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Rebecca Winters - Matrimonio predestinado

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Matrimonio predestinado: resumen, descripción y anotación

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¿Podrían alguna vez ser algo más que amigos? Cuando el sexy Jarod Kendall conoció a la bella Sydney Taylor tuvo que enfrentarse a la decisión más difícil de su vida… porque, como sacerdote, tenía prohibido cualquier tipo de relación. Entre ellos había una amistad inocente, pero su amor por ella crecía en secreto. Después de un año, durante el que Jarod ocultó sus sentimientos, Sydney se marchó de la ciudad, creyendo que su amor no era correspondido. Jarod estaba destrozado y pronto se dio cuenta de que debía abandonar la vida religiosa y encontrar a Sydney para convencerla de que, por increíble que pareciera, estaban destinados a estar juntos.

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Rebecca Winters Matrimonio predestinado Matrimonio predestinado 2006 Título - photo 1

Rebecca Winters

Matrimonio predestinado

Matrimonio predestinado (2006)

Título Original: Meant-to-be marriage (2006)

CAPÍTULO 1

– ¡Me niego a que el recuerdo de un sacerdote me destroce la vida! Y como siempre será un fruto prohibido para mí, que este momento signifique el principio del fin de mi sufrimiento.

Tras aquellas palabras, Sydney arrojó el ramo de rosas al agua y observó cómo la corriente lo arrastraba mar adentro. Se dio media vuelta y, apresuradamente, recorrió el camino de vuelta a la fabulosa casa de la familia Bryson en San Diego.

Ahora que los recién casados se habían marchado, el terreno con vistas al Pacífico se veía desprovisto de invitados. A excepción de unas sirvientas que estaban recogiendo, Sydney se encontró sola.

Unas horas atrás, el resto de los invitados y ella, se habían congregado allí tras la ceremonia en la iglesia ese viernes al mediodía. La conocida familia Bryson no había reparado en gastos para celebrar la boda de su única hija.

La guarda forestal Gilly Bryson King se había casado con Alex Latimer, el legendario guardabosque a cargo del observatorio Volcano en el parque Yellowstone.

Como dama de honor, Sydney había puesto sumo esmero en su apariencia aquel día. Se había pintado los labios con un carmín de color rosa hielo, para ensalzar la forma de su amplia y curva boca, y se había aplicado colorete en las mejillas.

Entre los invitados había habido un considerable número de guardas forestales de los parques de Yellowstone y Teton. Y ella había logrado que la ceremonia y la fiesta transcurrieran sin que ninguno de sus compañeros de trabajo se enterase de sus planes.

Hacía dos semanas que el jefe de los guardabosques, Archer, había aceptado su dimisión con desgana. Y le había prometido, tal y como ella quería, no decir nada sobre su dimisión hasta que hubiera dejado el trabajo definitivamente.

Sydney ya había vaciado su cabaña y se había trasladado a un piso amueblado en Gardiner, Montana, antes de la boda. Sólo su jefe sabía que iba a trabajar como maestra. Así lo quería ella. De lo contrario, sus compañeros de trabajo le harían preguntas que no estaba dispuesta a responder.

A excepción de Gilly, nadie a su alrededor podría comprender que su inesperado cambio de profesión se debía a un profundo sentido de la supervivencia. El trabajo de guardabosque no le había hecho olvidar.

Tras una breve visita a sus padres en Bismarck, iría directamente a Gardiner a empezar su nueva vida. Con un poco de suerte, sus tareas como profesora no le dejarían tiempo para pensar en un amor imposible; de lo contrario, la vida entera acabaría siendo para ella una condena.

Con un suspiro, entró en la casa para cambiarse de ropa y hacer la maleta. Su vuelo a Bismarck salía temprano a la mañana siguiente.

Era casi medianoche cuando Jarod Kendall entró con el coche en el camino que conducía a la puerta de la rectoría de Cannon, en Dakota del Norte. Tras una agotadora reunión en la parroquia de Bismarck, seguida de una hora de viaje en coche hasta casa, Jarod no sabía cómo se sentiría otro sacerdote en su situación en ese momento.

Pero lo que sí sabía era que la lucha había terminado.

– ¿Padre? -era Rick, que lo llamaba desde el pie de las escaleras al oírlo entrar en la casa.

– No imaginaba que estuvieras despierto.

– Bienvenido de vuelta. Kay ya está acostada. Quería aclarar unos asuntos con usted antes de ir a la iglesia por la mañana. Sólo serán unos momentos. Aunque si está muy cansado…

El diácono se interrumpió sin acabar la frase. Se había acercado lo suficiente para darse cuenta de que Jarod vestía un traje de calle y corbata. Nada indicaba que hasta entonces hubiera vestido sotana.

Quizá fuera mejor explicarle todo a Rick esa misma noche, ya que aún estaba despierto. De esa forma, tendría el resto de la noche para asimilarlo y contárselo a Kay.

Por mucho que le doliera dejar el sacerdocio, anhelaba el lujo de poder dirigirse a una mujer en busca de consuelo o para satisfacer la pasión.

– Rick, acompáñame al estudio. Tengo que hablar contigo.

Rick lo siguió.

– Siéntate -dijo Jarod antes de tomar asiento detrás de su escritorio.

Rick se acomodó en una butaca de cuero; estaba pálido.

– Cuando se fue de vacaciones la semana pasada, Kay y yo nos preguntamos si le pasaría algo. Pensamos que podía estar enfermo y que no quería que lo supiera nadie.

– He estado enfermo, Rick. De hecho, he estado tan enfermo que, hace dos meses, di el paso definitivo y expuse el problema a las autoridades eclesiásticas. Hoy he dejado de ser el padre Kendall.

El otro hombre jadeó por la sorpresa.

– Mañana, el padre Lane se hará cargo de la rectoría hasta que designen a mi sustituto.

Los ojos de Rick se llenaron de lágrimas.

– ¿Por qué?

– Antes de que Kay y tú vinierais a vivir aquí, me enamoré de una mujer llamada Sydney Taylor, que se marchó hace unos quince meses. Era una profesora de inglés en el instituto. Una de sus alumnas tuvo problemas y Sydney la animó a venir aquí, a la parroquia, en busca de ayuda.

Jarod se interrumpió momentáneamente, respiró hondamente y continuó.

– Brenda Halverson tenía dieciséis años y acababa de enterarse de que se había quedado embarazada. Lo primero que pensó fue abortar. Como le aterrorizaba que sus padres se enterasen, escribió unas notas referentes al problema en el diario que escribía para la clase de inglés de Sydney.

Jarod miró a Ricky, que permanecía inmóvil en la butaca.

– Desde el momento que conocí a Sydney, que acompañó a la chica a la primera sesión que ésta tuvo conmigo, mi vida se transformó en una auténtica lucha. Brenda insistió en que Sydney la acompañara a todas las sesiones, y la verdad es que Sydney y yo no podíamos estar lejos el uno del otro.

Jarod sonrió levemente.

– A veces, te he visto observarme con cara de preocupación. Sin duda, lo que has presenciado es la lucha interna que he mantenido conmigo mismo en un intento de olvidarla. Hace unos meses, pregunté por ahí y me enteré de que aún está soltera.

Jarod miró a Ricky fijamente.

– Antes de que intentes convencerme de que no deje el sacerdocio, permíteme que te diga que llevo quince meses examinándome a mí mismo con el fin de tomar la decisión adecuada. Quince meses pensando en lo que iba a perder. Quince meses para darme cuenta de que este paso es un paso irreversible.

»No tienes idea de cómo os envidio a Kay y a ti. En mi opinión, gozar de la dicha del matrimonio y servir a la Iglesia simultáneamente tiene que ser la felicidad suprema.

Jarod notó una leve sacudida en los hombros de su amigo.

– No sé por qué no he logrado olvidarla. No hemos vuelto a ponernos en contacto en todo este tiempo. Sin embargo… la deseo con locura -susurró con vehemencia.

Rick echó la cabeza ligeramente hacia atrás.

– Entonces… ¿ella no sabe lo que usted ha hecho?

– No. Pero estoy convencido de que no se ha casado porque ella tampoco ha logrado olvidarme. Y como comprenderás, no puedo presentarme delante de ella como sacerdote. Cuando lo haga, será como un hombre libre. Tiene que verme como a un hombre normal y corriente con el fin de olvidarse, subconscientemente, del padre Kendall.

– Lo comprendo -dijo Rick por fin-. Cuando presenten la solicitud al Vaticano de su laicización, ¿se la concederán?

– Es probable que no. Abandonar el sacerdocio sin dispensa es algo que voy a tener que aprender a aceptar, aunque me va a costar. Pero como ya he descubierto, vivir sin Sydney sería como medio vivir, y eso no es justo para la parroquia. No es la vida que quiero llevar.

– Lo comprendo, Jarod. Yo también quería ser sacerdote… hasta que conocí a Kay.

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