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Bolox - Aracne y La muerte viene a cenar (Carter & West nº 1) (Spanish Edition)

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Bolox Aracne y La muerte viene a cenar (Carter & West nº 1) (Spanish Edition)
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    Aracne y La muerte viene a cenar (Carter & West nº 1) (Spanish Edition)
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    2015
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Aracne y La muerte viene a cenar (Carter & West nº 1) (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación

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Charles Carter, expiloto de la RAF durante la Segunda Guerra Mundial y antiguo agente del MI5, trabaja ahora como detective de Scotland Yard. Sin embargo, su antiguo superior en el Servicio de Inteligencia británico requerirá su ayuda para investigar el robo de unos documentos vitales para la seguridad del Estado. Sin darse cuenta, Carter caerá en las redes de Aracne, una intrincada tela de araña de cuyos hilos nadie puede escapar. En La muerte viene a cenar, el ahora inspector Carter se hace cargo de la investigación del asesinato de Thomas Allerton, un famoso escritor de novela policíaca cuya muerte satisface los intereses de varias personas, pero que nadie parece haber cometido. Kate West, una atrevida joven a la que le pierde su afición por la novela policíaca y la resolución de crímenes, se verá envuelta en la investigación y, junto a Charles Carter, participará en ella como un juego del que el inspector del Yard no sabe cómo sacarla... ni quiere.

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Índice

Carter & West

Aracne

y

La muerte viene a cenar

© Ana Bolox, 2015

Todos los derechos reservados.

Ilustración y diseño de portada: © Alfredo Ugarte Gondra, 2015

Todos los derechos reservados

Fecha de edición: enero de 2015

Versión 1.1

www.anabolox.com

A mis padres.

A tía Julia.

A mis hermanos.

Introducción

N o había amanecido y la estación de Paddington dormitaba antes de despertar al barullo matinal, ajena al servicio que estaba prestando como guarida en la más cruel de las cazas: la del hombre.

En los aseos femeninos, uno de los retretes llevaba un par de horas con la puerta cerrada. Una joven había echado el cerrojo por dentro y aguardaba el momento oportuno para salir, aunque no tenía idea de cuál debía ser ese momento.

Con la espalda apoyada en la pared, oyó que la puerta principal se abría y las voces de dos mujeres rompían el silencio. La joven tensó los músculos y abrazó el bolso hasta estrujarlo contra el pecho. De fondo, el sonido que percibió del hall le llegó muy débil, casi inaudible. Era una información valiosa. Supuso que todavía estaría demasiado vacío para arriesgarse y decidió que aún no era el momento. En aquel instante, su mayor preocupación residía en las dos mujeres que conversaban frente al espejo. Janette Frances contuvo la respiración y fijó la mirada en la pared de enfrente. Sintió que el asa del bolso se le clavaba en la carne y que las articulaciones de los dedos se quejaban por el esfuerzo, pero no se relajó. Todo en aquel cuerpo de adolescente sugería la rigidez que sigue a la muerte. El único signo de vida era el brillo que el miedo reflejaba en los ojos. Unos ojos que Janette Frances cerró.

–No me gusta ese color de carmín. Deberías cambiarlo por uno más vivo.

–Ni siquiera ha amanecido, Nelly. Creo que este es mucho más discreto.

–Según para quién, querida.

Las dos mujeres rieron y Nett se llevó la mano a la boca. No quería que la respiración agitada la traicionase.

–Vamos, Abie, date prisa –la voz de Nelly sonó apremiante–. El tren está a punto de salir y aún no hemos sacado los billetes.

–Si no hubieras insistido en tomar este tren, habría tenido tiempo para maquillarme como Dios manda.

–Era el más barato. Nadie viaja a estas horas.

La joven consultó su reloj: las cinco y media.

–Otra buena razón para haber elegido un tren más tardío. Nos aburriremos como ostras.

Los pasos de las mujeres se alejaron hacia la puerta. Nett aún miraba el reloj. Las cinco y media , pensó, quizá aún no se haya dado la luz de alarma . Antes de que la puerta principal se cerrase del todo, la joven descorrió el cerrojillo y salió tras las mujeres. Se mantuvo a medio paso por detrás de ellas, casi a la par. En las taquillas, aguardó detrás, intentando parecer una integrante del falso trío, y tomó el mismo billete que ellas. Bristol era tan buen destino como cualquier otro.

Nelly y Abie se dirigieron hacia los torniquetes y Nett las siguió de cerca. Si era hábil, el empleado creería que formaba parte del grupo y, cuando fuera interrogado por la policía, no podría afirmar que una joven sola había tomado aquel tren.

–Disculpe –Nett habló en voz baja, cuidando de que el hombre no se percatara del uso de esa expresión que la habría delatado como ajena a la pareja de amigas–, ¿este es el tren de Bristol?

Abie la observó y Nett supo lo que pensaba: demasiado joven para estar sola en una estación a aquellas horas. Le sonrió:

–Oh, sí, querida, no creo que salga otro justo en este momento. Es un castigo trabajar a una hora como esta. –Se acercó a Nett y le susurró–: Supongo que el maquinista y el personal de servicio habrán cometido algún tipo de terrible delito…

–¿Su billete?

La mujer se lo tendió al empleado, sin prestarle atención.

–…y cumplen su sentencia ocupándose de inconscientes, como nosotras, que se aventuran a maltratar su cuerpo sacándolo de la cama tan temprano.

El hombre picó el billete, se lo devolvió a la mujer y tomó el de Nett .

–Yo prefiero la palabra atrevidas. Suena mucho más sugerente –bromeó Nelly desde el otro lado del torniquete.

–En realidad es el monedero el que decide. –Abie dio unos golpecitos al bolso, que llevaba colgado del brazo.

Nett recogió el billete que el empleado le devolvió y las siguió.

En el andén, el aire de la noche era frío y el ambiente, húmedo y brumoso, aunque las primeras luces del amanecer comenzaban a clarear el horizonte. El vapor de la locomotora siseaba y los pocos pasajeros que aguardaban se aprestaban a subir a los vagones. Nett vio a un hombre que llevaba en la mano una cartera, una mujer que transportaba un voluminoso paquete y un par de mozos de carga que fumaban un cigarrillo apoyados en la pared del edificio de oficinas.

–Nuestro vagón es el uno, ¿y el tuyo?

Nett miró su billete:

–El tres.

–Vaya –dijo Nelly–, entonces tenemos que separarnos. Buen viaje.

La joven les sonrió y las vio alejarse hacia la parte delantera del tren. Luego, subió el primer escalón, miró a un lado y al otro y se introdujo en el vagón, tan rápida y sigilosa, que pareció como si se la hubiera tragado.

Creo que no me han seguido , pensó al sentarse en su asiento. El pitido que anunciaba la partida sonó estridente en aquel silencio. Nett miró por la ventana y advirtió que un hombre se acercaba a la carrera. El corazón se le aceleró y Nett sintió que los latidos tropezaban entre sí. Desde su asiento no podía ver la puerta del vagón, pero sí oír cómo el encargado de andén comenzaba a cerrarla. El hombre aumentó la velocidad de la carrera. Iba cubierto con abrigo y sombrero, y en la mano llevaba un periódico. El vagón se estremeció y Nett sintió que las ruedas comenzaban a moverse. Rezó para que aquel condenado operario cerrara la puerta mientras observaba al hombre del periódico que seguía aproximándose. Al fin, lo vio pasar bajo su ventana y subir al tren de un salto. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Cerró los ojos. No lo he conseguido. Viene por mí .

El hombre entró en el vagón y lo recorrió lentamente con la mirada mientras recuperaba el aliento. El tren había comenzado a moverse y el desconocido, tambaleante, caminó por el pasillo. Había cuatro personas más, pero era obvio que se dirigía hacia ella. Nett se llevó la mano al cuello del abrigo y lo apretó contra sí cuando el hombre llegó junto a ella. Luego lo vio sentarse enfrente y sonreírle.

–Buenos días –el hombre se quitó el sombrero y resopló–. Casi pierdo el tren.

Nett le devolvió la sonrisa pero no contestó. Con todos los músculos el cuerpo agarrotados, apoyó la cabeza sobre el respaldo y entornó los ojos. Se preguntó cuándo la detendría, pero el hombre abrió el periódico y se enfrascó en la lectura.

Quizá me haya equivocado. Tal vez no es más que un pasajero que llegaba tarde. Tranquilízate , se aconsejó. No deberías alterarte por cada persona que se aproxima a ti .

El hombre volvió una página del periódico y entonces Nett lo vio:

Camden Town, Londres, 13 de noviembre de 1937

A pesar de la rápida intervención de la policía, alertada por la cocinera de Tharckon House, residencia de lady Milton, no pudo evitarse su muerte a manos de Maurice Hommond, mayordomo de la casa, que había apuñalado brutalmente a su señora con un abrecartas, a fin de robar sus joyas.

Descubierto in fraganti por la señora Barbara Campbell, la cocinera, intentó acabar también con su vida. La mujer, que había escuchado los ruidos en la habitación de lady Milton, se había armado con una pistola propiedad del difunto lord Milton y disparó sobre el mayordomo, a quien mató en defensa propia.

Mistress Edith Carrington, respetable dama que, dada su edad y a causa de una enfermedad, permanecía desvelada hasta a altas horas de la madrugada, haciendo juegos de solitario frente a la ventana de su dormitorio, descubrió que una persona, cuya identidad le ha sido imposible establecer, aunque asegura que se trataba de una mujer, saltaba el seto que separa su domicilio del de lady Milton.

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