IDOIA AMO EVA M. SOLER
© 2018 Eva M. Soler e Idoia Amo
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Dedicamos este libro a los videoclubs de antaño, que tantos y tan buenos momentos nos hicieron pasar y que nos abrieron todo un mundo infinito de películas.
En nuestra memoria estará siempre el Abra, en Santurtzi, donde podíamos pasar horas y horas.
CAPÍTULO 1: Top Secret
—¡Oh, Dios mío, oh, Dios mío! Gracias, Señor, gracias, por fin has escuchado mis plegarias.
Alissa Morin abrió los ojos con dificultad cuando aquella voz aguda y extremadamente alta le taladró los oídos. ¿Qué demonios era ese sonido? ¿Se habría dejado la televisión encendida por la noche? Aunque no recordaba haber puesto jamás un programa de telepredicadores, que era lo que aquello parecía…
Notó un pinchazo atravesarle el cerebro en cuanto un mínimo rayo de luz llegó a sus ojos, así que los cerró con fuerza mientras la voz seguía resonando en la habitación:
—Ay, perdón, perdón, no esperaba que estuvierais todavía… en fin, celebrando vuestra sagrada unión. Os espero fuera. Dios mío, cariño, ¿ves como rezar sirve? ¡Y tú que me decías que jamás te casarías! La voluntad del Señor es más fuerte que la del hombre.
—Mamá, espera fuera, ¿quieres?
—Claro, voy a meter los tuppers en la nevera.
Aquella información no cuadraba con un programa. Ni, ya puestos, la voz masculina que había contestado. ¿De qué le sonaba? Un momento…
Alissa se giró en la cama con brusquedad y se encontró con que no estaba sola. A su lado estaba sentado un chico desnudo, frotándose los ojos con gesto de dolor, y ella emitió un grito de sorpresa.
—¡Callum!
—¿Alissa?
Él la miró con cara de total sorpresa e incredulidad. La chica se sentó y al momento cogió las sábanas para taparse, consciente de que no llevaba ropa encima.
—¿Qué pasa aquí? —exclamó—. ¿Qué haces en mi cama? ¡Lárgate ahora mismo o…!
—Estás tú en mi cama —corrigió él, levantando la sábana para mirar debajo—. Bueno, menos mal.
—¡¿Menos mal qué?!
Alissa tiró de las sábanas para que no siguiera mirando y observó a su alrededor, comenzando a sentir que entraba en pánico. Porque no, no estaba en su apartamento.
—Llevo mis calzoncillos y tú tus bragas —explicó él—. Muy monas, por cierto. Así que dudo que haya habido sexo.
—¡Por supuesto que no ha habido sexo!
—Ah, ¿te acuerdas de algo? Porque yo no.
No, Alissa no se acordaba de nada y aquello la preocupó. Le dolía la cabeza como nunca en su vida, sentía el estómago revuelto, le molestaba la luz y tenía muchísima sed. Todo aquello era una resaca de campeonato, estaba claro, pero no recordaba haber bebido tanto la noche anterior. Había sido la fiesta de fin de año del hospital y era la única en la que solía desmelarse un poco más de lo habitual. Pero un poco más no implicaba acabar en la cama de Callum O’Connor, ni olvidarse de todo lo ocurrido, ni…
—¿Cómo estás tan seguro?
—Bueno, para empezar, no suelo ponerme ropa encima para dormir y para continuar, menos después de haber tenido sexo, no tiene sentido. ¿Tú te vistes justo después de la acción?
Alissa no contestó, pensando en aquello. Entonces recordó las voces de aquella mañana.
—Un momento. —Se frotó la frente—. ¿Quién era esa mujer? La que gritaba… ¿La has llamado mamá?
—Sí, era mi madre.
—¿Y por qué gritaba tanto?
—Pues…
—¿Te trae tuppers ? Ha dicho algo de eso, ¿no?
—Sí, me suele traer la comida. —Carraspeó—. Pero creo que esto es más importante, por eso estaba tan contenta.
Le tendió un papel que había sobre los pies de la colcha. Alissa se ajustó la sábana bajo los brazos porque sí que llevaba bragas, pero sujetador no y no quería pensar dónde estaba o qué había ocurrido con él. Tuvo que frotarse los ojos para leer porque aún notaba una enorme presión detrás de ellos y no conseguía enfocar las palabras.
—¿Un certificado de matrimonio? —Lo agitó hacia Callum—. Pues estará contenta tu mujer si nos encuentra ahora.
—Creo que no lo has leído bien.
Alissa resopló y volvió a mirar el papel. Pues claro que lo había leído bien: certificado de matrimonio, Callum Adam O’Connor y…
—¿Qué? —Le dio la vuelta y volvió a mirarlo—. ¿Es una broma?
—No, ese es tu nombre, el mío y la fecha de ayer.
—Mira, ya puedes ir sacando las cámaras ocultas porque esto no me hace ninguna gracia. Si piensas que tu grupito de empujacamillas y tú os vais a reír a mi costa…
—Celadores, perdona. Y no, estoy tan sorprendido como tú. Pero está firmado por Isaac, que se sacó un título por internet hace unos meses.
—Ah, genial, por internet, eso me deja mucho más tranquila.
—¡Cariño, os estoy esperando, estoy deseando conocer a tu esposa! —Oyeron que decía la madre de Callum.
—Joder —murmuró él, pasándose la mano por su pelo corto—. Menudo lío.
—¿Qué lío? Es todo un malentendido. Salimos, le dices que estábamos borrachos y se acabó. Esto tiene que poder anularse fácilmente.
—No, no lo entiendes. No puedo darle ese disgusto.
—¿Qué disgusto? ¡Si ni siquiera me conoce!
—Mi madre lleva años deseando que me case y siente la cabeza. Yo, y mis tres hermanos, añado.
—Pues lo siento mucho, pero ahora tampoco se va a llevar una alegría.
—Escúchame.
Se giró hacia ella y le cogió las manos. Alissa se quedó sorprendida, más cuando le vio poner cara de súplica. Así que esa era la mirada de la que hablaban las enfermeras, la mirada de niño bueno que no había roto un plato y que traía a todas de calle. Pues no, no señor, eso no iba a afectarle a ella. Ni esos bonitos ojos azules, ni que el apodo que le habían puesto de «Bíceps-Tríceps» estuviera más que fundado, la verdad. Todo aquello no tenía el más mínimo sentido.
—Callum…
—Mi madre tuvo un ataque al corazón hace seis meses. El médico le ha recomendado reposo, que no se estrese. No sé si la has oído, pero estaba eufórica cuando ha entrado y ha visto el certificado…
—Y más de mí de lo que hubiera querido.
—Sí, eso también. —Empezó a sonreír bajando la vista a la sábana, pero dejó de hacerlo al ver que ella fruncía el ceño y carraspeó—. En fin, escúchame. Ella es muy… muy católica, ¿vale? Muy devota. Está deseando que alguno nos casemos, nada le haría más feliz, así que esto la debe tener bailando en una nube. Hazlo por mí.
—¿Por ti?
—Por ella —rectificó con rapidez—. Finge que estamos casados, por favor. Si le da otro ataque por esto…
Alisa movía la cabeza de forma negativa, pero una vocecita interior le estaba diciendo que no era para tanto. Solo tenía que salir de allí con una sonrisa y marcharse, ¿no? No tenía que volver a verla, ¿qué iba a pasar por unos minutos?
—Si acepto…
—Genial.
—Si acepto —repitió, enfatizando el «si»—, dejarás de darme problemas con los turnos cada vez que organizo el cuadro.