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Paris Yolanda - Los besos más dulces son la mejor medicina

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Paris Yolanda Los besos más dulces son la mejor medicina

Los besos más dulces son la mejor medicina: resumen, descripción y anotación

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Capítulo 9

El lunes por la mañana, Yolanda se despertó sin saber nada de Lucas; desconocía si estaba bien, y lo único que pudo averiguar a través de las noticias fue que en Miami habían secuestrado a la hija de algún empresario importante de la zona y tenían que rescatarla.

Eso la tenía preocupada, pero nada podía hacer, sólo esperar a que todo saliera bien y que volviera a Los Ángeles antes de que ella se marchara; le quedaban cinco días de estancia en la ciudad, ya que el sábado regresaban a casa.

Los días siguientes los dedicaron a hacer turismo por los sitios que les quedaban por ver. Fueron al estudio cinematográfico Universal, a pasear por Malibú y Bel Air para visitar las casas de los famosos; también caminaron por el parque Griffith hasta llegar al monte Lee, lugar donde se encontraban las famosas letras que componían el Hollywood Sign , y se hicieron miles de fotos, de todas las maneras posibles.

El viernes, al despertar, lo primero que hizo fue mirar su móvil, pero no había nada. Se levantó triste y empezó a preparar las maletas. Quería dejarlo todo listo, porque al día siguiente salían muy temprano hacia el aeropuerto.

Aprovecharon la mañana para comprar las últimas cosas y dejarlo todo preparado. Cuando todo estuvo listo, se fueron a comer.

Para despedirse, Yolanda quiso ir a Peterʼs House, donde empezó todo. Al entrar en la hamburguesería, sintió una tristeza enorme... No podía ser que tuviera que irse sin despedirse.

A la hora del postre, un camarero llegó a la mesa portando una tarta de fresa y nata y la dejó delante de Yolanda. Ella, extrañada, ya que no había pedido nada, preguntó a las chicas.

—¿Alguna de vosotras ha pedido esto?

—No, nosotras no.

—Disculpe —llamó al camarero—. Creo que ha habido una equivocación, nosotras no hemos encargado nada más.

—No se trata de ninguna equivocación, señorita; tengo una nota que dice que esta porción de tarta va a esta mesa, y con esto —explicó el camarero depositando sobre la tarta una rosa de papel.

En ese momento, a Yolanda le dio un vuelco el corazón; se levantó buscándolo y allí estaba él, mirándola y sonriendo.

Lucas se acercó a ella y, cuando estuvo a su altura, fue ella quien metió el dedo en la tarta y le pringó la nariz para luego, con sus labios, quitarle la nata.

—Os la robo —les dijo Lucas a sus amigas—; por cierto... Mar, ahí te espera Dani —añadió guiñándole un ojo.

Dicho esto, salieron del local cogidos de la mano, se subieron al coche y se adentraron en el tráfico de Los Ángeles.

—¿Adónde vamos?

—A perdernos.

—Pues no tengo mucho tiempo para perderme, que mañana debo estar en el aeropuerto, ya regreso a casa —comentó, sin poder evitar sentirse triste.

—¿Mañana? —preguntó sorprendido—. Pues entonces te quiero toda para mí lo que queda del día y de la noche.

Pasearon por Malibú hasta llegar a Matadero Beach, donde bajaron a la playa; las vistas desde allí eran realmente preciosas. Se respiraba un ambiente de calma total; sólo se oía el sonido de las olas al romper contra las rocas, formando un espectáculo digno de ver.

Lucas se sentó en una roca y la ayudó a hacer lo mismo entre sus piernas, ofreciéndole una mano para evitar que se hiciera daño. El la abrazó desde atrás y juntos observaron el dulce movimiento de las olas y el precioso atardecer.

Allí, con la calma del mar, se contaron sus miedos, sus pasiones y sus sueños.

Yolanda se atrevió a hablarle acerca de su relación anterior y del miedo que tenía de volverse a enamorar porque no quería ser traicionada de nuevo. En ese instante fue cuando él entendió el porqué de su negativa a quedarse aquella noche cuando se lo propuso.

En ese momento fue cuando ella se percató de que lo que sentía por él era muy fuerte, y de que ese sentimiento cada vez se hacía mayor. Cuando Lucas le apartó el pelo hacia un lado y empezó a repartirle suaves besos por el cuello, entendió que no podía resistirse más.

Entre susurros, confesiones, caricias y besos, los dos comprendieron que había llegado el momento.

Se levantaron, se dirigieron hacia el coche, abrazados, y pusieron rumbo a casa de él.

—¿Te apetece? —le preguntó ofreciéndole una Coca-Cola light .

—¡Uau, light ! Sí, gracias.

Lucas era detallista y se lo demostraba en cada gesto, en cada detalle, como con la música de Luis Miguel... y ahora con la bebida.

—Tienes tarta, ¡qué buena! ¿Me das un poquito? —preguntó entusiasmada como una niña.

Él, que estaba encantado con la inocencia que Yolanda demostraba a veces, sacó la tarta de la nevera y se la mostró. Luego cogió una cuchara, cortó un pedazo y, al intentar metérselo en la boca, se desvío y le pringó la cara con la nata. Por su parte, ella, ni corta ni perezosa, cogió un poco de nata y se la puso también en la cara. A partir de ahí, el pastel ya no importó.

Lucas se acercó y paso su lengua por el rostro de ella, llevándose toda la nata. Se quitó la nata de la cara y le pringó la nariz para luego pasar sus labios; de ahí, bajó a su boca y empezó a saborearla.

Sin dejar de besarla, se la llevó a su habitación. Los nervios se apoderaron de ella; hacía mucho tiempo que no estaba en una situación similar y él lo notó.

—Tranquila, princesa, todo va a ir bien.

Él la apretó más contra su cuerpo y sus manos buscaron los botones de la camisa; los desabrochó uno a uno mientras le repartía besos por el cuello. La chica metió las manos por debajo de la camiseta de Lucas y éste se la sacó por la cabeza. Yolanda pasó los dedos por los abdominales masculinos y dibujó lentamente su tableta de chocolate, esa que tanto le gustaba.

Siguieron desnudándose despacio hasta que la última prenda de ambos cayó al suelo.

Con delicadeza, la tumbó en la cama; sus manos exploraron cada parte de su cuerpo, y su boca recorrió toda su tersa piel sin dejar ni un solo rincón por besar. Sus besos la hicieron estremecer de placer.

Lucas le hizo disfrutar de cada caricia, al tiempo que él gozaba al tenerla entre sus brazos, al sentirla vibrar... Lo había estado deseando desde que la vio por primera vez y ahora, por fin, la haría suya. Buscó su boca y metió su rodilla entre sus piernas; notó que estaba lista para recibirlo, así que se puso un preservativo, la miró a los ojos y empezó a moverse. Yolanda notó cómo, poco a poco, iba entrando en ella. Sentirlo dentro resultaba simplemente maravilloso. Acarició su espalda mientras iba introduciéndose cada vez más dentro de ella, a la vez que le susurraba al oído. En la penumbra de la habitación sólo se oían sus bocas besándose y gimiendo de placer. Con unas cuantas embestidas más, sintió cómo un cosquilleo le subía por las piernas; él siguió marcando el ritmo, y sus bocas se unieron para acallar sus gemidos mientras unían las manos y, juntos, alcanzaban el clímax. Lucas se dejó caer unos segundos encima de ella y luego rodó hacia un lado para no aplastarla y se la llevó con él. No quería soltarla jamás.

Permanecieron abrazados por un largo período de tiempo, regalándose besos y caricias. No se habían saciado el uno del otro, necesitaban más. Él buscó su boca de nuevo y empezó a saborearla con intensidad; pasó la lengua por su labio inferior, lo mordió con suavidad y la devoró con ansia.

Sonó el teléfono justo en el instante en el que se besaban con más pasión dispuestos a consentirse nuevamente.

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