Capítulo Doce
—Has dormido bien, Jonás? —preguntó su madre en el desayuno—.
¿No has tenido sueños?
Jonás se limitó a sonreír y asentir, ni preparado a mentir ni deseoso de decir la verdad.
—He dormido muy bien —dijo.
—Así querría yo que durmiera éste —dijo su padre, inclinándose desde la silla para tocar el puñito que alzaba Gabriel.
Tenía el capacho en el suelo a su lado; desde un ángulo, junto a la cabeza de Gabriel, el hipopótamo de peluche miraba con sus ojos sin expresión.
—Y yo —dijo Mamá, alzando los ojos al cielo—. Hay que ver lo inquieto que está por las noches Gabriel.
Jonás no había oído al Nacido durante la noche porque, como siempre, él había dormido bien. Pero no era verdad que no hubiera soñado.
Una y otra vez, durmiendo, se había deslizado por aquel monte nevado. Siempre, en el sueño, parecía como si hubiera un punto de destino: algo, no podía precisar qué, que estaba más allá del lugar donde el espesor de la nieve paraba el trineo.
Se quedó, al despertarse, con la impresión de que quería, de que necesitaba incluso, llegar a ese algo que le esperaba en la lejanía. La impresión de que era bueno. De que era acogedor. De que era importante.
Pero no sabía cómo llegar allá.
Intentó deshacerse del residuo de sueño mientras reunía los deberes y se preparaba para el día.
La escuela parecía hoy un poco diferente. Las clases eran las mismas: lengua y comunicaciones; comercio e industria; ciencia y tecnología; procedimientos civiles y gobierno. Pero durante los descansos para recreación y el almuerzo, los otros nuevos Doces no paraban de contar cosas de su primer día de formación. Hablaban todos a la vez, interrumpiéndose, disculpándose precipitadamente por interrumpir, luego olvidándose otra vez por la emoción de describir las nuevas experiencias.
Jonás escuchaba. Tenía muy presente el mandato de no comentar su formación. Pero en cualquier caso habría sido imposible. No había manera de describir a sus amigos lo que había experimentado allí, en la habitación del Anexo. ¿Cómo describir un trineo sin describir un monte y la nieve; y cómo describir un monte y la nieve a alguien que no hubiera sentido nunca la altura ni el viento ni aquel frío mágico de plumas?
Incluso con aquel entrenamiento de años en la precisión del habla, ¿qué palabras emplear que pudieran dar a otro la experiencia del calor del sol?
Así que a Jonás no le costó trabajo callarse y escuchar.
Al salir de la escuela volvió a ir con Fiona hasta la Casa de los Viejos.
—Ayer te busqué —le dijo Fiona— para volver a casa juntos. Vi que estaba tu bici y esperé un rato. Pero como se hacía tarde me marché.
—Pido disculpas por hacerte esperar —dijo Jonás.
—Te disculpo —replicó ella automáticamente.
—Me quedé un poco más de lo que pensaba —explicó Jonás.
Ella siguió pedaleando en silencio y él notó que estaba esperando que le dijera por qué. Esperaba que Jonás le describiera su primer día de formación. Pero preguntar habría sido grosero.
—Tú has hecho tantas horas de voluntariado con los Viejos —dijo Jonás cambiando de tema— que ya habrá pocas cosas que no sepas.
—Huy, hay mucho que aprender —repuso Fiona—. Está el trabajo administrativo, y las Normas Dietarias, y el castigo por desobediencia; ¿tú sabías que se utiliza una palmeta de disciplina con los Viejos, lo mismo que con los niños pequeños? Y la terapia ocupacional, y las actividades de recreación, y las medicaciones, y...
Llegaron al edificio y echaron el freno a las bicis.
—La verdad es que creo que me va a gustar más que la escuela —confesó Fiona.
—A mí también —coincidió Jonás, empujando la bici hasta su sitio.
Ella aguardó unos instantes, como si de nuevo esperase que continuara. Luego miró el reloj, se despidió con la mano y echó a correr hacia la entrada.
Jonás permaneció un momento parado junto a la bici, sorprendido.
Había vuelto a ocurrir; aquello que ahora clasificaba como «Ver Más».
Esta vez había sido Fiona la que había sufrido aquel cambio fugaz e indescriptible. Al alzar él la vista para mirarla cuando entraba por la puerta, sucedió: Fiona cambió. En realidad, pensó Jonás intentando reconstruirlo mentalmente, no había sido Fiona toda entera. Parecía ser sólo su pelo. Y sólo por un breve instante.
Hizo un repaso, reflexionando. Estaba claro que empezaba a ocurrir más a menudo. Primero la manzana, hacía unas semanas. La vez siguiente habían sido las caras del público en el Auditorio, hacía sólo dos días. Ahora, hoy, el pelo de Fiona.
Con el ceño fruncido, dirigió sus pasos al Anexo. «Se lo preguntaré al Dador», decidió.
El Viejo alzó la vista, sonriente, cuando Jonás entró en la habitación. Estaba ya sentado junto a la cama y hoy parecía tener más energías, estar ligeramente renovado y contento de ver a Jonás.
—Bienvenido —dijo—. Tenemos que empezar. Llegas con un minuto de retraso.
—Pido disc... —empezó Jonás, pero se calló, poniéndose colorado, al acordarse de que no había que pedir disculpas.
Se quitó la túnica y se fue a la cama.
—Llego con un minuto de retraso porque ha ocurrido una cosa —explicó—. Y me gustaría preguntarle acerca de eso, si no le molesta.
—Puedes preguntarme lo que quieras.
Jonás intentó ponerlo en orden mentalmente para poder explicarlo con claridad.
—Creo que es lo que usted llama Ver Más —dijo.
El Dador asintió.
—Descríbelo —dijo.
Jonás le refirió la experiencia que había tenido con la manzana.
Después, el momento del escenario, cuando extendió la mirada y vio el mismo fenómeno en las caras de la gente.
—Y hoy, ahora mismo, ahí fuera, ha ocurrido con mi amiga Fiona.
Ella en sí no ha cambiado exactamente. Pero hubo algo de ella que cambió por un instante. Su pelo era diferente; pero no en la forma, no en el largo. No alcanzo del todo a...
Hizo una pausa, frustrado por su incapacidad de asir y describir exactamente lo que había ocurrido.
Por fin se limitó a decir:
—Cambió. No sé cómo ni por qué. Por eso he llegado con un minuto de retraso —concluyó, y miró interrogante al Dador.
Para su sorpresa, el Viejo le hizo una pregunta que no parecía tener relación con el Ver Más.
—Cuando ayer te di el recuerdo, el primero, el de la bajada en trineo, ¿miraste alrededor?
Jonás asintió.
—Sí —dijo—, pero la sustancia, quiero decir la nieve, que había en el aire casi no dejaba ver nada.
—¿Miraste al trineo?
Jonás hizo memoria.
—No. Únicamente lo sentí debajo de mí. Soñé con él anoche, también. Pero no recuerdo haber visto el trineo en el sueño, tampoco.
Sólo sentirlo.
El Dador parecía estar pensando.
—Cuando yo te observaba, antes de la selección, me pareció que probablemente tenías la capacidad, y lo que describes lo confirma. A mí me pasó de manera un poco distinta —dijo el Dador—. Cuando yo tenía justotu edad, en vísperas de ser el nuevo Receptor, empecé a experimentarlo, aunque adoptó una forma diferente. En mi caso fue...
Bueno, no te lo voy a describir ahora; no lo entenderías aún.
Pero creo adivinar lo que te está pasando. Permíteme hacer una pequeña prueba de comprobación. Túmbate.
Jonás se volvió a tumbar en la cama con las manos a los costados.
Ahora se sentía cómodo allí. Cerró los ojos y esperó la sensación familiar de las manos del Dador en su espalda.
Pero no . En lugar de eso, el Dador le ordenó:
—Evoca el recuerdo del viaje en trineo. Solamente el comienzo, cuando estás en lo alto del monte, antes de empezar el descenso. Y esta vez baja los ojos al trineo.
Jonás no entendía. Abrió los ojos.
—Perdón —dijo cortésmente—, pero, ¿no tiene que darme usted el recuerdo?
—Ahora es un recuerdo tuyo. Ya no es mío, ya no lo experimento yo. Lo he dado.
—¿Y cómo puedo evocarlo?