Memorias de un Fuckencio
Primera edición: noviembre 2018
ISBN: 9788417234355
ISBN eBook: 9788417637279
© del texto:
Álvaro Tavárez Molina
© de esta edición:
, 2018
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Capítulo 1
El comienzo de algo nuevo
Todo estaba en silencio, oscuro. Mi mente permanecía en una constante tranquilidad. Recuerdo que estaba soñando algo muy agradable, no recuerdo muy bien el qué, pero sí que recuerdo esa sensación de calma, libertad y despreocupación. De repente, todo eso que acabo de decir desapareció. Mi madre entró en mi habitación como si de un mastodonte se tratara, me encendió la luz, me levantó la persiana y me comenzó a gritar:
Y así era, hoy era 9 de septiembre, el día que esperaba que nunca llegase.
Traté de levantarme de la cama. Me costó horrores abrir los párpados y conseguir que mis piernas respondieran a mis órdenes. Mi cuerpo no podía creerse que ya fuese la hora de despertarse, aunque normal por otra parte, ya que llevaba todas las vacaciones levantándome como muy pronto a las 11 de la mañana. Me fui al baño y me lavé la cara. Mi madre me estaba esperando en la cocina, con una sonrisa de oreja a oreja, creyendo que mi ilusión iba a ser la misma, pero no. En mi cara no se transmitía la misma felicidad. Y es que, para mí, el primer día de colegio era un suplicio. El hecho de tener que volver a ver a todos mis compañeros de instituto tras unos largos 3 meses sin haberlos visto, era algo muy estresante para mí. Cierto es que, por otra parte, la idea de volver a verlos y que me contaran todo lo que habían hecho durante sus vacaciones era excitante. Además, ver las nuevas asignaturas y profesores que nos tocarían durante ese curso podría ser cuanto menos curioso. Pero todo lo demás era negativo para mí.
Al menos, este curso tenía algo en particular si lo comparábamos con los anteriores cursos. En este caso pasábamos a secundaria, y eso quería decir muchas cosas. Según mi madre, eso quería decir que ya no era un niño, y que tenía que empezar a comportarme como una persona adulta, algo que a mí me parecía excesivo, teniendo en cuenta que todavía tenía 12 años. Pero bueno, tenía razón en que te hace sentir mayor, quieras o no.
Como iba diciendo, los nervios iban aumentando conforme iba pasando el tiempo. Ya había desayunado y me había vestido. Quedaban sólo 10 minutos para salir por la puerta de casa. Mi madre me iba a llevar en coche, pero como bien me dijo, esto sólo lo hacía porque era el primer día de clase, los demás días me tocaría ir andando a mí solito. Esto no me disgustaba, es más, casi que lo prefería, ya que de nuestro curso sólo a Frickencio le seguían acompañando sus padres al colegio.
Frickencio era uno de los chicos que mejor me caían de clase el año pasado. No era de los más populares, pero siempre me sacaba alguna risa que otra. Su mayor afición era la de jugar a los videojuegos, y siempre se enfadaba con nosotros porque decía que jugar a los videojuegos por el ordenador era mucho mejor. Nosotros siempre le decíamos que no, que eso no era así, que era mucho mejor jugar en la consola, y siempre acabábamos discutiendo por esa estúpida razón. La verdad es que tenía ganas de verlo.
Ya eran casi menos cuarto. Cogí la mochila y me dirigí hacia la puerta. Mientras cruzaba el pasillo vi a mi padre durmiendo en su habitación. La envidia que sentí hacia él fue mayor que nunca.
Mientras íbamos mi madre y yo en el coche, ella me iba dando unos consejos sobre los primeros días de clase y cómo debía de afrontarlo. Me dijo que tenía que sonreír, ser simpático con los profesores y compañeros de clase, estar tranquilo… lo típico, vaya. La verdad es que no sé si mi madre sabía que yo ya había ido a clase anteriormente, porque la verdad es que parecía que no.
Cuando llegamos, vi a lo lejos a mis compañeros de clase. Estaban alrededor de unos seis en un círculo, y cuando vieron el coche aparcar, se dieron cuenta de que era yo y me miraron a lo lejos. Yo me dispuse a bajar del coche. De repente, observé que mi madre también se bajaba del coche, y, sin prevérmelo apenas, me soltó un beso en la mejilla. Todos mis amigos se empezaron a reír, y mi madre lo único que hizo fue sonreír de oreja a oreja y se fue con el coche. Yo me empecé a poner colorado como un tomate y juré en ese momento que se la guardaría a mi madre.
Capítulo 2
Mi nueva clase
Estaba ya a pocos metros de entrar a mi nueva clase. La zona de los estudiantes de secundaria era diferente a la de primaria. Los pasillos estaban pintados de un color más oscuro y las puertas no tenían ningún tipo de adorno, al contrario que en mis antiguas aulas. No os voy a engañar, la verdad es que estaba bastante atemorizado. Los segundos hasta llegar a la puerta de mi nueva clase se me hicieron eternos.
Me asomé por la puerta, y vi a toda mi clase. El profesor todavía no había llegado, pero mis compañeros sí que lo habían hecho, con lo cual ya sólo quedaban dos mesas libres, y adivinad qué. Las dos eran en la primera fila. A mí no me gustaba estar en primera fila, como a cualquier persona digo yo, ya que eso implicaba estar al lado del profesor, lo cual no era bueno por varios motivos. La primera, porque no puedes hablar con nadie sin que él se entere. La segunda, porque eres al primero al que le preguntan si tienes hechos los deberes, y, por último, porque tus amigos ni siquiera se dignan en hablar contigo por si las moscas. El año pasado ya me tocó estar dos meses en primera fila y os puedo decir que esto era verídico. Bueno, al menos al lado mío tenía a Frickencio, algo es algo.
Ya habían pasado cinco minutos de clase cuando el profesor entró. Se disculpó por haber llegado tarde y se presentó. Nos dijo que él iba a ser nuestro tutor y que nos iba a impartir las asignaturas de lengua, matemáticas e historia. Parecía una persona bastante segura de sí misma y con las cosas muy claras. Tenía un bigote muy denso y una calva muy peculiar. Yo le echaba más de sesenta años, pero según me dijeron tenía cincuenta y muchos. Su discurso transmitía mucha calma y seguridad, parecía que estaba diciéndolo de ese modo para tranquilizarnos, ya que nuestras caras en ese momento seguramente transmitían más miedo que otra cosa. Mi primera impresión de él fue buena, parecía una persona agradable. Nos dijo que se llamaba Fermín, y que si teníamos cualquier duda nos dirigiéramos a él.
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