L ECCIONES
ACERCA DE
LA V ERDAD
H. E MILIE C ADY
Biblioteca Clásica de Unity
Unity Village, Missouri
Puedes estudiar con maestros humanos y con libros escritos por el hombre hasta el día del juicio final; puedes obtener toda la sabiduría teológica de las épocas; puedes comprender intelectualmente todas las declaraciones de la Verdad, ser capaz de recitar fórmulas sanadoras con tanta fluidez como fluye el aceite, pero hasta que no haya una revelación interior de la realidad del Cristo morador mediante el cual recibes vida, salud, paz, poder, todas las cosas —sí, quien es todas las cosas— todavía no has encontrado “la comunión íntima de Jehová.”
ESCLAVITUD O LIBERTAD, ¿CUÁL?
Primera Lección
[Al comenzar este curso de instrucción, cada uno debería, en lo posible, hacer a un lado, por el momento, todas las teorías y creencias anteriores. Al hacer esto, te ahorrarás el problema de tratar, a lo largo de todo el curso, de poner “vino nuevo en odres viejos” (Lc. 5:37). Si hay algo, a medida que procedamos, que no comprendas o con lo cual no estés de acuerdo, simplemente déjalo estar en tu mente pasivamente hasta que hayas leído todo el libro, porque muchas aseveraciones que en el primer momento podrían causar antagonismo y discusión estarán claras y serán aceptadas fácilmente más adelante. Después de que se haya concluido el curso, si deseas volver a tus antiguas creencias y manera de vivir, estás en completa libertad de hacerlo. Pero, mientras tanto, está dispuesto a ser como un niño pequeño; porque como dijo un Maestro de cosas espirituales: “Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt. 18:3). Si a veces parece que hay repetición, por favor recuerda que éstas son lecciones, no conferencias.]
“P or lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor y en su fuerza poderosa” (Ef. 6:10). “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Flp. 4:8).
Todo hombre cree que es esclavo de la carne y de las cosas de la carne. Todo sufrimiento es el resultado de esta creencia. La historia de los hijos de Israel que salían de su larga esclavitud en Egipto describe el alma humana, o la conciencia, que surge del sentido animal o de los sentidos del hombre a la parte espiritual.
“Dijo luego Jehová [hablando a Moisés]: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus opresores, pues he conocido sus angustias. Por eso he descendido para librarlos de mano de los egipcios y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a una tierra que fluye leche y miel” (Ex. 3:7–8).
Estas palabras expresan exactamente la actitud del Creador hacia Su creación más grande: el hombre.
Hoy, y todos los días, Él nos ha estado diciendo a nosotros, Sus hijos: “Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto (oscuridad e ignorancia), y he oído su clamor a causa de sus opresores (enfermedad, pesar y pobreza), pues he conocido sus angustias. Por eso he descendido (no descenderé, sino he descendido ya, ahora) para librarlos de mano de los egipcios y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a una tierra que fluye leche y miel” (Ex. 3:7–8).
Puede ser o no en esta fase de la vida, pero alguna vez, en algún lugar, todo ser humano debe volver en sí. Habiéndose cansado de comer cáscaras, se levantará e irá a su Padre.
“Pues escrito está:
‘Vivo yo, dice el Señor, que ante mí se
doblará toda rodilla,
y toda lengua confesará a Dios’.”
—Romanos 14:11
Esto no quiere decir que Dios sea un autócrata estricto que por poder supremo obliga al hombre a hacerle reverencia. Más bien es una expresión del orden de la ley divina, la ley de todo amor, todo bien. El hombre, que en el comienzo vive en la parte egoísta y humana de sí mismo, evolucionará por medio de varias etapas y procesos a la comprensión divina o espiritual donde sabe que él es uno con el Padre y donde está libre de todos los sufrimientos, porque tiene dominio consciente sobre todas las cosas. En algún lugar en este viaje, la conciencia humana, o el intelecto, viene a un lugar donde gozosamente hace reverencia a su Ser espiritual y admite que este Ser espiritual, su Cristo, es más alto y es Señor. Aquí y para siempre, no con un sentimiento de esclavitud, sino con libertad gozosa, el corazón exclama: “¡Jehová reina!” (Sal. 93:1). Todo el mundo, tarde o temprano, debe llegar a esta experiencia.
Tú y yo, querido lector, ya hemos caído en cuenta. Habiendo estado conscientes de una esclavitud que nos oprimía, nos hemos levantado y hemos comenzado el viaje de Egipto a la tierra de libertad, y ahora no podemos regresar aunque quisiéramos. Aunque posiblemente vengan tiempos para cada uno de nosotros, antes de llegar a la tierra de leche y miel (el momento de liberación de todos nuestros pesares y tribulaciones), cuando lleguemos a un gran desierto o vayamos contra un Mar Rojo aparentemente imposible de pasar, cuando nuestro valor parezca que falla. Sin embargo, Dios nos dice a cada uno de nosotros, como Moisés les dijo a los temblorosos Hijos de Israel: “No temáis; estad firmes y ved la salvación que Jehová os hará hoy” (Ex. 14:13).
Tarde o temprano, todo hombre debe aprender a levantarse solo con su Dios; ninguna otra cosa sirve. Ninguna otra cosa podrá hacerte el amo de tu destino. En tu Señor interno está toda vida y salud, toda fortaleza y paz y gozo, toda sabiduría y la ayuda que alguna vez puedas necesitar o desear. Nadie puede darte como este Padre interno. El es la fuente de todo gozo, confort y poder.
Hasta ahora hemos creído que otros nos ayudaban y consolaban, que recibíamos gozo de circunstancias y situaciones externas, pero no es así. Todo gozo, fortaleza y bien emanan de una fuente en nuestro ser, y si sólo supiéramos esta Verdad, deberíamos saber que como Dios en nosotros es la fuente de la cual surge todo nuestro bien, nada que alguien haga o diga, o deje de hacer o decir, puede quitar nuestro gozo y bien.
Alguien ha dicho: “Nuestra libertad proviene de comprender la mente de Dios y Sus pensamientos hacia nosotros.” ¿Considera Dios al hombre como Su siervo o Su hijo? La mayoría de nosotros hemos creído que no sólo somos esclavos de las circunstancias, sino también, y en el mejor de los casos, siervos del Altísimo. Ninguna de estas creencias es cierta. Ya es tiempo de darnos cuenta de los pensamientos correctos, de saber que no somos siervos, sino hijos “y si hijos, también herederos” (Ro. 8:17). ¿Herederos de qué? Pues, herederos de toda sabiduría, para no tener que cometer errores por falta de sabiduría; herederos de todo amor, para no conocer el temor, la envidia o los celos; herederos de toda fortaleza, toda vida, todo poder, todo bien.
La inteligencia humana está tan acostumbrada a palabras oídas desde la niñez que a menudo no le transmiten un significado real. ¿Quieres tomar un momento para pensar, comprender realmente lo que significa ser “herederos de Dios y coherederos con Cristo?” (Ro. 8:17). Significa, como dice Emerson, que “todo hombre es la entrada, y puede llegar a ser la salida, de todo lo que hay en Dios”. Esto quiere decir que todo lo que Dios es y tiene es en realidad para nosotros, Sus únicos herederos, si sabemos reclamar nuestra herencia.