Director de la colección: Luis E. Íñigo Fernández
Copyright de la presente edición: © 2018 Ediciones Nowtilus, S.L.
Si hay algún concepto que debe incorporarse como pilar fundamental del comportamiento cotidiano para hacer frente, con acierto y firmeza, a los grandes retos actuales, es el de la ética. Ética, viene de ethos , que significa lo ‘apropiado’, lo ‘recto’. Según la Real Academia Española, es la ‘parte de la filosofía que trata de la moral y de las obligaciones de los seres humanos’.
Hoy, situados por primera vez en la historia ante procesos potencialmente irreversibles, de tal modo de que si no se actúa a tiempo pueden alcanzarse puntos de no retorno, constituye un auténtico deber ético prepararse en la medida de lo posible para ser eficaces, para garantizar la calidad de la vida sobre la Tierra, la habitabilidad del planeta. Insisto en que se trata no solo de hacer las cosas bien, sino de hacerlas oportunamente.
Basta con esta breve introducción para comprender el acierto del preofesor Luis María Cifuentes Pérez al impulsar ahora la difusión de este tema nuclear, esencial. Todos los seres humanos somos iguales en dignidad, sin distinción alguna por razones de género, etnia, ideología, creencia…, es la base de todos los derechos humanos, cuya observancia debe poder permitir a todos el pleno ejercicio de las facultades distintivas de la especie humana: pensar, imaginar, anticiparse, innovar, ¡crear! ¡Capaces de la desmesura creadora, la esperanza de la humanidad! Para ser «libres y responsables», como define magistralmente a los educados el artículo 1.º de la Constitución de la UNESCO, es preciso fomentar estas capacidades inherentes mediante la filosofía, las enseñanzas artísticas, etcétera.
Se confunde con frecuencia —particularmente en informes de enfoques economicistas— educación con capacitación, conocimiento con información e información con noticia. La Comisión presidida por Jacques Delors que establecí en 1992 como director general de la UNESCO, resumió en tres grandes pilares esenciales el proceso educativo: aprender a ser, aprender a conocer y a aprender a vivir juntos. Añadí un cuarto aprendizaje: aprender a emprender, por considerar que el sapere aude , ‘atreverse a saber’, de Horacio, debe ir acompañado del saber atreverse. En efecto, si el riesgo sin conocimiento es peligroso, el conocimiento sin riesgo es inútil.
Como indicaba en la introducción de mi capítulo en el libro Gen-Ética (que escribí junto a Carlos Alonso Bedate), «desde el origen de los tiempos se ha planteado al raciocinio humano el conflicto entre lo factible y lo admisible, entre el uso correcto o inadecuado (incluso perverso) del conocimiento. El conocimiento siempre es positivo. Su aplicación puede no serlo».
Si bien la bioética ha sido la gran protagonista en la consideración social de este tema, por las delicadas y controvertidas cuestiones que plantea, los principios éticos universales deben aplicarse a todas las ciencias. La puesta en práctica de saberes y técnicas que pueden, por su impacto global o concreto, afectar a aspectos esenciales del ser humano deben guiarse por unas pautas bien establecidas y reconocidas a escala planetaria.
Noëlle Lenoir, jurista de excepcional relieve, que presidió el Comité Mundial de Bioética de la UNESCO, ha realizado una lúcida y extensa reflexión sobre los principios éticos que deben aplicarse a la protección de todas las formas de vida. Por otra parte, el desarrollo de la ecología puso de manifiesto la relación entre la especie humana y la naturaleza, y amplió el ámbito del respeto a la vida como un principio básico de protección legal de «lo viviente» considerado en su totalidad. Solo un enfoque interdisciplinario y permanentemente actualizado logrará ir poniendo en orden (nunca inmóvil) estos puntos de referencia imprescindibles para la bioética, la biotecnología, etcétera.
¿Cuál es el lugar de la especie humana —dotada de «razón y conciencia», como reza la Declaración Universal de Derechos Humanos— en esta vastísima cosmogonía de lo vivo, tan presente en el escenario mundial actual, especialmente en relación con el medioambiente? Con la preparación y la capacidad de reacción y anticipación que le caracterizan, Hughes de Jouvenel trató en 2001 en Futuribles los retos más acuciantes de la genética, poniendo de manifiesto las responsabilidades sociales y políticas que plantean las fronteras del conocimiento y las interfases entre lo realizable y lo admisible éticamente.
Tenemos que evitar en la medida de lo posible opiniones carentes de rigor científico, que incorporan a veces indebidamente aspectos propios de ideologías o de creencias, que no deben influir en ningún caso en argumentaciones basadas exclusivamente en el conocimiento científico y la filosofía.
En mi contribución al seminario Ética y Medicina, celebrado en el Instituto de Estudios Avanzados de Valencia en 1987, abordé aspectos tan significativos como la composición del genoma, la unicidad y mutabilidad, el ecosistema y el código genético y el derecho a la inviolabilidad del genoma. «Todos somos distintos —escribí—, sea cual sea la escala en la cual realizamos la identificación porque nuestro patrimonio original tiene un ordenamiento que se halla en continua evolución. Todos somos distintos, todos somos únicos. No porque en el momento de la fecundación exista un aporte de los progenitores que compuso un genoma único, sino por la razón de las permanentes mutaciones que tienen lugar en el tiempo en el genoma, que nos hace a todos distintos a como éramos en el momento precedente, tanto biológica como culturalmente».
La Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos, aprobada por unanimidad el 11 de noviembre de 1997 por la Conferencia General de la UNESCO en su vigesimonovena reunión, constituye el primer instrumento al alcance mundial en el campo de la biología. El mérito indiscutible de este texto radica en el equilibrio que establece entre la garantía del respeto a los derechos y las libertades fundamentales y la necesidad de garantizar la libertad de la investigación. La Conferencia General de la UNESCO acompañó esta declaración de una resolución puesta en práctica, en la que pide a los Estados miembros que tomen las medidas necesarias para promover los principios enunciados en ella y favorecer su aplicación. El compromiso moral contraído por los Estados al adoptar la Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos es un punto de partida: anuncia una toma de conciencia planetaria en la necesidad de una reflexión ética sobre las ciencias y las tecnologías.