Lina Galán - Los besos van aparte (Hermanos Rey nº 2) (Spanish Edition)
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- Libro:Los besos van aparte (Hermanos Rey nº 2) (Spanish Edition)
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- Año:2016
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Los besos van aparte (Hermanos Rey nº 2) (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación
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LOS BESOS VAN APARTE
(HERMANOS REY Nº 2)
LINA GALÁN
LOS BESOS VAN APARTE
Copyright © Lina Galán, 2016
Primera edición digital: junio de 2016
Diseño de portada: Sergi Villanueva
linagalan44@gmail.com
Facebook: Lina Galán García
https://www.facebook.com/lina.galangarcia
Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.
Para mis hijos. Os quiero
ÍNDICE
—¿Qué le parece, señor Rey?
—Ha quedado perfecto. Gracias, Ramón.
El joyero, agradecido, volvió a colocar el anillo de compromiso en la ranura del pequeño estuche de terciopelo y se lo entregó a su buen cliente y amigo. Solo había sido un trabajo de pulido y limpieza pero había devuelto a la antigua joya todo su brillo y esplendor.
Ricardo salió del establecimiento y levantó el rostro hacia el sol radiante de la mañana. Era un día perfecto para dejar a un lado cualquier tipo de transporte y dirigirse caminando a su destino, sintiéndose ligero y optimista, sin dejar de acariciar la suavidad del tejido de la pequeña caja que llevaba en el bolsillo. La multitud de gente que atestaba las aceras de la ciudad a esa hora punta podrían pensar cualquier cosa del joven que caminaba a grandes zancadas con una enorme sonrisa pintada en su boca, pero a él no le importaba en absoluto reflejar de una forma tan evidente tal grado de felicidad en su semblante.
A pesar del discurso negativo de su hermano pequeño esa misma mañana.
—¡No jodas, Ricardo! ¿Matrimonio? ¡Estás loco! ¡Solo tienes treinta años! ¡Eres joven y rico, el imán perfecto para las mujeres!
—No tengo unos objetivos marcados para cada edad. Las cosas vienen así a veces, sin planificarlas, como el amor, por ejemplo.
—¿Amor? No me hagas reír, hermanito. La tía está buena, pero para pasar con ella unos días, una temporada a lo sumo, pero…
—Arturo —le cortó su hermano mayor—, tú no entiendes de sentimientos, así que deja de frivolizar sobre ello. Quiero a Julia, la quiero desde que estudiábamos juntos, y quiero casarme con ella.
—Perdona que te parezca un tanto inoportuno, Ricardo, pero, ¿has olvidado acaso que te engañó con otro? ¿Que tenía un amante?
—El amor implica saber perdonar.
—Pues me da la sensación de que la vas a tener que perdonar más veces —susurró Arturo entre dientes.
—¿Qué intentas decir? —preguntó su hermano achicando los ojos.
—Nada, nada, hermano. Espero que seas feliz, de verdad. —Alargó su brazo y estrecharon fuertemente sus manos.
Ricardo sacudió ligeramente su cabeza para disipar el recuerdo de esa conversación, y para demostrar más aún su radiante ánimo, paró frente al puesto de una vendedora ambulante de flores. La buena mujer solo vendía pequeños ramos de margaritas, girasoles o claveles y Ricardo optó por las margaritas amarillas, símbolo del amor leal.
Con una mano todavía en su bolsillo aferrando la caja que contenía la joya y la otra sosteniendo el vistoso ramo, llegó, por fin, a la entrada de la casa de la familia de Julia.
Era una gran casona, en la elegante Avenida del Tibidabo, aunque había conocido tiempos mejores. La pintura desconchada, los batientes golpeando contra la fachada o las celosías desportilladas ofrecían el evidente aspecto de una casa en decadencia.
—Buenos días, señor —lo saludó el mayordomo tras haber golpeado la puerta con el chirriante y vetusto llamador.
—Buenos días, Armando —le contestó Ricardo. El mayordomo llevaba más de una generación con la familia Dalmau, aunque en los últimos tiempos fuera mucho más que eso y a cambio de casi nada, permaneciendo en esa casa únicamente por fidelidad. La familia había vivido holgadamente durante la primera mitad del siglo XX gracias a la heredada industria textil de sus antepasados, amasando una considerable fortuna de la cual llevaban viviendo demasiado tiempo ya en condiciones un tanto deplorables. Aun así, Ricardo no se prestaba a escuchar las habladurías que tachaban únicamente de económico el interés de la familia Dalmau sobre el compromiso. Julia era guapa, refinada y elegante y era la mujer ideal. Si salía beneficiada por esa unión, a él no le importaba.
—¿Se encuentra Julia en casa? —le preguntó al mayordomo mientras atravesaba la descolorida y desnuda entrada, cuyas paredes solo revelaban las marcas de los cuadros que ya habían sido vendidos hacía tiempo.
—Sí, señor. Está tomando el sol en el jardín trasero, puesto que por fin han acabado la restauración de la piscina, por lo que vuelvo a expresarle mi agradecimiento en nombre de la familia. Si le parece voy preparando unos refrescos.
—Muy amable, Armando —y se dirigió a la parte trasera de la casa.
Llamarlo jardín era ser demasiado imaginativo. Solo un conjunto de arbustos y malas hierbas componían aquel espacio antaño utilizado para fiestas y reuniones informales. Gracias a la generosidad de Ricardo, al menos habían podido restaurar la piscina, ya que Julia no había dejado de quejarse por no poder darse un baño cuando el intenso calor más apretaba. Un regalo que él había ofrecido a sus futuros suegros y que seguro no sería el último.
Una hamaca junto al agua y una mesita con algunos vasos revelaban el lugar donde su novia debía haber estado tomando el sol, aunque nadie lo ocupaba en esos momentos. Solo se escuchaba el murmullo de la depuradora, junto a la cual descansaban varios utensilios de limpieza y mantenimiento, por lo que el joven supuso que la empresa constructora ya habría enviado a algún operario para la puesta a punto.
Todavía acariciando el estuche de terciopelo, Ricardo se dispuso a recorrer aquel espacio en busca de su novia, pero la joven no daba señales de encontrarse por allí. Se acercó a la pequeña y también nueva casita de madera que habían habilitado como vestuario y probó a escuchar si podría encontrarse en su interior. Sin atreverse a mirar por una ventana por si llegaban sus padres en cualquier momento, acercó su oído a la puerta y escuchó una especie de murmullos ahogados, como si alguien se recuperase de algún esfuerzo físico. Como gemidos.
Ricardo se tensó. No, no podía ser posible, ella no volvería a traicionarle. Lo hizo una vez, cuando su relación aún no había tomado un camino serio, pero no fue más que un desliz, una tontería. Aun así, no podía pasar de largo sin mirar hacia el interior de la casita y salir de aquellas corrosivas dudas. Se acercó a una de las ventanas, se puso una mano sobre la frente para esquivar el reflejo del sol… y su corazón pareció morir en aquel instante.
Un hombre de unos treinta y cinco años permanecía de pie en el centro del reducido espacio, fuerte, musculoso, con una ajustada camiseta de tirantes blanca, el pantalón abierto y bajado hasta las rodillas. Julia, su amada novia, estaba desnuda de rodillas frente a él, con las manos aferradas a sus glúteos, acogiendo en su boca su grueso miembro, que entraba y salía con rapidez, al ritmo de los envites de las caderas masculinas.
Ricardo trastabilló hacia atrás, aturdido, decidido a no creer lo que sus ojos tan claramente le ofrecían. Su mano se aflojó y dejó caer el ramo de margaritas, que cayeron desparramadas sobre el descuidado suelo. Mientras trataba de respirar un poco de oxígeno en rápidas bocanadas de aire, la puerta se abrió y surgió el hombre abrochándose satisfecho los pantalones, dedicándole una mirada indiferente al tiempo que se dispuso a seguir con su tarea. Tras él, Julia salió ya con el biquini, aunque algo torcido, con su rubio cabello enmarañado, pasándose la yema del dedo corazón alrededor de la boca para limpiar cualquier posible resto de lo que acababa de ocurrir allí dentro. Cuando lo vio, su rostro se inundó de pánico.
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