Rebecca Winters
Casarse por deber
Casarse por Deber (2005)
Título Original: To Marry for Duty
Serie: Trillizas Duchess 3º
Agosto. Kingston, Nueva York
– Gracias por recibirme tan pronto, Dr. Amavitz. Es la primera vez que visito a un psiquiatra, así que estoy un poco nerviosa.
– El nerviosismo es algo común a todos los pacientes, al menos en una primera visita. ¿Por qué no empiezas por contarme qué es lo que te trae a mi consulta?
Piper Duchess se sentó en el borde de la silla con las manos apoyadas en las rodillas.
– Todo me preocupa -espetó antes de que las lágrimas corrieran por sus mejillas coloradas.
Sin decir nada el doctor le acercó una caja de pañuelos de papel. Ella agarró uno para secarse las lágrimas. Cuando hubo recobrado la compostura, le dijo:
– Por primera vez en toda mi vida, estoy sola y no lo estoy llevando nada bien. Para ser sincera, lo llevo fatal -estalló a llorar de nuevo.
– ¿Quieres decir emocionalmente, físicamente…?
– En ambos sentidos -dijo aclarándose sus ojos azul aguamarina con otro pañuelo de papel.
– En tu ficha veo que tienes veintisiete años y estás soltera. ¿Acabas de romper con tu novio o prometido?
– No.
Nic no encajaba en ninguna de aquellas categorías y, de todas formas, tampoco tenía ningún interés en ella.
De hecho, Nicolás de Pastrana de la casa de Parma-Borbón en España siempre había estado fuera de su alcance. Eso era algo que ella había sabido desde el primer momento en que lo conoció a él y a sus primos.
– No -su voz tembló-, pero imagino que así es como me siento. Sin duda es una experiencia traumática.
– Háblame sobre tu familia.
– Mis padres murieron. Mis hermanas Greer y Olivia ahora están casadas y viven en Europa. Olivia se casó hace tan sólo unos días en Marbella. Hace tres días que llegué a Nueva York desde España.
– ¿Vives sola?
Ella asintió.
– En un apartamento aquí en Kingston. Después de la muerte de papá en primavera las tres vivíamos juntas allí.
– ¿No tienes más familia?
– No. Nuestros padres eran bastante mayores cuando se casaron y la mayoría de sus parientes ya habían muerto.
– Así que, virtualmente, estás sola.
Empezó a hacérsele un nudo en la garganta.
– Sí. Parezco una niña grande, ¿verdad?
– En absoluto. La mayoría de la gente suele tener parientes que vivan, al menos, en el mismo país. ¿Dónde encajas en la constelación de tu familia?
Piper creyó entender lo que decía.
– Aunque pueda sonar raro porque las tres somos trillizas, soy la segunda.
– Ah…
Eso fue todo lo que dijo, pero aparentemente aquello le respondía muchas preguntas.
– Hasta ahora nunca había estado tan sola. Y no hablo sólo de la separación física de mis hermanas. Es algo mental.
– ¿Acaso el reinado de los Tres Mosqueteros ha llegado a su fin? -añadió.
– ¡Sí! -gritó ella-. ¡Eso es! Una para todas y todas para una. Ahora ellas tienen marido y ya nunca volverá a ser lo mismo.
– ¿Estás enfadada por ello?
Piper había inclinado la cabeza.
– Sí, aunque sé que es horrible decir algo así.
– Te equivocas. Es la cosa más honesta que puedes decir. Si me hubieras contestado otra cosa no te habría creído.
– Es culpa mía que se hayan casado, así que no hay nadie más a quien culpar.
– ¿Quieres decir que apuntaste con una pistola a las cabezas de sus maridos para que les propusieran matrimonio a tus hermanas?
Sonrió a pesar de las lágrimas. Si supiera hasta dónde habían llegado las maquinaciones…
– No.
– ¿Entonces cómo puede ser culpa tuya?
– Es una larga historia.
– Aún nos quedan veinte minutos.
Aquello quería decir que tenía que darse prisa.
– Greer es la mayor y quien siempre nos decía a Olivia y a mí lo que teníamos que hacer. Ella fue la que nos propuso comenzar con nuestro negocio en Internet una vez que acabamos el instituto. Su plan era que fuéramos millonarias cuando cumpliéramos los treinta, así que siempre nos decía que ninguna de nosotras debía casarse o lo arruinaría todo.
»A Olivia y a mí no nos interesaba mucho el convertirnos en millonarias. Preferíamos encontrar un hombre con quien casarnos y formar nuestra propia familia, como nuestros padres.
»Papá también estaba preocupado por la actitud de Greer. Antes de morir, Olivia y yo le sugerimos un plan para que nos dejara en herencia un dinero destinado a encontrar novio. Él lo llamó el «Fondo para la búsqueda de marido». La única condición legal era que el dinero sólo podía gastarse con el propósito de encontrar marido. Por supuesto, a papá le encantó la idea y nunca le comentó a Greer que Olivia y yo estábamos detrás de todo aquello.
»En junio planeamos un viaje a la Riviera italiana, el sitio perfecto para conocer hombres fascinantes. El objetivo era que Greer conociera a alguien que la hiciera olvidarse de convertirse en millonaria. Greer accedió a ir porque se trataba de llevar a cabo la última voluntad de nuestro padre, aunque no tuviera la menor intención de casarse. Sin embargo, mientras estuviéramos de vacaciones intentaría conseguir una proposición de matrimonio por parte de algún playboy. Entonces lo rechazaría y podría cobrar el dinero de la herencia. Sonaba divertido.
»Nosotras le llevamos la corriente con su plan pero, para nuestra sorpresa, conoció a Maximiliano di Varano de la casa de Parma-Borbón, el hombre de sus sueños, y ella acabó declarándose a él. Se casaron en tan sólo seis semanas. Ahora viven en Italia.
»Aquello fue horrible. Eso significaba que Olivia y yo podíamos volver a Nueva York y seguir con nuestros asuntos. Pero entonces -tembló su voz-, Olivia se enamoró del primo de Max, Lucien de Falcón, también de la casa de Parma-Borbón. Ambos se casaron hace tan sólo unos días y vivirán en Mónaco.
El doctor asintió.
– Así que ahora eres libre para hacer lo que quieras y encargarte de tus asuntos.
Ahogó un sollozo en su garganta.
– Mis asuntos. Mi problema es que no sé cuáles son.
El doctor Arnavitz se inclinó hacia delante.
– El final de los Tres Mosqueteros puede significar el fin de tu juventud, pero también el inicio de la vida de Piper Duchess como una mujer con nuevos mundos que conquistar. Europa está sólo a un vuelo de distancia.
– Lo sé -dijo con voz triste.
Pero Nic estaba allí. Después de la forma en que la había rechazado, ella se negaba a darle la satisfacción de pensar que era consciente de su existencia.
– ¿Aún trabajas en el negocio de Internet?
– Sí.
– Háblame sobre ello.
– Soy artista. Dibujo ilustraciones para calendarios con eslóganes dirigidos a mujeres. Ya sabes, como «Si necesitas que alguien lo haga, díselo a una mujer». Greer pensaba los eslóganes y Olivia se encargaba del marketing.
El sonrió.
– ¿El negocio te da para vivir?
– Sí. Los calendarios se venden muy bien en Estados Unidos y ahora van a ser distribuidos en un par de ciudades europeas.
– ¡Qué suerte! ¿Por qué no haces como Greer y le das la vuelta al asunto?
– ¿Qué quieres decir?
– Tu hermana quería ser millonaria cuando tuviera treinta años y tú querías casarte, así que encárgate de mostrarles cuánto dinero puedes ganar antes de cumplir los treinta. Amplía tus horizontes. Siempre están Sudamérica, Australia, el lejano este… Alquila una oficina y contrata empleados. Conviértete en una magnate y crea tu propio imperio. ¿Quién sabe lo que el futuro te tiene reservado? Si permaneces en ese apartamento y sigues enfadada, nadie sentirá pena por ti. No todas las mujeres son tan inteligentes como tú y tienen tu talento, salud, belleza y habilidad para hacer lo que ellas quieran. No hay nada que pueda pararte excepto tu propia autocompasión.
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