfadada o disgustada con lo que habían hecho Cauty y Drummond. Y es que aunque sea verdad que no se quemaron panes ni manzanas en aquella hoguera, algo sí que se destruyó: la posibilidad de comprar panes y manzanas. Un millón de libras de panes y manzanas. Comida que podría haber alimentado a mucha gente.
Lo que también se destruyó fue la posibilidad de plantar árboles para que den manzanas, o de construir una panadería para hacer pan o para emplear a gente que lo haga. Lo cual podría haber generado, al cabo de los años, productos valorados no en uno sino en muchos millones de libras.
Pero la cosa no acaba ahí. Todo aquel que vea el vídeo del dinero ardiendo piensa en lo que podría haber hecho con el dinero. Una casa nueva. Un coche nuevo. Saldar una deuda que tiene desde hace tiempo. La opción de poner en marcha un nuevo negocio. La oportunidad de ayudar a familiares o amigos. La posibilidad de recorrer el mundo, de ayudar a miles de niños de algún país pobre, colaborar con un proyecto para salvar los bosques tropicales.
Habría sido distinto si Cauty y Drummond le hubieran prendido fuego a un objeto valorado en un millón de libras. En tal caso, solo se habría destruido ese objeto particular —un cuadro, un yate, una joya—, un objeto que no todo el mundo habría valorado.
Si hubieran despilfarrado el dinero como hacen tradicionalmente las estrellas de rock —destruyendo un hotel o esnifándoselo—, sin duda la gente habría deplorado el desperdicio y el exceso, pero no se habría producido un clamor semejante. Y si hubieran guardado el dinero sin darle ningún uso, o lo hubieran depositado en una cuenta de interés alto, o lo hubieran invertido (y quizá perdido) en el mercado bursátil, a muy poca gente le habría importado. Y si lo hubieran regalado, por supuesto, habrían recibido grandes aplausos.
El tema no es que dos personas tuvieran un millón de libras y que después dejaran de tenerlo. Es que de esa enorme suma no se sacó nada. Todas las posibilidades inherentes al dinero —para ellos, pero también para todos nosotros— se perdieron.