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Sólo con estar a tu lado

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Unknown Sólo con estar a tu lado
  • Libro:
    Sólo con estar a tu lado
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  • Año:
    2018
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Sólo con estar a tu lado: resumen, descripción y anotación

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Sólo con estar a mi lado Sophie Saint Rose Capítulo 1 Ninette miró el periódico - photo 1

Sólo con estar a mi lado

Sophie Saint Rose

Capítulo 1

Ninette miró el periódico y después el número de la casa. El veinticinco. Era allí. Nerviosa abrió su enorme bolso para meter el periódico y se pasó las manos por su falda vaquera antes de estirarse la parte de delante del ligero jersey blanco. Puso una dulce sonrisa en su cara y se dijo que estaba chupado. —Vamos, puedes hacerlo… —Subió los tres escalones y pulsó el timbre.

Miró la puerta pintada de blanco con el tirador dorado ante ella y no escuchó nada en el interior de la casa. ¿Debía volver a llamar? Igual la anciana estaba un poco sorda y no lo había escuchado. Apartó un mechón de pelo rubio de su hombro subiéndose el bolso que pesaba un quintal y estiró el brazo para pulsar el timbre de nuevo, cuando la puerta se abrió de golpe dejándola sin aliento al ver al tipo que le había abierto. Atontada miró sus ojos azules rodeados de unas pestañas larguísimas, negras como el ébano. — ¿Si? —preguntó con voz grave impaciente.

Dios, qué voz. Qué voz y qué todo. Encima vestía como a ella le gustaban, camisa blanca con las mangas remangadas hasta los codos y pantalón negro de vestir. No es que le gustaran los camareros porque ese tío no tenía pinta de camarero en absoluto, aunque era cierto que había salido con un par. No, tenía pinta de que el dinero le salía hasta por las orejas. Sobre todo, por esos zapatos italianos que llevaba, que costaban más que todo lo que ella tenía. Apartamento incluido. —Vengo por el anuncio —dijo con un gallito que la sonrojó. Carraspeó antes de repetir —Vengo por el anuncio.

—¿Siempre dice las cosas dos veces? —Levantó una de sus cejas negras mirándola como si fuera estúpida. Sin esperar respuesta se apartó entrando en la casa. —Pase, no tengo todo el día.

Entró tras aquel hombre siguiendo la estela de su after shave y cerró la puerta porque él se estaba metiendo en una habitación a su derecha.

Impresionada con el suelo de mármol en blanco y negro formando una estrella, caminó hacia él. Entró en un salón y el tipo, que bien podía ser un asesino en serie porque no le había dicho quién era, estaba sentado en el sofá de piel beige mirando unos curriculums que tenía delante. A su derecha tenía uno y a su izquierda unos cuarenta. Era obvio los que había descartado.

—¿No le he dicho que tengo prisa? ¿Se puede sentar, por favor?

Acabemos con esto de una vez.

—Perdone, ¿pero usted quién es? —preguntó desde la puerta sin cortarse—. Porque en el anuncio decía claramente que tenía que preguntar por Ronelle Thatcher. ¿Usted se llama Ronelle?

—Obviamente no. ¡Siéntese!

Corrió hasta el sofá que tenía en frente y se dejó caer sobre él poniendo el bolso a su lado. La mesa de centro impedía que pudiera cruzar las piernas, así que estiró como pudo su falda vaquera para que no se le vieran las bragas, que encima eran rojas. Le miró con sus preciosos ojos verdes esperando sus preguntas.

Él se quedó en silencio observándola y Ninette se sonrojó por el escrutinio. Y eso que ella no se sonrojaba con casi nada, porque ya había escuchado de todo en la vida, pero él la miraba de una manera que pondría nerviosa hasta la más pintada.

—Cuando quiera puede darme su curriculum, porque dudo que pueda hacer ninguna pregunta si no lo veo primero.

—Oh, sí.

Como un tomate abrió el bolso y gimió cuando vio que la chaqueta había arrugado las hojas. Lo sacó haciendo que cayera un tampón sobre el sofá y a toda prisa lo metió dentro tendiéndole las hojas.

El guaperas alargó la mano sobre la mesa de centro y lo cogió con dos dedos como si su curriculum fuera un auténtico desastre. Y eso que aún no lo había leído.

—Camarera. Ese es todo tu curriculum —dijo tuteándola. Al parecer había bajado de nivel—. ¿Una camarera sin estudios?

—Tengo estudios. Fui al instituto. No tengo estudios superiores, pero tuve abuela.

—Como todos.

—Quiero decir que la cuidaba.

Él dejó el curriculum sobre la mesa. —¿No me digas? ¿Tienes estudios de asistencia sanitaria a domicilio?

—No.

—¿Enfermería?

—No.

—Entonces cómo sé que si a mi abuela le da un infarto, tú vas a saber lo que tienes que hacer.

Ella sonrió. —¡Eso lo sabe todo el mundo! Hay que llamar a emergencias.

—¿No me digas? —gruñó antes de poner su curriculum en la enorme pila.

—No haga eso. No me descarte todavía. —Abrió los ojos como platos. —Ya sé lo que haremos. Trabajaré gratis una semana. Si no le gusta a la señora como lo hago, puede echarme a patadas.

—Gracias por venir.

—Oiga, juego al póker estupendamente, soy buena compañía.

Divertida, quiero decir. Con una enfermera se aburriría como una ostra. La sacaría de compras, iríamos de museos. ¿Su abuela está impedida? Da igual, le guiñaré el ojo a un tío y seguro que nos sube la silla por esos escalones.

—No está impedida. Ha estado muy enferma del corazón y necesita reposo y descanso.

—Ah…

—Así que tus servicios no son necesarios a no ser que sepas lo que hay que hacer en el caso que ya te he mencionado.

Mierda. El sueldo era buenísimo y viviría en aquella mansión.

Desanimada se levantó a regañadientes cogiendo su bolso. —Oiga, ¿y alguien que limpie y que controle a la bruja de la enfermera?

—Ya tenemos servicio, gracias.

—¿Chófer?

—No tienes carnet. En el curriculum no lo pone.

—Guapo, hay tantas cosas que no pone en el curriculum… —Suspiró mirando a su alrededor y vio la foto de una mujer sobre la chimenea. Era en blanco y negro, pero era realmente hermosa. Estaba al lado de un hombre de traje con una copa de champán en la mano. —¿Esa es su abuela?

El macizo miró hacia allí. —Sí, es ella.

—Parece una estrella de cine de los cincuenta. Me encantan esas películas. Ya no se hace cine así, con ese glamour. ¿No cree? —Ninette alargó la mano. —Gracias por recibirme, señor lo que sea.

—Thatcher. Kirk Thatcher.

—Nombre de galán de película. —Sonrió dulcemente y él le estrechó la mano provocándole un vuelco en el estómago. —Suerte con la búsqueda.

—Gracias por venir.

—Oh, de nada. —Fue hasta la puerta del salón y se volvió de golpe quedándose ante él que la seguía. —Si necesitan… lo que sea. Yo hago de todo. Mi abuela me ha enseñado muy bien.

—No creo que sea necesario.

Hizo una mueca resistiéndose a alejarse de él. —¿Seguro?

—Totalmente.

—Mira que me voy.

—Estoy empezando a desearlo.

Suspiró exageradamente. —Bueno, pues adiós.

—Adiós, señorita Garding.

Fue hasta la puerta y él mismo se la abrió como si estuviera impaciente porque saliera de allí. —Adiós, galán.

Ninette salió de la casa bajando los escalones y él cerró la puerta rápidamente. Estaba claro que no podía ni verla. Suspiró de nuevo diciendo adiós a su sueño de llevar una vida de lujo y caminó calle abajo para ir hacia la boca del metro. Era hora de regresar a la realidad.

—Dos hamburguesas con queso, dos de patatas fritas y dos colas light —pidió a la cocina colocando la comanda en el ganchito.

—Marchando.

Empujó las puertas abatibles saliendo de la cocina a la cafetería y cogió la jarra de café. Sirvió a Irwin que leía el periódico como todos los días mientras comía su lasaña de los martes. —¿Algo interesante?

El anciano asintió. —Han encontrado a otra chica en el parque.

Llevaba dos días secuestrada.

—Vaya… Es la tercera, ¿no?

—Lo increíble es que las deje allí todavía —dijo con su experiencia de policía jubilado—. Ni se te ocurra ir sola por la calle de noche. ¿Me oyes?

Ese tío está loco.

—Tranquilo. Solo salgo si tengo una cita y últimamente estoy en dique seco. —Le sirvió el café antes de volverse para servir la mesa que tenía detrás.

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