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Grogan - Marley y yo

Aquí puedes leer online Grogan - Marley y yo texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Ciudad: S.I, Año: 2012, Editor: HarperCollins, Género: Detective y thriller. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Grogan Marley y yo

Marley y yo: resumen, descripción y anotación

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La conmovedora e inolvidable historia de una familia y su maravillosamente neur?tico perro, quien les ense?? lo que realmente importa en la vida.

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Marley y yo — leer online gratis el libro completo

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N ingún hombre es una isla, incluidos los escritores, y me gustaría agradecer a las múltiples personas que me brindaron su apoyo para que este libro pudiera hacerse realidad. En primer lugar quiero expresar mi profundo aprecio a mi agente, la talentosa e infatigable Laurie Abkemeier, de DeFiore and Company, que creyó en esta historia y en mi habilidad para contarla incluso antes que yo. Estoy seguro de que sin su imperturbable entusiasmo y ayuda, este libro se encontraría aún en mi cabeza. Gracias Laurie por ser mi confidente, mi defensora, mi amiga.

Vaya mi más sentido agradecimiento a mi maravilloso editor, Mauro DiPreta, cuya sabia e inteligente tarea editorial mejoró este libro, y a la siempre alegre Joelle Yudin, que se ocupó de todos los detalles. También quiero agradecer a Michael Morrison, Lisa Gallagher, Seale Ballenger, Ana Maria Allessi, Christine Tanigawa, Richard Aquan y todos los integrantes del grupo de HarperCollins por enamorarse de Marley y su historia, y por hacer realidad mi sueño.

Tengo una deuda con los editores del Philadelphia Inquirer por rescatarme del aislamiento que me había impuesto de los diarios, que tanto amo, y por hacerme el inapreciable regalo de concederme una columna en uno de los más grandes diarios de Estados Unidos.

No tengo palabras para agradecer a Anna Quindlen, cuyo temprano entusiasmo y aliento significaron para mí más de lo que ella podrá imaginarse nunca.

Dedico un cálido agradecimiento a Jon Katz, que me dio valiosos consejos y datos, y cuyos libros me inspiraron, en particular A Dog Year: Twelve Months, Four Dogs, and Me .

Y también a Jim Tolpin, un atareado abogado que siempre encontró tiempo para darme consejos sabios y gratis; a Pete y Maureen Kelly, cuya compañía –y casa con vistas al lago Hurón– fue el tónico que yo necesitaba; a Ray y JoAnn Smith, por estar ahí cuando los necesité; a Timothy R. Smith, por la maravillosa música que me hizo llorar; a Digger Dan, por el sostenido avituallamiento de carnes ahumadas, y a mis hermanos Marijo, Timothy y Michael, por las expresiones de ánimo. También a Maria Rodale, por confiarme un querido objeto familiar y ayudarme a encontrar mi equilibrio. Gracias, muchas gracias a todos esos amigos y colegas, demasiado numerosos para mencionarlos, por su bondad, su apoyo y sus buenos deseos.

No podría haber siquiera contemplado la posibilidad de llevar a cabo este proyecto sin mi madre, Ruth Marie Howard Grogan, que me enseñó desde niño la dicha que implica un cuento bien contado y que compartió conmigo su don de contar cuentos. Con pesar, recuerdo y honro a mi mejor partidario, mi padre, Richard Frank Grogan, que falleció el 23 de diciembre de 2004, cuando este libro estaba ya en producción. Él no tuvo la ocasión de leerlo, pero una noche, cuando su salud se debilitaba, me senté junto a él y le leí en voz alta varios de los primeros capítulos, con los que incluso se rió. Nunca olvidaré esas sonrisas.

Es enorme la deuda que tengo con mi hermosa y paciente mujer, Jenny, y con mis hijos, Patrick, Conor y Colleen, por permitirme que los presentase ante el público al contar detalles íntimos. Vosotros, chicos, sois buenas personas, y os quiero de manera indescriptible.

Por último (sí, otra vez último), necesito agradecer a ese pesado cuadrúpedo amigo mío, sin el cual no habría habido Marley y yo. Se sentiría feliz si supiera que la deuda en que incurrió con los colchones que destrozó, las paredes que agujereó a mordiscos y los objetos valiosos que se tragó ha quedado oficial y completamente saldada.

J ohn Grogan es columnista del Philadelphia Inquirer y es editor jefe de la revista de Rodale Organic Gardening . Con anteriodidad trabajó como reportero, jefe de sección y columnista en diarios de Michigan y Florida. Ha recibido muchos premios por su obra, incluido el National Press Club’s Consumer Journalism. Vive en una colina boscosa de Pensilvania con su esposa, Jenny, sus tres hijos y otro miembro de los labrador retrievers de nombre Gracie, de una calma sorprendente.

É ramos jóvenes y estábamos enamorados. Nos regodeábamos en esos primeros y sublimes días de matrimonio, cuando se tiene la impresión de que la vida no puede ser mejor.

Pero no podíamos vivir solos.

Así que una tarde de enero de 1991, mi esposa, con quien llevaba casado quince meses, y yo comimos algo rápido y nos marchamos para responder a un anuncio que había salido en el Palm Beach Post .

Yo no tenía nada claro por qué lo hacíamos. Unas semanas antes, me había despertado poco después de amanecer y había descubierto que la cama junto a la mía estaba vacía. Me levanté y encontré a Jenny con el albornoz puesto, sentada a la mesa de cristal que había en el porche cerrado de nuestra casita, inclinada sobre el diario con un bolígrafo en la mano.

La escena no era inusual. El Palm Beach Post no sólo era nuestro diario local, sino que también era la fuente de la mitad de nuestros ingresos, ya que éramos una pareja de periodistas profesionales. Jenny escribía editoriales en la sección titulada «Accent» del Post , mientras que yo me ocupaba de las noticias en el diario rival, el Sun-Sentinel del sur de Florida, cuya sede estaba a una hora de Fort Lauderdale. Todas las mañanas, Jenny y yo nos dedicábamos tranquilamente a revisar los diarios para ver cómo habían publicado nuestras historias y cómo quedaban frente a la competencia, por lo cual hacíamos círculos en torno a algunos, recortábamos otros y subrayábamos líneas de ciertos otros.

Pero esa mañana, Jenny no tenía la nariz metida en las páginas de noticias, sino en las de anuncios. Cuando me acerqué, noté que hacía círculos enfebrecidos en la sección titulada «Cachorros-perros».

–Ah... –exclamé en esa voz aún gentil del marido recién casado–. ¿Hay algo que yo debería saber?

Jenny no respondió.

–¡Jen, Jen!

–Es por la planta –dijo finalmente, con una cierta desesperación en la voz.

–¿La planta? –pregunté.

–La maldita planta –dijo–. La que matamos.

¿La que matamos ? Yo no tenía intención de aclarar el asunto en ese momento, pero quiero dejar constancia de que se trataba de la planta que yo le había regalado y que ella había matado. La cosa sucedió así. Una noche, la sorprendí llevándole de regalo una enorme y bonita dieffenbachia con hojas verdes, vetadas de color crema. «¿A qué se debe esto?», preguntó ella. Pero no había motivo alguno. Se la regalé sólo como una manera de decir: «¡Vaya, qué grandiosa es la vida de casados!»

Jenny quedó fascinada tanto con el gesto como con la planta, y me los agradeció abrazándome y dándome una beso en los labios. Después se dedicó de inmediato a matar mi regalo con la fría eficiencia de toda una asesina, aunque no lo hizo de manera intencionada, sino que la regó hasta matarla. Jenny y las plantas no se entendían. Basándose en el supuesto de que todas las cosas vivas necesitan agua, pero olvidándose al parecer de que también necesitan aire, procedió a anegar la planta todos los días.

–Ten cuidado de no regarla más de lo que debes –le advertí.

–Vale–me respondió, antes de añadirle varios litros más de agua.

Cuanto más padecía la planta, más la regaba ella, hasta que por fin se deshizo hasta formar una pila de restos herbáceos. Miré el lánguido esqueleto de la planta que había en la maceta junto a la ventana y pensé: ¡Lo que se entretendría alguien que creyera en los presagios al ver esto...!

Y allí estaba Jenny, haciendo una especie de salto cósmico de lógica desde la flora muerta en una maceta a la fauna viva en los anuncios clasificados sobre perros. Había dibujado tres grandes estrellas rojas junto a uno que leía: «Cachorros de labrador, amarillos. Raza pura avalada por la AKC. Vacunados. Padres a la vista.»

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