Josh Lawrence - Enemigos
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- Libro:Enemigos
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- Año:2015
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Enemigos: resumen, descripción y anotación
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Índice de contenido
L O S J U E G O S D E
L A G U E R R A
ENEMIGOS
UNA NOVELA DE
JOSH LAWRENCE
Libros publicados de JOSH LAWRENCE
1. El oráculo
2. Enemigos
Próximamente:
Freedom
Título original: Enemies
© Josh Lawrence, 2013
Ilustración de portada: ©Enrique Iborra
Derechos exclusivos de la edición en español: © 2015.
ISBN: 9788490183427
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L O S J U E G O S D E
L A G U E R R A
«La realidad es aquello que, incluso aunque dejes de creer en ello, sigue existiendo y no desaparece.»
— Quisiera llegar pronto, Philip K. Dick
«La crisis de hoy es el chiste de mañana.» —H. G. Wells«Los misterios abundan donde la mayoría busca respuestas.»
—Ray Bradbury
«Días como aquel resquebrajaban su dura capa de escepticismo. Días como aquel le hacían pensar que valía la pena seguir viviendo, a pesar del hambre y la guerra, a pesar de las epidemias y del odio... a pesar de la época que le había tocado vivir.» — FinisMundi, Laura GallegoPrólogo
Esparta, 22 de hecatombeón de 2200
Después de diez días sin ver la luz del sol y sin escuchar más palabras que las que salían de su cabeza desquiciada, Dracón experimentó una sensación de alivio y temor cuando se abrió la puerta de la celda. Lo primero que vislumbró fue la silueta del visitante rodeada del halo de luz de una antorcha, después distinguió en aquel gigantesco cuerpo la figura de su temido padre, Thanos.
La figura se quedó inmóvil, delante de la celda, difuminada por la claridad reflejada en su espalda. En algún momento, Dracón pensó que se trataba de una aparición, de un delirio fruto del prolongado aislamiento, pero cuando la voz ronca y áspera de su padre resonó en la habitación, ya no tuvo duda alguna de que la pesadilla era absolutamente real.
Thanos dio un paso al frente y observó el aspecto de su hijo. Su piel había perdido parte de su pigmentación morena y sus grandes ojos verdes parecían apagados. Por un segundo sintió lástima de él, pero el primer deber de un espartano era pensar primero en su ciudad y después en su familia. Los intereses particulares de los ciudadanos podían llegar a destruir la República. Su pueblo había conseguido someter a los atenienses casi sin esfuerzo, pero por alguna razón su hijo había apoyado a sus enemigos y él tenía que descubrir el porqué.
Dracón levantó la cabeza. No sabía si pedir perdón a su padre o simplemente reprocharle que hubiera traicionado los principios del abuelo al velar por sus propios intereses, y no los de su pueblo. Optó por dejar hablar a su padre para averiguar para qué había ido a verlo.
—Hijo, nunca pensé que me encontraría en esta situación. Eres una deshonra para Esparta y para mí. Siempre me he esforzado por dejarte una herencia mejor que la que obtuve de mi padre. Cuando regresamos a esta ciudad era poco más que un ilota, pero gracias a mi tesón me gané el respeto de los ciudadanos, me convertí en un miembro del Consejo y después en su jefe. Pero ¿de qué sirve todo esto si mi propio hijo me deshonra?
Después de pronunciar estas palabras, Thanos guardó silencio. Sentía un fuerte dolor en el pecho, como si la actitud de su hijo lo hubiera herido en lo más profundo de su alma.
—Padre…
—No digas nada. Simplemente responde a mis preguntas. ¿Por qué te aliaste con nuestros enemigos? ¿Qué pensabais hacer en los Juegos de la Guerra? ¿Qué fuisteis a buscar al norte?
Dracón intentó aclarar su mente. La suerte de sus amigos Alexandre y Nereida también estaba en juego, por eso tenía que responder con mucha prudencia.
—Contestaré a sus preguntas con dos condiciones —dijo con voz temblorosa.
Thanos frunció el ceño, no podía creer que su hijo intentara negociar en esas circunstancias. Simplemente el que mostrara cierta misericordia hacia él era mucho más de lo que podía esperar un traidor a Esparta.
—Eres muy osado, por no decir imprudente. ¿Por qué iba yo a negociar contigo? Tienes que responder por obediencia a tu padre y a tu superior. De lo contrario te espera la muerte.
—Puede torturarme o matarme, pero no diré nada si no recibo antes su palabra de honor —contestó Dracón, recuperando algo de seguridad.
Se hizo un silencio largo y tenso, pero al final Thanos afirmó con la cabeza.
—De acuerdo. ¿Cuáles son tus condiciones? —preguntó.
Sabía que si cedía en parte podría recuperar a su hijo y enterarse de los planes de los atenienses.
—No me importa que toda la ira de los dioses y de los hombres caiga sobre mí, pero Alexandre y Nereida son inocentes. Si accedieron a unirse a esa aventura fue por mí, por eso os pido que los libere y que no los mande al exilio —suplicó Dracón.
—¿Cuál es la segunda condición? —preguntó Thanos. Arqueó una de sus pobladas cejas a la espera de una respuesta clara. No estaba dispuesto a ceder mucho más ante su hijo, aunque esto supusiera su muerte.
—Amo a una ateniense. Sé que está prohibido por nuestras leyes casarse con una enemiga, pero si me permite hacerla mi esposa, serviré a Esparta hasta la muerte y haré que todos los jóvenes de esta ciudad den hasta la última gota de su sangre si es necesario —dijo Dracón sin tomar aliento, como si intentara sacar toda esa frustración y rabia de su alma.
El hombre observó el semblante de su hijo. Sin duda tenía carácter y fuerza, podría ser un gran miembro del Consejo si era capaz de meterlo en vereda.
—No suelo negociar con traidores, pero si me cuentas con detalle todo lo sucedido, te prometo que tus amigos se librarán de su justo castigo y que tú podrás casarte con quien desees.
—Gracias, padre —dijo Dracón sin poder contener las lágrimas. Había salvado su vida y la de sus amigos. Ahora podría casarse con su amada, aunque eso supusiera aceptar las normas del Consejo.
Mientras Dracón vaciaba su alma frente a su severo padre, Atenas y Esparta se preparaban para la guerra. Únicamente la intervención de los dioses podía salvar a la ciudad de Atenea de sucumbir a la terrible maquinaria de guerra de sus eternos enemigos.
Primera parte
Traición
Atenas, 22 de hecatombeón de 2200
Los días posteriores al anuncio de la guerra fueron turbulentos. A la vista saltaba que era una guerra que nadie quería. El Consejo de Ancianos temía demasiado a Esparta como para enfrentarse a ella. El resto de mis amigos había sucumbido en la dura prueba de supervivencia de los Juegos de la Guerra. Lo peor de los últimos juegos es que además de no haber servido para evitar la guerra entre Esparta y Atenas, muchos inocentes habían muerto para nada.
Todavía recuerdo la desgarradora expresión de la madre de Damara cuando cuatro soldados atenienses le entregaron su cuerpo bañado en sangre. Su semblante roto, sus ojos hundidos y el grito contenido de su alma. Damara había sido mi amiga, confidente y aliada durante los duros años de la escuela, en los que había vivido lejos de mis padres, y ahora simplemente ya no existía.
Leónidas era el compañero del alma de Pericles, pero también era mi amigo. Siempre dispuesto a sacrificarse por los demás, noble y entregado a las causas perdidas. Él también había ido a habitar con los dioses.
Pericles no había vuelto a ser el mismo. Apenas nos veíamos y, desde luego, no nos habíamos vuelto a escapar al norte. Ahora el estadio le recordaba a la muerte y el dolor de los últimos días y prefería pasarse el día en el gimnasio o tumbado en su camastro. El aislamiento de mi amigo había contribuido a que me centrara más en mí misma; las visitas de mi madre y mi hermano eran lo único que me sacaba de mis monótonos pensamientos, que siempre me llevaban en una misma dirección y a una única idea: ¿para qué servía la vida?
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