Stefan Spjut - Ocultos
Aquí puedes leer online Stefan Spjut - Ocultos texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2013, Editor: Grupo Planeta (GBS), Género: Detective y thriller. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:
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- Libro:Ocultos
- Autor:
- Editor:Grupo Planeta (GBS)
- Genre:
- Año:2013
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Ocultos: resumen, descripción y anotación
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Stefan Spjut
Ocultos
La lombriz está pegada al asfalto y es larga como una serpiente. No, más larga aún. Continúa entre la hierba que crece junto a la carretera. El niño sigue el viscoso gusano de color rosa con la mirada y ve que atraviesa la cuneta y entra serpenteando en la tripa de un animal de pelo gris. Un tejón. Está muerto, pero aun así lo mira. Los ojos son como de cristal negro y una de las patas se ha quedado rígida, medio levantada, como en un saludo.
La puerta del coche se abre y la madre del niño lo llama.
Pero no es capaz de apartar la mirada del animal.
Entonces ella sale.
Se coloca al lado del niño. Frunce tanto la nariz que las gafas se le suben.
—Lo han atropellado —dice.
—Pero ¿por qué tiene esa pinta?
—Es un intestino. Algún pájaro se lo habrá sacado. U otro animal.
El niño quiere saber qué pájaro puede haberlo hecho. Qué animal.
—Vamos —dice su madre.
—Pero todavía no he hecho pis.
—Pues venga, hazlo.
Aprieta la cara contra la ventanilla, pero los abetos son tan altos que casi no puede ver dónde terminan. Sujeta la gran botella de Fanta entre las rodillas y de vez en cuando sopla por el cuello de la botella. El cristal está caliente, y los últimos sorbos que ha tomado también. Llevan casi tres horas en la carretera y nunca antes había pasado tanto tiempo en un coche.
Cuando paran, el niño no comprende que ya han llegado.
Porque están en medio del bosque y no ve ninguna cabaña.
Sólo árboles.
—¿Ya hemos llegado? —pregunta.
Su madre se queda quieta un rato, absorta en sus pensamientos, antes de sacar la llave y salir. Abre la puerta del niño.
Es como si los mosquitos lo hubieran estado esperando. Se acercan revoloteando de todas partes y son tantos que crean un dibujo de puntos en la piel de sus muslos. El niño no intenta espantarlos con la mano, se queda parado sin más, de pie, con la mochila colgada sobre el hombro, gimiendo con fuerza.
Su madre pone una bolsa de viaje sobre el capó y saca una toalla de baño con la que envuelve al niño, como si fuera una capa. Después de atársela alrededor del cuello echa a correr, con la bolsa de viaje en una mano y la de la compra en la otra. Abre un surco en la alta hierba. Lleva una camiseta de felpa de manga corta, de color verde menta, y tiene una mancha alargada de sudor entre los omoplatos, y las perneras de campana de sus vaqueros vuelan alrededor de los pies.
El niño la sigue y los muñequitos, metidos en un bote de plástico en la mochila, suenan con las sacudidas. Agarra una banda de la mochila y con la otra mano asegura la toalla entre los dedos para que no vuele. Es difícil correr de esa manera, y la vegetación no tarda en engullir la espalda de su madre, delante de él. Le grita que lo espere pero no lo hace, sólo vuelve la cabeza y exclama algo al llegar a una curva más adelante, en el sendero.
Los helechos crecen cada vez más tupidos y detrás de ellos hay abetos de troncos gruesos; por debajo, una profunda negrura. Alrededor del niño las hierbas se elevan como escobas que resuenan con los zumbidos y los chasquidos de los bichos, y la capa vuela por encima mientras el niño corre.
El bosque se refleja en los cristales de las ventanas. Sobre el viejo tejado, que es de chapa, hay piñas y ramitas finas, y montículos de pinochas secas.
Su madre ya ha llegado a la puerta. Tiene la espalda encorvada y una mueca en la cara, mientras trata de meter la mano bajo un alféizar.
—Vamos —dice mientras levanta la chapa y mete los dedos por debajo, soplando para alejar a los mosquitos.
El niño ha desatado el nudo de la toalla, se la ha puesto sobre la cabeza como una capucha y está haciendo piruetas. Las zapatillas de deporte golpean la madera del porche. En algunos puntos, la hierba se levanta tiesa entre las tablas y el niño la pisotea. Encima de la barandilla tallada hay un cenicero lleno de agua. Allí flota una mosca, o tal vez sea un escarabajo: sólo se ven las patas ganchudas. Al mirar más de cerca descubre que hay más insectos que llenan el cenicero. Es una especie de sopa asquerosa, de las que hacen las brujas.
Su madre se ha puesto de rodillas y trata de mirar por debajo del alféizar.
—No me lo puedo creer —dice.
Después comienza a hurgar entre la hierba que crece al pie de la ventana.
El niño la contempla durante un rato.
Luego pone una mano sobre la manija de la puerta.
—Mamá —dice—. La puerta está abierta.
Ella le da un pequeño empujón, coge el equipaje, entra por la puerta y la cierra tras de sí. El niño se queda mirando un tapiz que está colgado en la pared que tiene franjas oscuras y unos ojos severos que lo miran, y se pregunta qué se supone que es eso. ¿Una lechuza? En ese momento recibe otro empujón, de la mano que sujeta la bolsa de plástico, fría por los cartones de leche que hay al fondo.
—¡Entra ya!
Las palabras parecen quedarse pegadas allí dentro. En una especie de tejido dejado por el silencio en el que ha estado sumida tanto tiempo la cabaña. El niño lo nota y se queda cortado. Prefiere quedarse donde está un rato más.
—¡Vamos, decídete de una vez!
Entonces entra en la cabaña y mira a su alrededor con ojos atentos.
Las paredes están forradas de tablas de pino sin barnizar, y más arriba, de papel de fibras. Por aquí y por allá cuelgan pequeños cuadros y cazuelas de cobre. A través de una puerta puede ver una litera. Las colchas son de color verde oscuro y en los extremos tienen flecos. Mete la cabeza por la puerta. Es una habitación pequeña. Junto a la cama hay un taburete y encima de él, un libro. Al otro lado de la ventana crece un árbol, cuyas afiladas hojas tocan el cristal.
El niño coloca su mochila sobre la mesa de la cocina, abre la cremallera y saca el bote. Es un viejo tarro de helado. En la tapa hay un adhesivo arrugado en el que pone B ig P ack . Quita la goma elástica con movimientos cautelosos, porque sabe que se puede romper. Las figuras de plástico se desparraman sobre la mesa. Las de la caja de galletas del Pato Donald se han enganchado las unas con las otras, como para indicar que deben estar juntas. También tiene pitufos. Un hipopótamo con las fauces abiertas. Un gorila que se golpea el pecho. Un caballo a galope que no se sostiene por su propio pie. Hay un señor que está sentado. Antes conducía un tractor, pero éste ha desaparecido. Todo el señor es azul. Incluso la cabeza.
Enfrente de la estufa hay un pequeño sofá y el niño se sienta allí con un pitufo en cada mano. Una lámpara de pie con la pantalla plisada se asoma sobre él. No tiene bombilla, sólo un agujero. La cabaña pertenece a un compañero de trabajo de mamá, y el niño se pregunta por qué no ha puesto una bombilla en la lámpara. Quizá por la misma razón por la que no tiene televisor.
Recorre con las manos la tapicería del sofá, que tiene bolitas y es de color mostaza, y sabe que si se juega en un sofá como ése uno puede quemarse.
En la cabaña hay una pequeña cocina americana, y se dirige a ella. El frigorífico es tan pequeño que tiene que agacharse para abrirlo. Allí no hay nada, ni siquiera tiene luz, y tampoco parece estar frío. Tiene que dar un buen empujón a la puerta para cerrarla. La pared de encima del fregadero es de corcho, igual que el suelo. Es de color marrón rojizo y tiene un dibujo de hexágonos.
Colgada en un clavo hay una ristra de ajos de plástico. El niño la señala con el dedo y pregunta a su madre si la puede coger, ella dice que sí. Pone el pie en un taburete para llegar hasta el fregadero y baja la ristra. No es que se pueda hacer gran cosa con ella, pero al menos es de mentira. Pinza los duros ajos de plástico entre los dedos, tratando de averiguar si están muy pegados, mientras su madre da vueltas por la cabaña abriendo cajones y cajas. También mira en el interior del frigorífico y lo cierra.
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