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Blanca Álvarez - Milú, un perro en desgracia

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Blanca Álvarez Milú, un perro en desgracia
  • Libro:
    Milú, un perro en desgracia
  • Autor:
  • Editor:
    Espasa
  • Genre:
  • Año:
    2011
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Milú, un perro en desgracia: resumen, descripción y anotación

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Milú es el perro de una familia con algunas rarezas. La forman Joselu, su esposa Maruchi y sus hijos Miguel, Nuria, Flavia, la pequeña Jara y el abuelo Tomé, el único que lo comprende, quizá porque los dos comparten el mismo vicio: los cigarrillos. Últimamente Milú está un poco nervioso, Maruchi se ha vuelto a quedar embarazada y Milú tendrá que soportar los ataques de Jara y de su nuevo hermanito. Y eso si no termina en la perrera...

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SE ANUNCIA EL DESASTRE Y o era un perro feliz Tenía familia un cesto - photo 1
SE ANUNCIA EL DESASTRE
Y o era un perro feliz Tenía familia un cesto calentito para dormir comida - photo 2

Y o era un perro feliz. Tenía familia, un cesto calentito para dormir, comida, mimos varios y alguna que otra bronca, ligerita y sin llegar a grave, o sea, una buena vida. Desconocía el desamparo de la calle y me sentía querido, al menos lo suficiente, que nunca sobra eso de que te quieran, sobre todo cuando llegan los malos tiempos. Como ven, más que muchos. Ahora estoy al borde de un colapso cardíaco, dudo seriamente si mi pobre y perruno corazón soportará esta incertidumbre, que vivo en un sinvivir. Vaya, que estoy demasiado mayorcito para habitar en este susto permanente. Parezco un condenado a muerte esperando el indulto del presidente. Y el presidente, ocupado. Claro.

¡Total, un chucho!

Bastó una frase y una mirada para que mi vida se transformara en un infierno... Bueno, mejor contar las cosas desde el principio, si no me enrollo un huevo.

El nombre que figura en mi placa es Milú, pero algunos miembros de la familia suelen llamarme Pink Floyd, sin que sepa muy bien a qué atribuir el cambio. Claro que un perro no tiene por qué entender todo lo que hacen nuestros curiosos dueños; lo mismo te ponen un lazo que te envían al asilo para chuchos. Eso sí, sin darte explicaciones. Tal vez la cosa tenga que ver con mi raza, o mejor dicho con mi falta de raza, porque mi árbol de antepasados está tan confuso y mezclado que no hay forma divina ni genética de averiguar la especie canina de mi cuerpo serrano. Incluso depende de los días, de los estados de humor de la familia y de los parecidos que me encuentren según les sople la neura.

Vaya, que voy de «mi perro bonito», a «estorbo de mierda»; de «bolita bonita» a «saco de pulgas», sin tregua y sin llegar a tomarle gusto a ninguno.

Lo de ponerme el nombre de un perro famoso, como Milú, un actor de segunda que ejercía de amigo de Tintín, pues la verdad es que no me hace mucha gracia, porque lo he visto actuando en la tele, en uno de esos vídeos de pelis antiguas, y me pareció soso y bastante repelente con esa pose de «enterao» con que mira al mundo.

Podía haber sido peor, en la vida siempre puede ir a peor. Como que se les hubiera ocurrido llamarme Rin-Tin-Tin. ¡Vamos, que me ponen eso en la placa y me tiro por un puente! ¿Se imaginan acercarse a una de esas perritas estupendas que, a veces, pasean por el Retiro, que te mire la placa del cuello y que se parta de risa? Pues eso. Fardaría más si me hubieran puesto Thor, Zorba, Hoock o cualquier otro nombre sonoro, de perro con carácter, vamos.

Lo que yo digo, uno tiene los dueños que le tocan y no los que se merece. La vida es una lotería, en serio, y un servidor nunca ha tenido suerte con los números.

Esto del nombre es cuestión más importante de lo que parece, que lo primero son las apariencias y después de la presencia viene el nombre, y muchas veces lo caga todo. Hay nombres que son como un marrón para toda la vida, y si no que se lo digan a un colega del Retiro, un perro de lo más enrollao, de lo más guai, un señor perro de todas las razas y más sabio que un catedrático en esto de montárselo bien; bueno, pues al pobre, su dueña, que está como una regadera, lo llamó Luna. ¡Así como suena! Total, que mi amigo ha tenido que ganarse el respeto a mordiscos, porque todos le tomaban el pelo con eso de tener un nombre en femenino, y soportar las consiguientes burlas del personal que está a la que salta para ver quién tiene preferencia en uso de las farolas. En fin, ya lo ven, siempre podía haber sido peor.

Como ustedes no tienen el gusto de conocerme, les haré un retrato sin tratar de salir favorecido, que uno ya no está en edad de presumir, peina canas y conoce sus defectillos.

La piel la tengo color canela, como dice Maruchi, la dueña de la casa, una obsesa con el cuento de las comparaciones, siempre bastante odiosas, porque el día menos pensado me rallan el lomo y lo ponen sobre el arroz con leche. Los ojos, pues depende del perfil que me toque: uno es azul, o así, y el otro más o menos del color del pellejo. Una de las orejas la tengo medio colgando, sin que exista causa de pelea para tal defecto, la otra medio torcida pero con responsable conocido y bastante reciente, que ya les contaré en su momento. Las patas son fuertes, incluso demasiado para mi tamaño, que sin ser enano, no me acerco, ni de broma, al de un perro guardián al uso. La pata delantera derecha, la tengo algo torcida a causa de un intento fallido por saltar de la terraza de mis dueños a la del vecino.

Una aventura lamentable y peligrosa a causa de una perra bastante hermosa pero absolutamente ripio, que se puso a ladrar como si entraran ladrones aunque conocía perfectamente mis serias intenciones de noviazgo. Total que, con los nervios, me quedé colgando de los barrotes que dividen las terrazas. Conste que lo cuento porque Maruchi llegó corriendo para librarme de un golpe contra el vacío, o sea, contra los diez pisos que me separaban del suelo.

¡Eso sí que fue un susto!

Desde entonces decidí que nada de noviazgos serios con nadie, todo lo más ligues para una semanita. Mi amigo Luna afirma que lo digo porque ninguna perra en su sano juicio quiere tratos serios con el menda, o sea yo, pero es falso total.

A él le consiento esas confianzas porque, por lo demás, nos llevamos bien; además al tío no hay quien lo gane en una pelea. Y ya se sabe: con los más fuertes, pues mejor tenerlos como aliados que como enemigos. Sobre todo alguien como yo que no le ganaría ni a la chuchita cursi de este vecindario.

No soy violento, vaya.

Llegué a esta casa siendo un canijo, un día de invierno que me encontró Flavia abandonado cerca de un árbol y a punto de morirme. No sé qué habrá sido de mi familia perruna, a lo mejor soy tío de sobrinos numerosos. Espero que todos hayan encontrado una familia, por lo menos, como la mía. Flavia lloró hasta que ablandó el tímpano de Maruchi, aunque se emperró en llamarme Milú porque, de niña, había tenido un perro con ese nombre. Me compraron un cesto, me llevaron al veterinario y me instalaron en sus vidas.

De eso hace ya cinco años.

La familia está bien, dentro de lo que cabe, o sea, ni me patean, ni me matan de hambre, ni me dejan abandonado cuando se van de vacaciones. En esta casa lo hacemos todo juntos y, muchas veces, revueltos. Llevo cinco años con ellos, o sea, toda mi perra vida, y aún consiguen sorprenderme. Los he visto crecer y hasta nacer, que de la última enana me han tocado muchas noches de insomnio por culpa de sus berridos. Los otros miembros, o sea, cinco y la asistenta que viene por horas y que tiene cara de bruja con bigote, pues son como todas las familias: unos viven sus primeros amores, otros aún vienen del cole con un ojo morado... En fin, lo normal.

Es lo que yo me digo, siempre podía haber sido peor.

Vivimos en Madrid, que es algo así como vivir en una divertida jaula de grillos. Soy el único perro del vecindario sin pedigrí, que debe ser muy importante cuando se vive en el Barrio del Niño Jesús, porque cada vez que me sacan a pasear por el Retiro y nos tropezamos con algunas de las vecinas y sus muy repolludos y perfumados perros, me miran como si tuviese la sarna y a Maruchi como si se hubiera vuelto loca y no fuera la señora de un oftalmólogo —¡caray con la palabreja!— bastante famoso.

Lo dicho, este es un barrio de estornudos finos. O sea, estornudan sin catarro ni mocos, sin llamar la atención. O, como dice mi dueño: se cogen las meninges con papel de fumar; entender no lo entiendo, pero seguro que tiene razón. Sobre todo por la sonrisita que lanza al decirlo.

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