María, una importante deportista de élite, perdió todo el dinero que había ganado debido a que su padre, quien le administraba sus finanzas, tenía una grave adicción al juego. Tras haber estado en lo más alto, tuvo que vivir la dura experiencia de enfrentarse a la ruina absoluta. Al ser consciente de esto, su carácter y su vida cambiaron por completo. Para siempre. Nunca más volvió a ser la misma.
Juan sufrió maltrato por parte de su mujer durante quince años. Ella lo manipuló, le hizo creer que era un completo inútil, le quitó la casa, puso a sus dos hijos en su contra y se fue con otro hombre, dejándolo devastado, arruinado y completamente solo.
Luis sufrió abusos sexuales de pequeño por parte de un primo lejano que los visitaba cada verano, y su padre, cuando él tenía solo ocho años, ya le daba palizas si consideraba que no se portaba bien. Hoy siente un odio muy profundo hacia todo el mundo.
Estefanía, una mujer inteligente, independiente y con muchas ganas de llegar alto, estuvo casada con un hombre con un trastorno de personalidad narcisista. Tuvieron dos hijas. Él no paró hasta lograr que ella dejara su trabajo para dedicarse solo a la casa y a las niñas. La apartó de su familia y de sus amigos, y no descansó hasta hacerle creer que no sabía hacer nada: ni cocinar, ni educar a sus hijas, ni llevar las cuentas, ni hablar ni siquiera pensar. Llegó a dudar tanto de sí misma que acabó dando las gracias por tenerle a él a su lado para protegerla y ayudarla a seguir adelante con su vida. A él. Justamente a él. Su peor pesadilla…
En la vida nos pasan cosas que deseamos con todas nuestras fuerzas y que, cuando ocurren, las celebramos y saboreamos durante instantes que suceden, en realidad, muy deprisa. Pero también pasan cosas que no desearíamos a nadie, que tratamos de esquivar de todas las formas posibles, aunque sea sin éxito alguno... Y es que aquello que la vida decide para nosotros no se puede alterar, ni evitar ni esconder, y cuanto más lo rechacemos o nos esforcemos por hacer como que no está ahí, más irá pesando sobre nuestros hombros, más interferencias creará en nuestro camino y más nos impedirá avanzar.
La pregunta es: ¿Qué hacer con todo el dolor? ¿Qué hacer con todo el sufrimiento y la impotencia que genera ver cómo te arrebatan algo que sientes tan tuyo? ¿Cómo lidiar con las consecuencias de esos traumas vividos en momentos de inmadurez y de máxima vulnerabilidad?
Todos tenemos cicatrices en nuestra alma. Unos más, otros menos. Unos más profundas, otros más superficiales. Pero para poder trascender el dolor y el sufrimiento que estas nos provocan, debemos entender tres cosas:
Entender que la vida fluye. Teniendo en cuenta que la vida lo es todo (de lo que estamos hechos, lo que habitamos, lo que nos rodea, lo que respiramos, el lugar de donde venimos, lo que sentimos, lo que sufrimos, lo que aprendemos, etc.), esto significa que todo está en constante movimiento, que todo fluye constantemente, que todo está siempre avanzando. Por lo tanto, ante cualquier cosa que nos haya pasado en la vida, lo primero que debemos comprender es que, si queremos seguir formando parte de la vida, debemos fluir con ello, por mucho que a veces cueste. Debemos avanzar, movernos hacia delante. Esto sería lo opuesto a quedarnos estancados y atascados en la casilla de la negación (que es donde nos detenemos en la mayoría de las ocasiones).
Debemos intentar huir de los dramas o, por lo menos, que nuestras experiencias más dramáticas no duren más tiempo del estrictamente necesario en función de la pérdida a la que nos estemos enfrentando. Para ello es importante ser capaces de entender que eso que nos ha pasado, aquí donde estamos ahora, es lo adecuado y lo correcto para poder llegar al punto en el que debemos estar. Que tenemos que pasar por esto para buscar la forma de trascenderlo y conseguir encontrar en nosotros los recursos para alcanzar aquello que hemos venido a ser.
Y es que, si lo pensamos, es normal decir NO. Decir que no queremos aceptarlo, que no queremos que eso nos haya pasado, que no queremos haber perdido a esa persona que tanto amamos, que no queremos asumir que hemos permitido que nos hicieran cosas que no son coherentes ni aceptables. Todos buscamos la admiración y el reconocimiento, y tendemos a evitar mostrar aquello que nos haría caer en el rechazo y la decepción ajenas. Pero esta no es la solución. Este no es el camino. Decir «no» es negarse a fluir, decir «no» es negarse a la vida y, por lo tanto, es negarse a vivir.
Aprender a decir «sí» a la vida. El segundo paso importante, una vez que hemos comprendido que todo fluye y que hay que seguir siempre adelante, es aprender a decir «sí» a la vida. Sea lo que sea lo que esta nos dé o decida quitarnos. Debemos entender que eso que nos ha pasado, allí donde estamos, con esas personas que nos rodean, en esas precisas circunstancias es, a partir de ese momento, nuestro punto de partida.
Decir «sí» de verdad, desde lo más profundo de nuestro ser y con toda la humildad posible, es aceptar lo que hay. Y esto es, sin duda, lo más liberador que existe. Porque cuando aceptas totalmente aquello que no depende de ti y no está en tus manos, es cuando dejas de tratar de modificar lo que es inamovible y vuelves a fluir con la vida. Es entonces cuando vuelves a vivir. Eso sí, siempre teniendo en cuenta que tras la aceptación de lo que hay debes decidir hacia dónde quieres dirigirte a partir de ese momento.
Aprender a decir «gracias» de corazón. El tercer paso no podía ser otro. Darle las gracias a la vida ya sea por haberte dado justamente eso o por haberte hecho tan fuerte como para soportarlo, como para pedir ayuda y seguir en pie, como para aprender de ello y volver a apostar por ti. Siempre hay que buscar algo que agradecer después de cualquier experiencia.
SUFRIMOS CUANDO NO ENTENDEMOS LA VIDA
Lo que más sufrimiento nos genera a los seres humanos, sin ninguna duda, son los cambios. Principalmente los cambios que no deseamos. Y si tenemos en cuenta que la vida es cambio y que nosotros somos vida, que formamos parte de ella, entenderemos que nosotros también somos cambio y estamos en constante proceso de transformación. Y esto no es algo que podamos rechazar o sobre lo que podamos opinar o elegir. Esto simplemente es así.
¿Verdad que nadie se cuestiona el hecho de que vamos a morir algún día? Otra cosa es que divaguemos o confabulemos con qué sucede tras la muerte física del cuerpo, pero ahí no voy a entrar. Llega un día en el que nuestro cuerpo muere. Punto. Y nadie se lo cuestiona. Y no luchamos contra ello. Podemos luchar contra la muerte si creemos que aún no es el momento y que es posible hacer algo para demorarla, pero tenemos claro que, tarde o temprano, llega, y cuando eso pasa, nos rendimos porque sabemos que no está en nuestra mano evitarla.
Y es que hay muchas más cosas que forman parte de la vida misma y que tampoco están en nuestra mano. Cosas a las que deberíamos aprender a rendirnos para lograr vivir más y mejor. Se trata de todo aquello que, al igual que la muerte, no podemos evitar y debemos aceptar. Te pongo algunos ejemplos frecuentes que se dan en el mundo de las relaciones:
- Que alguien haya dejado de amarte.
- Que tu pareja decida dejarte.