Josh Lawrence - Libertad
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- Libro:Libertad
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- Año:2015
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Índice de contenido
L O S J U E G O S D E
L A G U E R R A
LIBERTAD
UNA NOVELA DE
JOSH LAWRENCE
Libros publicados de JOSH LAWRENCE
1. El oráculo
2. Enemigos
3. Libertad
Título original: Freedom
© Josh Lawrence, 2014
Ilustración de portada: © Enrique Iborra
Diseño de colección: Alonso Esteban y Dinamic Duo
ISBN: 978-84-9018-639-8
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L O S J U E G O S D E
L A G U E R R A
«La literatura de ciencia ficción es la crónica más fiel de nuestros tiempos y a veces también una guía premonitoria del futuro.»
—René Rebetez
«La ciencia ficción se ha convertido en un dialecto de nuestro tiempo.»
—Doris Lessing
«A partir de ahora no viajaré más que en sueños.»
—Julio Verne
A mis estudiantes de Mountain City
Prólogo
Troya, 7 de metagitnión de 2200
Las primeras explosiones se escucharon frente a mi ventana. No me atrevía a asomarme, me encontraba todavía narcotizada por el tranquilizante que Pompeyo me daba cada mañana, y lo que más temía era ver la cara de Dracón ensangrentada entre los muertos de la batalla que se estaba desatando allí fuera.
Al final me arrastré pesadamente hasta el gran ventanal, aparté los cortinajes púrpura y observé la planicie. Los soldados de Nueva Roma y mis amigos habían cruzado el lago en barcas e intentaban llegar a la base de la muralla, pero los hombres de Pompeyo lanzaban sobre ellos todo tipo de objetos. No podía calcular el número de soldados, pero sin duda superaban el millar.
En ese momento recordé las amenazas de Pompeyo; Pericles corría peligro y yo me limitaba a mirar por la ventana, con la cabeza adormilada por los narcóticos y el alma anestesiada. Un sudor frío me recorrió la espalda. Miré mis ligeras ropas de seda, parecía una cortesana; el juguete de mi nuevo amo. Después me acerqué a trompicones hasta una de las estancias en las que las esclavas guardaban las ropas. Tardé unos minutos en encontrar algo más práctico, que me permitiera moverme con facilidad. Lo único que vi fue un traje de cuero negro. Después miré entre los utensilios del baño y tomé unas tijeras. Al menos me servirían para defenderme de los guardias de la entrada.
Empujé el inmenso portalón, pero este no se movió, estaba cerrado con llave. Miré a mi alrededor, desesperada. La única salida era la ventana, pero la habitación estaba a varios metros de altura y mi cabeza no parecía responderme lo suficiente para mantener el equilibro.
Al final me decidí a intentarlo, abrí la ventana y me pegué a la pared. Me temblaban las piernas y el frío del exterior me despejó en parte, pero me hizo tiritar. Miré el lago, la muralla y al ejército que se afanaba en atravesar los muros, y respiré hondo; después caminé por la cornisa. A unos tres metros se veía una gran terraza, si conseguía llegar hasta allí, podría salir por algunas de la habitaciones más próximas.
Me aferré al alféizar de la ventana, comencé a mover los pies muy despacio. Llevaba unas sandalias de cuero y la suela se pegaba perfectamente a la cornisa, aunque en algunas partes parecía humedecida por el fresco amanecer a orillas del lago.
Avancé algo más de un metro; en un minuto la balaustrada de la terraza estaría al alcance de mi mano. Intenté moverme más rápidamente, pero el pie se escurrió de la cornisa y estuve a punto de caer al vacío. Me agarré a la piedra y me balanceé por unos segundos. Noté que mi cuerpo se agarrotaba por el miedo, pero logré tranquilizarme, subir de nuevo el pie y seguir caminando.
Cuando alcancé la balaustrada de la terraza, volví a respirar hondo. Pasé una pierna por encima y me agaché. No sabía qué podía encontrarme en aquella habitación.
El sonido de la batalla parecía cada vez más cercano. Antes de entrar en la estancia miré por última vez el muro. Los guerreros de Nueva Roma habían logrado abrir una brecha. Los hombres de Pompeyo se habían agrupado para detener a los invasores, pero poco a poco se replegaban hasta el edificio en el que me encontraba; parecía que mis amigos estaban consiguiendo conquistar Troya.
Me aproximé a la ventana e intenté ver en su interior, pero las cortinas estaban echadas y no dejaban abierta ni una pequeña rendija. Aferré mis tijeras e intenté hacer palanca en el pestillo, logré abrir la puerta y descorrí con cuidado la cortina.
Cuando asomé la cabeza, me quedé petrificada. En la habitación se encontraba uno de mis peores enemigos, y no estaba solo.
Primera parte
La esperanza
Troya, 7 de metagitnión de 2200
Me sentía confundida, no lograba pensar con claridad. Miré de nuevo por la ventana con sigilo, intentando asegurarme que aquel hombre fornido y de aspecto inquietante no era Thanos, pero sin duda se trataba del hombre más poderoso de Esparta. Aquello únicamente podía significar una cosa. Mi amada ciudad, Atenas, estaba en manos de los espartanos y todo estaba ya perdido.
Me encogí sobre mí misma, como si me hubieran golpeado en el vientre. Tenía ganas de vomitar y me daba vueltas la cabeza. El aire fresco de la mañana no terminaba de despejarme. Tenía que sobreponerme, mis amigos habían venido a la ciudad para salvarme. Tal vez pudiéramos reconquistar Atenas y llevar la paz a todos los griegos. Las profecías me señalaban como la elegida para salvar a mi pueblo. Toqué el collar con la esmeralda que el anciano oráculo me había dado la primera vez que nos vimos. Noté como si una fuerza especial se transmitiera por mis venas. Entonces, cuando los hombres que estaban en la habitación abrieron la puerta acristalada, apreté con fuerza la gema y sentí el viento atravesando mi piel. Los hombres se detuvieron en la barandilla de la gran terraza, pero parecían no verme.
—Esos pobres ingenuos no saben que vuestro ejército está a su espalda —le dijo Pompeyo a Thanos.
—Esperemos hasta que estén en el fragor de la batalla para atacarlos. No quedará ni un guerrero con vida. Después dividiremos el mundo en dos. La mitad de los viejos Estados Unidos será para Nueva Roma y su gran emperador Pompeyo y la otra para Esparta y su rey Thanos —dijo el padre de Dracón.
Sentí que un escalofrío recorría mi espalda. No entendía por qué no me veían. Estaba apenas a medio metro de distancia, aferrada al collar y con el corazón latiendo a toda velocidad. Los planes de aquellos dos hombres podían convertir el mundo conocido en un lugar aún más monstruoso. Tenía que escapar de Troya y llegar hasta mis amigos, pensé, acurrucada en un rincón, sin moverme.
—Quiero ver a Helena; en el caso de que esos estúpidos logren resistir, ella puede ser nuestra moneda de cambio —dijo Thanos.
—Está en la habitación de al lado —comentó Pompeyo.
Los dos hombres abandonaron la terraza y se dirigieron al otro cuarto. Yo aproveché para ponerme en pie, atravesar la habitación en medio de varios soldados sin ser vista y correr escaleras abajo. Corrí con rapidez, con la esperanza de escapar y advertir a mis amigos del peligro.
Aquella fortaleza estaba rodeada en gran parte por las aguas del río, por lo que tuve que hacer un largo rodeo. Sabía que mis captores no tardarían en advertir mi huida y desconocía durante cuánto tiempo permanecería invisible.
Me aproximé a la muralla. ¿Cómo podría llegar al otro lado? El muro era muy alto; proyectiles, flechas y lanzas caían a un lado y al otro. El hecho de ser invisible no me protegería de una bola de fuego o una flecha, pero tenía que atravesar las líneas y llegar hasta mis amigos. En ese momento me di cuenta de mi grave falta. En mi huida me había olvidado de que Pericles seguía en manos de Pompeyo y que no dudaría en matarlo en cuanto descubriese que yo me había ido.
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