Johnson - Tiramisú al ron (Spanish Edition)
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Tiramisú al ron (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación
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TIRAMISÚ AL RON Milly Johnson Título original: Here Come the Girls Simon¬Schuster UK Ltd CBS COMPANY“ © 2011 Milly Johnson Diseño de la cubierta: Eva Olaya con ilustración de © Shutterstock Traducción: Patricia Sánchez Maneiro 1ª edición: mayo 2012 Derechos exclusivos de edición en español reservados para todo el mundo: © 2011: Ediciones Versátil S.L. AV. JOSEP TARRADELLAS, 38 08029 BARCELONA Índice de contenido-Prólogo- La gente siempre recuerda los inviernos de su infancia tan blancos como el glaseado de los púdines de Navidad. Esa gente tenía la sensación de estar atrapada dentro de una enorme esfera de nieve recién agitada mientras iba camino de la escuela. Del mismo modo, recuerda sus veranos más cálidos, largos y luminosos de lo que fueron en realidad. El sol se encendió en mayo (con una potencia de novecientos cincuenta vatios), y su luz no empezó a apagarse hasta que las doradas y crujientes hojas del otoño cayeron de los árboles a finales de septiembre.
De hecho, cada vez que aquellas cuatro mujeres pensaban en aquella tarde que pasaron juntas veinticinco años atrás, creían que las nubes adoptaban formas especialmente definidas, que el cielo era imposiblemente azul y que el sol tenía el color de un gigantesco sorbete de limón. La hierba sobre la que descansaban apenas picaba y era mullida, y ninguna de ellas recordaba haber estornudado porque sus alergias parecían haber desaparecido. Con la barriga llena de empanada de Cornualles y de la granulada salsa gravy de la escuela, cuatro chicas de catorce años reposaban en la hierba ataviadas con sus uniformes de color rojo y gris, observando el cielo con pereza. —Aquella parece una ardilla —dijo Ven, señalando una nube blanca. —¿Eh? ¿Dónde diablos estás mirando? —comentó Frankie. —Ven señaló hacia arriba enérgicamente—. —Ven señaló hacia arriba enérgicamente—.
Aquel trozo es la cola, y la parte redondeada es la cabeza. —Oh, sí —dijo Roz—. Ya veo por dónde vas, pero tengo que admitir que se parece más a una ardilla a la que un tractor acabe de atropellar. Ay, mira, allí hay un corazón. —Exhaló un suspiro, y las otras dejaron escapar un gruñido. —Puede —dijo Roz tímidamente, o al menos todo lo tímidamente que podía mostrarse cuando pensaba en Jez Jackson. —Puede —dijo Roz tímidamente, o al menos todo lo tímidamente que podía mostrarse cuando pensaba en Jez Jackson.
Tenía tres años más que ella, vivía al otro lado de la calle, era delgado y flexible y no sabía ni que ella existía. Era su «Chico de Ipanema», y cada vez que vislumbraba su pelo rizado a lo Marc Bolan se le aceleraba el corazón. —Aquella parece una nube —dijo Olive. —Oh, ¡qué graciosa! —dijo Roz con un bufido. —No, me refiero a una de esas nubes que aparecen en los dibujos animados. Plana por debajo y esponjosa por arriba.
Por cierto, ¿sabíais que Zeus era el dios de las nubes? —Oooh, alguien ha estado prestando especial atención en Clásicas —dijo Frankie, dándole a Olive en las costillas—. Ni más ni menos que Olive Lyon, la empollona. —¡Venga ya! —rio Olive. —Me sorprende que pueda prestar atención en esa clase —dijo Roz—. Siempre contempla, absorta, los ojos del señor Metaxas. ¡Yo no hago eso! —negó Olive, pero no dejaba de reírse porque era cierto, y sus amigas lo sabían. —Supongo que vas a mudarte a Atenas, Ol, para convertirte en una novia griega. —Supongo que vas a mudarte a Atenas, Ol, para convertirte en una novia griega.
Cambiarás tu nombre por Afrodita y vivirás a base de hojas de parra. Por lo visto, allí gustan mucho las rubias. Por lo menos vales un par de camellos —dijo Frankie. —En el Mediterráneo no usan los camellos como moneda de cambio, tontaina —dijo Roz. —Oh, da igual —contestó Frankie con fingido desdén. Se incorporó y se echó su larga melena negra hacia atrás—.
Olive, el fruto más bello del mundo —dijo imitando el sexy acento griego del señor Metaxas—. Qué jugoso es. Tan solo deseo devorarla… esto… devorarlo de un solo bocado. Olive no dejaba de reír, sonrojándose mientras trataba de no pensar en cómo sería darse el lote con el señor Metaxas. Su bronceado mediterráneo, su pelo negro y sus enormes ojos castaños habían tenido mucho que ver en el despertar de sus hormonas. A menudo se dormía pensando en él, pronunciando su nombre como lo hacía en clase.
De todos los nombres cutres que podrían haberle puesto sus padres, Olive era con mucho el peor de todos ellos. Si al menos le hubiesen puesto «Olivia», que sonaba mucho más pijo y aceptable. Pero, ¡Olive! Era el nombre de la mujer con peor pinta de la serie On thebuses. Sin embargo, el señor Metaxas siempre se las arreglaba para que sonara romántico y cálido. —Aquella parece un barco —dijo Frankie. —Oh, sí, cierto —dijo Roz, que por una vez estaba de acuerdo con ella—.
Dios, cómo me gustaría estar ahora mismo de vacaciones a bordo de un barco. Esta tarde tengo sesión doble de Clásicas. —Yo también —dijo Olive con una sonrisa melancólica. Era la única chica del colegio con ganas de que llegara esa clase, además de un par de alumnas muy inteligentes de un curso superior que esperaban cursar sus estudios en Oxford o Cambridge—. «Paraclausithyron» —añadió con un suspiro, haciendo que sonara más a postura sexual que al motivo griego que era en realidad. —¿Qué significa eso en nuestro idioma? —preguntó Frankie, que tenía dos horas de Español que no habría cambiado por nada, ya que poseía un don natural para los idiomas.
Su familia era italiana, así que era bilingüe e iba camino de convertirse en trilingüe. —El amante permanece ante la puerta cerrada de su amada —dijo Olive, aún medio absorta en sus sueños—. Se usa ese motivo cuando el amante ruega para que le dejen entrar. Ven soltó una risotada. —¿Y qué sabes tú sobre impedir a los griegos cachondos que crucen la puerta? Tú los dejarías entrar a todos, romántica patética. —He oído que unas vacaciones a bordo de un barco cuestan miles de libras —dijo Olive, tratando de apartar al señor Metaxas de sus pensamientos.
Al menos eso le había dicho la clasista vanidosa de Colette Hudd mientras enseñaba sus fotos del crucero que había hecho en un barco de la flota Cunard. Su padre tenía un negocio de coches usados y estaba forrado. A ella la llevaban al colegio cada mañana en Rolls-Royce, y cuando no vestía el uniforme se ponía vaqueros de marcas como Brutus Gold. No como Olive, cuya madre le compraba toda la ropa en Littlewoods. Como mucho, Olive y sus padres habían pasado las vacaciones en una caravana en Skegness, donde el agua caliente o un lavabo propio se habrían considerado artículos de lujo. —Algún día todas iremos de crucero y le buscaremos a Ol un marido de ojos castaños y aliento a ajo —dijo Roz, quitándose briznas de hierba de sus largas piernas—. —Algún día todas iremos de crucero y le buscaremos a Ol un marido de ojos castaños y aliento a ajo —dijo Roz, quitándose briznas de hierba de sus largas piernas—.
Cuando seamos viejas y ricas. —No demasiado viejas —dijo Olive—. No conseguiré marido si tengo joroba, estoy arrugada y uso bastón. Frankie pensó en la señorita Tanner, una maestra muy guapa del colegio. Era todo lo que Frankie aspiraba a ser algún día: una mujer con curvas, de voz ronca y con mucha confianza en sí misma. Gracias a todos los cigarrillos que fumaba a escondidas casi había conseguido lo de la voz.
Y sabía que la señorita Tanner acababa de cumplir cuarenta años porque el señor Firth, que daba Francés, le había pedido a Frankie que se quedara a la hora del descanso para hacerle una tarjeta de felicitación, ya que también se le daba muy bien la Plástica. Todo el mundo en el colegio sabía que el Inglés y el Francés estaban teniendo una entente cordiale. Y él ni siquiera había cumplido los treinta. ¡Bien por usted, señorita Tanner! —Los cuarenta sería una buena edad. Para entonces todas seremos ricas y guapísimas. —De acuerdo, hagámoslo —dijo Olive. —De acuerdo, hagámoslo —dijo Olive.
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