Annotation
Rehana Haque se había casado con un hombre al que no esperaba amar, había amado a un hombre al que no esperaba perder. Sola, con dos niños, Rehana vive plácidamente en un barrio de clase alta en Dhaka, Pakistán oriental, junto a la señora Chowdhury y su hija Silvi; sus inquilinos, los Sengupta, y la señora Rahman. Es 1971. Y la felicidad tiene nombre: Sohail y Maya, sus hijos, ya casi adultos. Pero la guerra irá al encuentro de todos ellos, la guerra de independencia de Bangladesh, la guerra que le cambiará la vida para siempre, ante su dilema desgarrador: la necesidad de elegir entre su país o sus hijos, la fidelidad o el amor.Esta es la hermosa historia de una madre que lucha contra su destino y lo vence, una novela de pasión y revolución, de esperanza y de heroísmo. La sorprendente y emotiva primera novela de Tahmima Anam.
Tahmima Anam
Días de amor y de guerra
Traducción de Jorge Rizzo
Título original: A Golden Age © Tahmima Anam, 2007 All rights reserved © de la traducción, Jorge Rizzo, 2009 © de esta edición, RBA Libros S.A., 2009 Pérez Galdós, 36 —08012 Barcelona www.rbalibros.com /
Primera edición: abril 2009
Reservados todos los derechos.
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor.
Composición: Víctor Igual S.L. ref. OAF 1321 isbn: 978 —84— 9867 —500-9 DEPÓSITO LEGAL: B. 16. 332— 2 OO 9 Impreso por Liberdúplex
Dedicatoria
Para mis padres, Shaheen y Mabfuz Anarn, que sembraron la esperanza en mi corazón
.
«Libertad, tú eres
una pérgola en el jardín, el canto del cuco,
las hojas brillantes de los banianos,
mi cuaderno de poesía, que garabateo a placer.»
shamsur rahman, Shadhinota Tumi
Prólogo
Querido esposo:
Hoy he perdido a nuestros hijos.
Fuera del tribunal, en el Khan Brothers Variety Store and Confectioners, Rehana compró dos cometas, una roja y una azul. El hombre tras el mostrador se las envolvió con papel marrón y cordel de yute. Rehana se puso los paquetes bajo el brazo y paró un rickshaw. Mientras subía, vio al abogado corriendo hacia ella.
—Señora Haque, lo siento mucho —dijo. Parecía sincero.
Rehana no pudo decirle que no pasaba nada.
—Tiene que conseguir dinero. Es el único modo. Consiga dinero y lo volveremos a intentar. Esos cabrones no mueven un dedo si no se les unta.
Dinero. Rehana subió al rickshaw y echó la capota hacia atrás.
—Dhanmondi —dijo, con la voz algo temblorosa—, calle 5.
Cuando llegó a casa, los niños estaban juntos, sentados en el sofá, con las rodillas en línea. Los pies de Maya colgaban por encima del suelo. Sohail se miraba las palmas de las manos y contaba las pequeñas líneas. Vio a Rehana y sonrió, pero no se levantó del asiento, ni exclamó como hizo Maya:
—¡Ammoo! ¿Por qué has tardado tanto?
Rehana había decidido que no era conveniente llorar delante de los niños, así que tuvo que agotar sus lágrimas en el ricksbaw, con sollozos que le obligaron a agarrarse al estrecho chasis del asiento y abrir la boca en una larga y quejumbrosa O, El conductor del ricksbaw se giró y le preguntó si quería parar a tomar un vaso de agua, como si estuviera realmente preocupado. Rehana nunca había probado el agua de los puestos de la carretera. Declinó la oferta en silencio, preguntándose si él tendría niños, idea que le hizo apoyar la cabeza contra el lateral de la capota del ricksbaw y golpeársela repetidamente coincidiendo con los baches de la calle. Ahora que los tenía delante, tuvo que soportar el pinchazo que sentía en la mandíbula y el sabor acre que le llenaba la boca. Soportó el intenso picor en los ojos, el nudo en la garganta. Lo soportó todo, mientras les entregaba los paquetes triangulares.
—Gracias, ammoo jaan —dijo Maya, arrancando el papel del envoltorio. Sohail no abrió el suyo. Se lo apoyó sobre el regazo y pasó la mano por el papel marrón.
—Vais a ir a vivir con Faiz chacha —dijo Rehana en tono neutro—. En Lahore.
—¡Lahore! —exclamó Maya.
—Lo siento mucho —dijo Rehana a su hijo.
—¿Cuándo volveremos?
—Pronto, lo prometo. —Si Dios quiere, habría querido decir—. Vienen a buscaros el jueves.
—Yo no quiero ir.
Rehana se mordió la lengua.
—Tenéis que ir —dijo—. Id y sed valientes. Puedes echar la cometa a volar, beta, y yo la veré, allí en Lahore. Es una cometa especial. Tenéis que ser muy buenos. Muy buenos y muy valientes. Sólo los niños más valientes encuentran el viento suficiente para hacer volar sus cometas. Y un día hará tanto viento que llegaréis hasta aquí volando. ¿No me creéis? Esperad y veréis.
Querido esposo:
Nuestros hijos ya no son nuestros.
¿Cómo empezaría a contárselo?
Volvió al rickshaw con sus hijos.
— Azimpur Koborstan —dijo.
El cementerio estaba salpicado de visitantes tristes. Dejaban flores sobre los mantos de hierba que crecían encima de sus seres queridos. En la fila siguiente un hombre con una gorra blanca lloraba con el rostro entre las manos. A su lado, una anciana sostenía un aerosol con esencia de bokul. Rehana cogió a sus hijos de las suaves manos.
—Despedíos de vuestro padre —dijo, señalando hacia la tumba de Iqbal.
Sohail se llevó los dedos a la cara:
—La-ill’ahah Ill'allah.
—Maya, tú también.
Mis hijos ya no son míos.
El juez dijo que Rehana no había afrontado como debía la muerte de su marido. Era demasiado joven para hacerse cargo de los niños por sí sola. No les había enseñado lo que tenían que saber sobre el Yannah y la otra vida.
Maya fue persiguiendo una mariposa hasta la fila siguiente. Rehana la sujetó por el codo.
—Despídete de tu padre.
—Adiós, Abboo —dijo Maya, sin apartar sus límpidos ojos de la mariposa.
—Señora Haque, ¿qué es lo que habría querido su esposo? —le había preguntado el juez.
—El habría querido que estuvieran bien —había respondido ella. Sí, él habría querido que los niños estuvieran bien.
—Este lugar no es seguro, señoría —había observado Faiz—: ley marcial, huelgas, gente por las calles... No es seguro. Por eso mi esposa y yo queremos llevarnos a los niños a Lahore.
Lahore, la ciudad jardín, con calles nuevas y edificios perfectos. Estaba a mil quinientos kilómetros, al otro lado de la India. Faiz era el hermano mayor de su esposo. Era abogado, y muy rico. Su mujer era alta, de sonrisa forzada y estéril. Miraba a los niños con avidez.
A Faiz nunca le había gustado Rehana. Tenía algo que ver con la devoción que sentía Iqbal por ella. Le dejaba las zapatillas junto a la puerta cuando ella tomaba un baño. Le masajeaba los pies con aceite de oliva. Le hablaba siempre en un tono suave. Todo el mundo se daba cuenta; Faiz solía decirle: «Hermano, estás consintiendo demasiado a tu mujer», y la señora Chowdhury, que vivía enfrente de su casa de Dhan-mondi, suspiraba y declaraba: «Tu marido es un santo».
Faiz le habló al juez de Cleopatra. Rehana había llevado a los niños a ver Cleopatra. ¿Acaso era una película apropiada para niños pequeños? Rehana vio la expresión del juez al imaginarse los pechos de Elizabeth Taylor. Y luego Faiz le contó la historia de la moneda. Que ocho años antes Iqbal había recibido una propuesta para casarse con una tal Rehana Alí de Calcuta, una joven de familia aristocrática cuyo padre había perdido una inmensa fortuna debido a los malos asesores y a una suerte aún peor. Iqbal ya tenía treinta y seis años; tenía una agencia de seguros que le iba bien. ¿Por qué no casarse? ¿Por qué no? Lanzó una moneda, echó un vistazo rápido al resultado y se fue a dormir. A la mañana siguiente envió un mensaje para decir que aceptaba.