«Aquello no le gustaba nada. ¿Qué le estaba contando aquel hombre a la chiquilla? ¿Por qué hablaba en susurros? ¿Por qué no dejaba de mirar de un lado a otro? El hombre y la niña estaban a unos cinco metros de ella y de la parada del tranvía, y no alcanzaba a oír qué decían. Pero al menos podía vigilarlos. Svetlana Gurenkova era una ciudadana y, como tal, tenía el derecho y el deber de fijarse atentamente en cualquier cosa que despertara sus sospechas…».
Crónica periodística sobre el caso de «el carnicero de Rostov», que en 1990 canibalizó a más de 50 personas tras haberlas sometido a todo tipo de vejaciones. El relato posee un tono de crónica negra, y presenta los hechos crudamente.
Richard Lourie
La caza del diablo
Título original: Hunting the Devil: The Pursuit, Capture and Confession of the Most Savage Serial Killer in History
Richard Lourie, 1993
Traducción: Jordi Mustieles, 1993
Revisión: 1.0
25/10/2019
A Edward Burlingame,
por ser un editor de honor e inteligencia;
a Berenice Hojfman, por ver lo que no existe;
a Jod, por su apoyo y su paciencia,
otros nombres para el amor.
Autor
RICHARD ELLIOT LOURIE (16 de de julio de 1940, en Cambridge, Massachusetts) es un escritor estadounidense, traductor y periodista.
Los antepasados emigraron de Lituania a los Estados Unidos como emigrantes judío-rusos. En su juventud trabajó ocasionalmente como taxista y chofer. Richard Lourie estudió Filología Inglesa por primera vez en la Universidad de Boston, donde en 1959 asistió a las conferencias de Robert Lowell. Luego viajó de Boston a Berkeley y estudió literatura rusa e historia rusa en la Universidad de California. Allí conoció al escritor polaco en 1960 Czesław Miłosz, también de Lituania, que enseñó en la Universidad de Berkeley como profesor en el Departamento de Lenguas y Literaturas Eslavas. Lourie asistió a sus conferencias y siguió siendo amiga íntima de él durante más de cuatro décadas. En 1969, Richard Lourie recibió su tesis de doctorado sobre Andrei Donatowitsch Sinjawski.
Por la novela Sagitario en Varsovia, recibió en 1974 el Premio Joseph Henry Jackson. Su libro First Loyalty fue nominado en 1986 para el Premio Pulitzer. Algunos de sus libros se refieren a eventos y personalidades de la era de la Guerra Fría. Tradujo unos 20 libros del ruso y el polaco al inglés americano. En 1999, apareció la autobiografía ficticia de Josef Stalin y en 2002 la biografía del físico soviético Andrei Sakharov. La no ficción, novelas históricas, cuentos y biografías de Richard Lourie han sido publicadas varias veces y traducidas a otros idiomas. En 2007, en el libro Dislike to Tulips (Odio a los tulipanes), Richard Lourie describió la difícil situación del niño Joops, que traicionó el escondite de Anne Frank en Amsterdam para recaudar dinero para la familia hambrienta.
Richard Lourie ha sido columnista de la revista The Moscow Times desde 2002, publica regularmente artículos en The New York Times, The Washington Post, The Nation y The New Republic. Lourie dirigió el Proyecto del Gobernador Mario Cuomo, cuyo objetivo era traducir los escritos de Abraham Lincoln al idioma polaco. En 1989, escribió el guión Victims of Circumstance para la serie de televisión Miami Vice.
PRÓLOGO
E l inspector jefe Kostóev examinó una vez más la sala del interrogatorio antes de que llegara el preso. Estaba como a él le gustaba, desnuda. Sólo había un cuadro en la pared, un retrato del fundador del KGB, Félix Dzerzhinski, con su característica perilla y expresión alerta. Había también una caja fuerte que insinuaba secretos; quedaba para el preso imaginar cuáles. Estaba el escritorio ante el que se sentaría el inspector Kostóev y una mesa dispuesta perpendicularmente al mismo, formando una T. El preso se sentaría en el ángulo interior de la T, a la derecha de Kostóev.
No habría nada que mirar excepto el propio Kostóev. E incluso si al preso le daba por mirar la caja fuerte o el retrato, también eso era bueno. Ambas cosas le recordarían dónde se encontraba; no en cualquier cárcel de un pueblo perdido, sino en una prisión del KGB en la ciudad de Rostov del Don.
Tras un crispado enfrentamiento con la policía de Rostov, que deseaba la custodia, el inspector Kostóev, de la Oficina del Fiscal General de la República Rusa, había conseguido que trasladaran al preso a los calabozos del KGB. Aunque no era habitual que la Oficina del Fiscal General y el KGB trabajaran juntos, Kostóev tenía buenos motivos para alterar el procedimiento establecido. No quería dar al detenido la menor oportunidad para quejarse luego de malos tratos. El preso era sospechoso de haber asesinado y devorado a treinta y seis víctimas, todas mujeres o niños, algunas de ellas con parientes en las fuerzas de policía de Rostov. Kostóev quería mantenerlo aislado, fuera del alcance de una posible venganza.
El preso fue conducido por los corredores de la prisión del KGB en la forma consagrada por el tiempo. El guardia que lo escoltaba hacía sonar las llaves contra la hebilla del cinturón para advertir a los guardias de otros corredores que se acercaba un preso. El preso no debía ver a nadie, y nadie debía ver al preso.
Cargado de espaldas, con una rala cabellera de color gris arena, el preso caminaba a paso lento, casi arrastrando los pies como un anciano, con el cuello largo y musculoso inclinado hacia delante. Era un hombre alto y de manos grandes, y llevaba vendado el dedo medio de la mano derecha. Parecía lo que era: un ingeniero industrial de poca categoría, un devoto lector de periódicos, un abuelo.
El inspector Kostóev apenas había dormido en los tres días anteriores al arresto. Y cada vez que se hundía en el sueño veía el rostro del individuo que en aquellos momentos conducían ante él. Pero no eran sólo el nerviosismo y la excitación los que mantenían despierto a Kostóev. Como siempre, tenía razones prácticas: aquéllos eran los únicos días de que disponía a fin de prepararse para el duelo que es un interrogatorio.
Durante tres días, el inspector Kostóev se paseó de un lado a otro por la habitación 339 del Hotel Rostov, donde se alojaba desde hacía años. Kostóev, un hombre apuesto y bigotudo, de cuarenta y ocho años de edad, que cuando estaba fuera de servicio hacía gala de unos modales distinguidos, permanecía ajeno a todo lo que no fuese la tarea inmediata. No salió de la habitación ni una sola vez. Si miraba por la ventana, no veía nada. Debía aprovechar hasta el último minuto para un solo fin: encontrar la manera, como decía siempre, «de meterse en el alma del sospechoso», de conocer su lógica, sus esperanzas, sus más profundos temores.
Sólo en tres de los centenares de casos que le habían sido encomendados fue incapaz de obtener una confesión. Y ésos, naturalmente, eran los más fáciles de recordar.
Pero nunca había interrogado a un sospechoso como el que en aquellos momentos subía desde su celda. En razón de su cargo como jefe adjunto del Departamento para Delitos de Especial Importancia, el asesinato era el pan de cada día para el inspector Kostóev. Pero por lo general se trataba de crímenes cometidos por delincuentes profesionales o por personas que habían sucumbido a la ira o la codicia. A lo largo de su carrera, nunca había conocido a un abuelo que mutilara y asesinara. ¿Qué clase de estrategia hay que seguir para entrar en el alma de un padre de familia que es también un caníbal?