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Petersen - No puedo más

Aquí puedes leer online Petersen - No puedo más texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2021, Editor: Capitan Swing, Género: Ciencia / Política. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Un análisis incendiario del agotamiento en los millennials, los cambios socioculturales que lo provocan, las presiones que lo sustentan y la necesidad urgente de un cambio drástico. ¿Tu vida es una lista interminable de tareas pendientes? ¿Te encuentras navegando sin pensar por Instagram porque estás demasiado cansado para leer un libro? Bienvenidos a la cultura del agotamiento. La escritora de cultura y exacadémica Anne Helen Petersen sostiene que el agotamiento es una característica definitoria de la generación millennial, que nace de la desconfianza en las instituciones que nos han fallado, las expectativas poco realistas del trabajo moderno y un fuerte repunte de ansiedad y desesperanza exacerbados por la presión constante de «desempeñar» nuestras vidas en las redes. Basado en un artículo viral de Petersen en BuzzFeed, que ha acumulado más de siete millones de lecturas desde su publicación, No puedo más examina cómo el agotamiento afecta a la forma en que trabajamos, criamos y socializamos.

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L os millennials no tienen la menor opción Este fue el título de un - photo 1

L os millennials no tienen la menor opción Este fue el título de un - photo 2

« L os millennials no tienen la menor opción». Este fue el título de un artículo de Annie Lowrey, publicado tras varias semanas de cuarentena a raíz de la expansión generalizada de la COVID-19, en el que detallaba la gran cantidad de formas en que la generación de los millennials está realmente jodida. «Los millennials accedieron al mercado laboral durante la peor recesión desde la Gran Depresión —escribía—. Cargados de deudas, incapaces de acumular riqueza y atrapados en trabajos sin futuro y con bajas prestaciones, nunca han obtenido la seguridad económica de la que disfrutaron sus padres, sus abuelos o incluso sus hermanos mayores». Y ahora, justo cuando deberían estar alcanzando sus «años de mayores ingresos», se enfrentan a un «cataclismo económico más grave que la Gran Recesión, lo que casi garantiza que serán la primera generación en la historia moderna de Estados Unidos que terminará siendo más pobre que sus padres».

Para muchos millennials, más que una revelación, artículos como el de Lowrey suponen una confirmación: sí, estamos jodidos, pero eso lo sabemos desde hace años. Incluso cuando el mercado de valores subía y las cifras oficiales de desempleo descendían en la economía supuestamente idílica de finales de la década de 2010, muy pocos de nosotros sentimos algo parecido a la seguridad . En realidad, lo que sentíamos era que las cosas irían a peor, que el suelo se abriría bajo nuestros pies, o el equivalente a cualquier otra metáfora que se os ocurra para describir la sensación de alcanzar a duras penas algo parecido a una seguridad laboral o económica, sin abandonar en ningún momento la certeza de que todo puede desaparecer y, de hecho, acabará desapareciendo. Poco importaba lo mucho que te esforzaras o durante cuánto tiempo lo hicieras, lo mucho que dedicaras tu vida al trabajo o cuánto te implicases en él: al final, volverías a encontrarte en ese lugar solitario y aterrador, preguntándote por enésima vez cómo era posible que tu hoja de ruta —la promesa de que si hacías esto conseguirías esto otro— estuviera tan equivocada.

Pero lo reitero: a pocos millennials les sorprende. No confiamos en que los trabajos o las empresas que los proporcionan vayan a durar. Muchos de nosotros vivimos atrapados en tormentas de deudas que amenazan con engullirnos en cualquier momento. Es tamos agotados por el esfuerzo de tratar de mantener algún tipo de equilibrio: con nuestros hijos, en nuestras relaciones, en nuestra vida económica. Hemos sido acondicionados para la precariedad.

Durante décadas, la precariedad ha sido una forma de vida para millones de personas y comunidades en Estados Unidos y en todo el mundo. Vivir en la pobreza, o como un refugiado, es estar supeditado a ello. La cuestión es que este no fue el relato que nos vendieron a los millennials —sobre todo a los blancos y de clase media— con respecto a nosotros mismos. Al igual que las genera ciones que nos precedieron, fuimos criados en una dieta de meritocracia y excepcionalismo: la idea de que cada uno de nosotros rebosaba potencial y que para activarlo solo necesitábamos trabajar duro y a conciencia. Si nos esforzábamos, fuera cual fuera nuestra situación actual en la vida, encontraríamos estabilidad.

Mucho antes de la expansión de la COVID-19, los millennials empezaron a asumir lo vacío que era en realidad este relato, lo pro fundamente fantasioso y deprimente que resultaba. Era comprensible que la gente lo perpetuara contándoselo a sus hijos y a sus semejantes, en editoriales en The New York Times y en manuales de instrucciones, porque dejar de hacerlo equivaldría a admitir que no es solo el sueño americano el que está roto, sino la propia Amé rica. Que la cantinela que tanto repetimos —que somos una tierra de oportunidades, un superpoder mundial benevolente— es falsa. Reconocer esto es profundamente desconcertante, pero es algo que quienes no han surcado nuestro mundo con los privilegios de la blancura, de la clase media o de la ciudadanía comprendieron hace ya algún tiempo. Hay quien solo ahora empieza a darse cuenta de la magnitud de esta ruptura. Otros, en cambio, llevan toda su vida dándose cuenta y lamentándose por ello.

Mientras escribo esto, en mitad de la pandemia, ya nadie duda de que la COVID-19 es la gran clarificadora. Clarifica qué y quién importa en nuestras vidas, qué son necesidades y qué deseos, quién piensa en los demás y quién únicamente en sí mismo. Ha puesto de manifiesto que a los trabajadores llamados «esenciales» se los trata en verdad como si fuesen desechables, y ha hecho imborrables décadas de racismo sistémico, con la consiguiente vulnerabilidad a la enfermedad. Ha subrayado la ineptitud de nuestros líderes federales actuales, los peligros de la prolongada desconfianza que se viene fomentando hacia la ciencia y las consecuencias que lleva asociadas el permitir una gestión empresarial de la producción de los equipos médicos, en la que los beneficios priman por encima de todo lo demás. Nuestro sistema de salud está roto. Nuestros programas de ayuda están rotos. Nuestra capacidad para realizar pruebas está rota. Estados Unidos está roto, y nosotros con él.

Cuando la COVID-19 comenzó a extenderse por China, me encontraba ultimando la edición final de este libro. Cuando se inició el cierre de las ciudades, mi editor y yo empezamos a preguntarnos cómo podríamos abordar los drásticos cambios emocionales, económicos y físicos que han acompañado a la expansión de la enfermedad. Pero no deseaba introducir comentarios en cada capítulo, dando a entender que las distintas secciones se habían escrito ya desde un principio con estos nuevos cambios, como si de alguna manera los hubiera intuido. Eso habría sido más difícil, pero también más raro y falso.

En su lugar, quiero invitar a los lectores a pensar en cada argumento de este libro, en cada anécdota, en cada esperanza de cambio, de la forma más amplia y envalentonada posible. Antes, el trabajo era una mierda y era precario; ahora lo es más. La crianza de los hijos resultaba agotadora e imposible; ahora más. Lo mismo puede aplicarse a la sensación de que el trabajo nunca acaba, de que el ciclo de las noticias asfixia nuestra vida interior y de que estamos demasiado cansados para acceder a algo que se asemeje a un ocio o un descanso verdaderos. Los efectos colaterales de los próximos años no cambiarán la relación de los millennials con la sensación de desgaste ni acabarán con la precariedad que alimenta esta situación. Más bien al contrario, el agotamiento arraigará aún con más fuerza en nuestra identidad generacional.

Sin embargo, no tiene por qué ser así. Este es el lema del libro, y es algo que sigue siendo cierto. Quizá lo único que necesitamos para actuar sobre este sentimiento es un punto de inflexión irre fu table: una oportunidad no solo para la reflexión, sino para construir un modelo y una forma de vida diferentes a partir de los escom bros y la claridad que ha generado esta pandemia. No hablo de una utopía en sí misma, sino de concebir el trabajo, el valor personal y el ánimo de lucro de una forma distinta; y de la idea radical de que cada uno de nosotros importa y somos verdaderamente esenciales y dignos de recibir cuidados y protección. No solo por nuestra capacidad de trabajo, sino por el simple hecho de ser. Si te parece una idea demasiado radical, entonces no sé qué podría hacer para que te preocupes por los demás.

Es cierto, como dice Lowrey, que los millennials no tenemos la menor opción. Por lo menos no en el sistema actual en el que nos encontramos. Pero una predicción igual de nefasta es válida para grandes franjas de la generación X y de la de los baby boomers ; y para la generación Z las cosas solo irán a peor. La certeza absoluta que ofrece esta pandemia es que no es una sola generación en particular la que está rota, jodida o fracasada, sino el propio sistema.

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