© 2021, Herder Editorial, S. L., Barcelona
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com).
Introducción
La grave crisis ecológica del presente hace necesaria una reflexión acerca de la relación del ser humano con la Tierra. Algo debe marchar mal en esa relación si la comunidad humana no deja de avanzar en la destrucción del complejo equilibrio natural que lo envuelve y de la variedad admirable de vida que este hace posible. Ahora bien, tan pronto enunciamos este problema cabe percatarse de que posee una profundidad mayor que la que le otorgamos cuando pensamos en lo más evidente, en la mencionada destrucción del hábitat que mantiene a salvo la vida, incluida la de nuestra especie. Y es que la relación del ser humano con la Tierra, que es la clave del desastre ecológico, no se limita a la que mantiene con ella en cuanto medio de supervivencia . La Tierra es algo más que el lugar en el que encontramos los bienes materiales para perdurar como especie, es decir, para mantenernos en vida generación tras generación. Y parece claro, al menos de entrada, que hasta que no comprendamos qué es este plus de la Tierra más allá del mero hábitat no podremos entender tampoco en qué sentido y por qué la estamos conduciendo a un proceso destructivo, así como tampoco imaginar el modo de rectificar. En las reflexiones que contiene este libro pretendo abordar la crisis ecológica, pero interrogando, al mismo tiempo, por lo que excede al hábitat físico. ¿Qué tipo de realidad es esta que se presenta cuando pronunciamos la palabra Tierra? ¿Qué es la Tierra y qué tipo de relación tiene con ella el ser humano, relación que ahora se ha convertido en hostil? En este sentido, el primer propósito de este libro es el de intentar desarrollar una teoría de la naturaleza en su más amplio sentido, así como del modo en que el ser humano se vincula con ella.
La Tierra es, naturalmente, el planeta, pero no solo eso. Referirse al lugar donde el ser humano ha aparecido y desarrolla su vida equivale a nombrar la punta de un iceberg, cuya profundidad sumergida es mucho mayor que la superficie a través de la cual se muestra a la vista. Expresado de un modo sucinto, defenderé al respecto que Tierra es el nombre, ineludiblemente, de tres realidades simultáneas: de tres territorios, podríamos decir. Designa, en primer lugar, la naturaleza externa que envuelve en su amplio espacio a la humanidad. Es un territorio envolvente en el cual no solo sobrevivimos, sino que habitamos, porque nuestra especie no puede dejar de convertirla en un hogar, en una morada, sin enfermar profundamente. Ahora bien, la naturaleza no solo rodea, abarca y permite habitar. Atraviesa internamente el psiquismo individual y a la vida colectiva, forjándolos en su inmanencia, discurriendo a su través. En este segundo sentido, la Tierra reside en la profundidad humana; es su «naturaleza interna», su adentro en cuanto corporalidad. Se trata de un territorio inherente al cual he dado el nombre de ser-salvaje, porque, como se verá, se hace a sí mismo o, de otro modo, se manifiesta como autogestante . Ocurre con la Tierra, además, que no es ajena a la comunidad humana. Naturaleza y cultura no están desvinculadas, sino que se interpenetran. No puede el ser humano tener a la Tierra ni como naturaleza externa ni como naturaleza interna si no es perteneciendo, al mismo tiempo, a una convivencia articulada como sociedad y cultura. Solo por la mediación de este espacio cobra presencia para nosotros lo natural externo y lo natural interno. En él se cruzan ambos territorios, exógeno y endógeno, de manera que la Tierra no puede dejar de ser, en tercer lugar, el subsuelo del territorio sociocultural . La Tierra que de este modo abordo no se reduce, pues, a la visible o tangible. Ni la que habitamos, ni la que nos dinamiza internamente y se genera a sí misma, ni la que es autogestante y se localiza en el fondo de la cultura son visibles y tangibles. Pero no por ello son territorios menos reales. Es más: pretendo mostrar que son los más reales, aunque ello pueda resultar extraño. Esta Tierra invisible es un espacio telúrico, una territorialidad cualitativa que no se mide o se pesa, pero que opera y actúa bajo la Tierra extensa y cuantificable, es decir, bajo el hábitat que nos permite sobrevivir. Es ella la que más radicalmente está en crisis.
En breve ofreceré algunos detalles más acerca de estos tres territorios de la Tierra, con el fin de perfilar con mayor claridad los caminos que emprenderá la investigación. Antes de ello, quisiera sintetizar el segundo objetivo central del libro, a saber, el de elaborar una teoría del poder que sea capaz de explicar la crisis ecológico-telúrica , es decir, el sojuzgamiento de esta Tierra cualitativa, así como, derivadamente, la crisis ecológico-ambiental, a saber, la crisis de la Tierra cuantitativa que sirve de hábitat. Defiendo en estas páginas que la causa de estas crisis no radica meramente en las acciones humanas intencionadas. Y es que, de las acciones y las intenciones humanas han surgido procesos que, tras un gran desarrollo a lo largo de siglos, han adoptado una inercia tan intensa que los ha independizado, de tal forma que ya no necesitan al ser humano para proceder y expandirse. Autonomizados, estos procesos se han convertido en fuerzas ciegas que se vuelven contra la humanidad que las desató y que ahora la dirigen de forma anónima. En ese sentido, el ser humano no se enfrenta en el presente exclusivamente a decisiones que adopta y que se muestran erróneas o peligrosas, decisiones explícitas de gobiernos o de grupos que acaparan un gran poder. Se enfrenta, además –y fundamentalmente– a poderes que ya no son humanos y que discurren según su propias lógica y tendencia internas. Se han convertido en un destino.
Desde el comienzo del pensamiento trágico, a las fuerzas extrañas que se ciernen sobre los seres humanos sustrayéndoles su libertad se les ha llamado destino. Y, si en la época más remota era enviado por los dioses como un castigo o, incluso, llegaba a ser personificado, él mismo, como una divinidad, hoy el destino es ocupado por estos poderes anónimos que he mencionado. A la vista de esto, resulta bastante ingenua la idea de que la amenaza que se cierne hoy sobre la Tierra procede de los proyectos y las planificaciones ordinarias y circunstanciales de la comunidad. Estas amenazas ya no nos pertenecen como un arma a un verdugo. La amenaza misma, sin rostro humano, es el verdugo y la comunidad humana, la víctima propiciatoria, culpable por cuanto ha sido ella la que ha desatado el destino que ahora se le enfrenta. Este dominio de fuerzas ciegas, este nuevo destino en la versión de nuestra época, dirige tanto a la comunidad humana como a las acciones destructivas de esta sobre la Tierra.
En la tragedia, el héroe azotado por el destino no queda, sin embargo, expuesto fatídicamente a este. Le opone la resistencia de la dignidad cuando se hace consciente de él, para lo cual ha de descifrarlo antes y comprenderlo. Si no sabemos qué fuerzas oprimen hoy como un destino a la Tierra y cómo proceden, no podremos hacerles frente consciente y dignamente. A lo largo de las páginas que siguen intento descifrar el origen y los modos de funcionamiento de poderes ciegos que, teniendo diferente procedencia, se han vinculado, con el tiempo, de diversos modos: el capital, en primer lugar; la racionalización procedimental (formal e instrumental), en segundo lugar; el espíritu de cálculo emanado del proyecto de saber que una vez fue llamado Mathesis Universalis, en tercer lugar. Mediante este análisis del poder característico de nuestra época me alejo de las perspectivas unidimensionales que hacen depender todos los males presentes de un único tipo de dominio y sometimiento, sea el que fuere. Estas fuerzas no existen hoy por separado; están trenzadas y solo por su compleja relación dan lugar a un movimiento inercial en el que ya no nos reconocemos. Los dispositivos de poder que surgen de la relación entre estos tres dinamismos anónimos son variados y, en su conjunto, sorprendentemente versátiles, pues se adaptan a ámbitos diversos de la sociedad y engullen de manera contextualizada formas de resistencia y procesos de liberación. Para dar cuenta de tal versatilidad, analizo el entrelazo de las tres fuerzas en varios lugares del libro, examinándolo desde diferentes ópticas y a propósito de diversos contextos temáticos.