El periodo comprendido entre 1936 y 1945 fue una época trágica en toda Europa. El día a día estaba teñido de conflictos bélicos (la guerra civil española, la Segunda Guerra Mundial) y de las graves consecuencias que se derivaban de ellos: hambre, desolación, miseria y represión.
Los documentos históricos que analizan la guerra fratricida española se han centrado mucho más en los aspectos épicos de la barbarie que en sus víctimas y, de entre esas víctimas, pocas veces se ha contado cómo sufren los enfrentamientos armados los más débiles: los niños.
Jorge M. Reverte y Socorro Thomás recopilan en estas páginas, sin retoques ni censura, las vivencias e impresiones de numerosos testigos de la guerra civil que, en el momento del conflicto, eran niños. Procedentes de todos los rincones del país, padecieron los horrores de la lucha en ambos bandos. Cada uno ofrece su peculiar visión, política y personal, de un acontecimiento que marcó la historia de España en el siglo XX.
Más allá de los grandes protagonistas cuyas decisiones tuvieron gran repercusión en el desarrollo y el desenlace de la contienda, los autores ofrecen aquí una visión desconocida de cualquier combate: los testimonios no inocentes, pero sin el partidismo de los adultos, y los dramáticos efectos de la guerra civil que se tatuaron en las miradas infantiles de forma indeleble.
Jorge Martínez Reverte & Socorro Thomás
Hijos de la Guerra
Testimonios y recuerdos
ePub r1.1
jasopa1963 16.11.14
Título original: Hijos de la Guerra
Jorge Martínez Reverte & Socorro Thomás, 2001
Diseño de cubierta: Tau
Editor digital: jasopa1963
ePub base r1.2
Para los miembros de Basta ya, porque saben cómo luchar contra la intolerancia y el mal absoluto.
Introducción
INTRODUCCIÓN
Pese a su enorme trascendencia histórica, la guerra civil española no ha tenido una repercusión equivalente en la producción de libros que relaten la experiencia de sus protagonistas. Ni desde el punto de vista de la literatura ni desde la producción editorial de obras testimoniales se puede decir que abunde el material documental sobre el conflicto. Esta escasez de testimonios tiene brillantes excepciones cuyo exponente mayor es, sin duda, la obra de Ronald Fraser titulada Recuérdalo tú, recuérdalo a otros.
Desde un punto de vista individual el libro de Michel del Castillo, Tanguy. Sin embargo, y pese a su valor, este acervo de memoria nos sigue pareciendo muy corto.
Una carencia de este tipo requiere atención urgente, aunque sea por razones estrictamente biológicas. Los que vivieron la guerra civil se han convertido en supervivientes de la propia vida. Los más jóvenes entre los que conocieron y pueden recordar la contienda sobrepasan, en el primer año del nuevo milenio, la setentena. Los que combatieron o vivieron las penurias de la retaguardia en edad adulta superan con creces los ochenta años.
La propuesta de realizar este libro sobre los niños que vivieron la guerra de España partió de Ana Rosa Semprún, y la aceptamos de inmediato con gran entusiasmo, más que nada por la posibilidad de colaborar en el rescate de vivencias que podrían haberse perdido y que tienen un enorme valor tanto humano como histórico. No se puede comprender un fenómeno tan grave como una guerra si no se realiza primero un acercamiento a las pasiones y sufrimientos de quienes fueron sus protagonistas. Los historiadores de hoy en día reconocen cada vez más el valor de los puntos de vista personales en la elaboración de interpretaciones históricas acertadas.
¿Por qué los niños? En primer lugar, hay que reconocerlo, por una razón aleatoria. Podían haber sido las mujeres, los combatientes o los médicos, y en cualquiera de estos casos, el análisis habría resultado de enorme interés. Sin embargo, hay muchas otras razones a tener en cuenta en un trabajo de este tipo. Ante todo, el deseo de transmitir un mensaje a las nuevas generaciones: no hay nada hermoso en una guerra, y mucho menos si se trata de una confrontación civil. El hambre, el frío, las penalidades, la muerte, la violencia, el odio entre vecinos y entre las mismas familias, son cosas que se quedan grabadas para siempre en la memoria de quienes padecieron la guerra siendo niños. Por otra parte, se puede extraer una conclusión de carácter positivo, y es la de que existe un sorprendente deseo de supervivencia en el ser humano ante el horror absoluto e incluso, en muchos casos, una inmensa capacidad de perdón.
Otro punto de interés, si es que se tiene alguna intención pedagógica, es el de concluir que la guerra queda objetivada en sus efectos humanos por la presencia de los niños. Da lo mismo en qué bando militaran sus padres, los niños sufrieron la guerra de la misma forma desgarradora, y por mucho que la derrota o la diáspora afectaran más a una parte de ellos, el miedo y los malos sueños perviven en todos. Los niños en la guerra civil (suponemos que en cualquier guerra) fueron protagonistas pasivos, mejor protegidos en unos casos que en otros de la violencia, el hambre o la muerte, pero siempre azotados por un entorno que no escatimó atrocidades a nadie. Fueron pasivos en la acción pero enormemente activos a la hora de recibir las consecuencias negativas.
Entrando en profundidades mayores hay una lección trascendental a extraer de las páginas que siguen: los códigos morales, la postura ante el dolor ajeno, el reconocimiento del sufrimiento de los demás, son cuestiones en las que la cultura y el ambiente en que los niños se forman ejercen una influencia decisiva. Llama la atención, por ejemplo la asunción de la idea de la muerte, la visión de la muerte, en su brutalidad más extrema, como si fuera algo inocuo. Es algo que puede comprobarse en casi todos los testimonios recogidos, sobre todo en lo referente a las ejecuciones de personas ajenas al entorno familiar. Tal vez este fenómeno se deba no sólo a la ya señalada capacidad de supervivencia de los seres humanos, sino a la incorporación inconsciente del ambiente de degradación moral que supone un conflicto civil. Este hecho puede observarse hoy mismo, en nuestro país, en la actitud que adoptan algunos colectivos del País Vasco ante la muerte indiscriminada de aquéllos a quienes se supone enemigos históricos. ¿Cómo puede explicarse que un adolescente brinde por la muerte de un tendero de golosinas? Sólo se explica si esa persona se ha criado en el odio o en la ignorancia absoluta sobre «el otro» y su capacidad de sentir, de gozar o de sufrir.
Un aspecto importante de las vivencias recogidas es, aparte de su contenido, la forma en que se describe. La historiadora Mercedes Cabrera, a la que debemos algunas claves acerca de la manera de tratar la información, manifestó su sorpresa por el bajo nivel de reelaboración del texto. Y es que consideramos que en este aspecto radica uno de los mayores valores del libro. Tanto si se hace una sola lectura como si se hacen varias, los protagonistas dan la impresión de haber vuelto al momento en que vivieron los acontecimientos. Hay una especie de primitivismo interpretativo que confiere a sus confesiones una carga mayor de sinceridad, de inmediatez. Algo que aumenta, a nuestro juicio, el valor del material reunido, ya que el conjunto de visiones subjetivas se convierte, por su acumulación, en una colección de datos objetivos. Pensamos que éste es un material aprovechable desde muchos puntos de vista.