Esther Llull - Sólo amó su lado femenino oculto (Spanish Edition)

Sólo amó

su lado femenino oculto

ESTHER LLULL

Copyright © 2017 Esther Llull

Todos derechos reservados.

ISBN: 1974550370

ISBN-13 : 978-1974550371

DEDICATORIA

Para Silvia, Ana, Mila, Iraia, María Jesús, Aida, Teresa y Reme, pues hay así una ventana

en la casa de mi amiga.

Déjame que te embruje,

volando voy tras de mis fieras.

Nostalgias…

CONTENIDOS

acomo

Agradecimientos

Estoy agradecida a todos mis lectores, en especial a mis amigas Áurea Vicenta y Yolanda. Tengo una deuda de gratitud con mi novio Bjarne Andersen. También quiero mencionar a mi hermano Felipe que me ha apoyado con su buen criterio al alentarme.

Capítulo

Pamplona, verano 2016

Baztan e Ixone

Baztan lentamente encogió el cuello, se sentó a la mesa, y con el aire semiconsciente de quien está haciendo lo que hace todos los días de su vida a esa misma hora, sacó su Tablet y sincronizó la pantalla:

―Pronto tendremos mucha más demanda en tiendas de piezas de coches.

―Sí, se está demandando cada vez más la Volkswagen, es la marca de moda ―pergeñó su compañera, Ixone.

―Somos comerciales, hacemos nuestra rutina, pero esto nos dará unos ingresos extras.

Baztan había organizado en los últimos dos meses las comidas del almuerzo a través de un grupo de wasap. Ixone lo había conocido allí y desde entonces se sintió subyugada por su voz atrayente y su gran apasionamiento hacia el trabajo, lo cual motivaba al resto de compañeros. Ella era la única mujer que acudía a esas comidas entre la semana y cada vez disfrutaba más, sobre todo, de la agradable conversación de Baztan.

Después, naturalmente, él dejó de escribir en su Tablet. Una cosa era el verde en la naturaleza y otra en la pantalla del ordenador, pensó. Sintió su inmadurez y que Ixone le miraba con los ojos grandes abiertos. Recordó esa misma mirada del día que le confió que estaba separado y que tenía dos hijos.

―La naturaleza y el trabajo parecen tenerse una natural antipatía ―confesó ante sus ojos―; basta juntarlos para que se hagan pedazos. ―Ahora veía el matiz de verde de los ojos de ella―. La naturaleza tiene sus mañas.

―Sí, basta mirar por la ventana y uno se deja llevar. Sí, es vivir en las musarañas. Y eso es contraproducente para nosotros ―replicó Ixone con ingenuidad.

―Basta mirar por la ventana abejas entre flores, un perro que bosteza, el sol que declina, basta pensar cuántos soles veré declinar y luego es harto conocido, y ya no se sabe qué merece la pena ―se deja llevar por cierta elucubración morbosa del pensamiento.

Esos giros iluminadores de su mente era lo que Ixone admiraba de él profundamente. Sabía que era una persona muy especial, que nunca había conocido a nadie así. Ella también era algo soñadora e impaciente. Y no disimulaba esa atracción en el brillo de sus ojos.

Suspiró profundamente, y se arrojó hacia el sendero del camino donde el coche esperaba, había una pasión en sus movimientos que justificaba la palabra al pie de esa encina. Le gustaba la naturaleza y el campo y podían reclinarse en un pequeño jardín a la salida de la nave del polígono del trabajo. Y bajo toda esta fugacidad del verano ella se dejaba ir para sentir el espinazo de la tierra bajo su cuerpo, porque eso le parecía que era la dura jornada del trabajo y la raíz de aquella encina.

Capítulo

Roma, verano 2016

Alessio y Adrienna

Las pálidas nubes de verano se demoraban, como si toda la fertilidad y amorosa actividad de una tarde de verano fuera una red tejida en torno de su cuerpo. Sus miembros pesaban en el suelo y se quedó tan quieto que se fue acercando a la luz y la lechuza de un árbol giró alrededor y las golondrinas bajaron en conjunto y pasaron en un destello tornasolado.

Se encontraba en el hospital, su amiga le había acompañado en una operación de la que había salido victorioso. Era una operación de cervical, podía tener solamente alguna secuela en la cicatrización.

Adrienna y Alessio se habían conocido hacía años mientras estaban trabajando juntos. El destino los había separado pero ellos se habían encontrado ahora y habían continuado una amistad tras varios años de conocimiento. Ella había estado cuando él se lo había pedido. Él había recaído ante una enfermedad que parecía que no terminaba de tener curación si no se operaba debidamente. Ella le había motivado para que lo hiciera y había estado con él en todo momento. Aunque eran solamente amigos, no cabe duda que la situación de necesidad que habían creado les había tendido una trampa a sus sentimientos. Ella estaba secretamente enamorada de él. Sabía que era su amigo pero sentía algo verdaderamente especial que no era solo cariño, que con los últimos momentos se había convertido en algo más.

A la hora o algo así de las ocho de la tarde el sol declinaba rápidamente, las nubes blancas fueron rojas, las colinas de Caracalla se tornaron violetas, los lejanos valles se volverían negros, y finalmente todo destellaba como si resonara una corneta, que significaba la hora de cenar en el hospital.

Adrienna se puso de pie de un salto y saltó de la butaca donde estaba leyendo un libro. El sonido agudo venía del corazón del hospital. Venía de un lugar allá abajo, un lugar compacto y dibujado en su mente con colores metalizados. Miró a Alessio que, a su vez, miraba hacia la última lucecita que aparecía en la ventana, era un lucero alto, brillante. Propició el pensamiento de que debía ser el planeta Venus encaramado en su ventana en una señal romántica y venusina.

Ese era ahora su mundo, iluminado por lunas crecientes y estrellas de luz. Destellaban las estrellas como poderosas fuerzas del bien y del mal. Y se percataba con dolor de su figura y de la figura de Adrienna que se detenía junto a él para posar su mano en su hombro y ayudarle a incorporarse sobre la cama articulada. También ella realizaba ya las funciones de enfermera y sabía que pronto llegaría la cena.

―Las historias de este libro me divierten ―dijo Adrienna―. Al principio siguen un curso absurdo y languidecen, pero luego me hacen quedar con la boca abierta.

―Siempre estás retorciendo un cordel con esas novelitas o sintiendo mi soledad al identificarte con ellas. A todos nos ves en ellas, y todos aparecemos con los perfiles borrosos.

―No, no siento tu soledad. Eres tú el que cada vez más hablas de ella. No sé por qué te empeñas, Alessio. Siempre has sido tú el que has vivido como has querido.

Capítulo

París, verano 2016

Thibaut y Thalie

Estaba pronto. Estaba sonrojado. Estaba agitado. Pero estaba en terrible retardo.

Por atajos que conocía, se abrió camino. Se lavó las manos. Pulió sus uñas. Sin más ayuda que seis centímetros de espejo y un par de pequeñas bombillas de bajo consumo. Era coqueto, lo reconocía. Pronto llegaría Thalie y no sabía cómo tenía que recibirla. Tampoco debía parecer demasiado correcto ni impoluto en su vestimenta.

Se metió en sus vaqueros estrechos y se puso su chaleco de cachemira, en menos de diez minutos por el reloj de su Tablet.

Con esto Thibaut, lleno de timidez, se fue y llegó al salón del café con el tiempo contado para caer allí, inclinar confundido su cabeza, y sentarse a esperar en la terraza a su amiga Thalie. Un bonito jarrón de cristal con rosas pálidas estaba decorando el centro de la mesa.

Era tan tímido que no vio de ella que ya estaba sentada junto a la mesa. Bastaba que ella le atusara la mano hasta cogérsela.

―Hola, ¿cómo te ha ido?

―Hola, oh, ya estás aquí, no te había visto ―se levanta y la saluda con un solo y único beso en la mejilla.

Una mano nerviosa, la suya, se pone en acción y se dirige hacia el camarero. Pero su mano se torna perversa, enfermiza, tal vez autoritaria hasta que encuentra la respuesta esperada.

―Deseo una bebida de jengibre con limón.

No tenía más que elevarse para que su melena cayera. Era lo que a él más le gustaba de ella, pero en realidad sus facciones de cara no eran totalmente simétricas y su sonrisa no tenía tanto encantamiento. Pero su cuerpo era espigado, tenía articulaciones fuertes. Y su mano tenía grandes dedos con anillos.