Este libro no podrá ser reproducido, distribuido o realizar cualquier transformación de la obra ni total ni parcialmente, sin el previo permiso del autor. Todos los derechos reservados.
Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y sucesos que aparecen en ella, son fruto de la imaginación de la autora o se usan ficticiamente. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, lugares o acontecimientos es mera coincidencia.
Algunos fragmentos de canciones incluidos en este libro, se han utilizado única y exclusivamente como intención de darle más realismo a la historia, sin intención alguna de plagio.
Título original: La hija del jardinero.
©Natalia Román, 2018.
Diseño de portada: Marien F. Sabariego
Maquetación: Marien F. Sabariego
Corrección: Carol RZ.
Esta novela fue registrada en el Registro de la Propiedad Intelectual de Valencia.
Esta novela fue autopublicada en Amazon en mayo del 2.018.
A mi hermana Babet por su apoyo,
su cariño y su compañía en uno de los momentos
más difíciles de mi vida,
y por estar ahí siempre que la necesito.
Te quiero, hermanita.
Índice
Prólogo
«Sangre, sangre, sangre. Todo está lleno de sangre. Mis ojos, mi nariz, mi boca. Qué asco. No me gusta. Tengo miedo. ¿Qué puedo hacer? Papá está en el suelo muerto y su sangre se acerca a mí. No quiero que me toque, pero no puedo ir a ningún sitio. Si salgo de la casa me encerrarán en la cárcel. Yo no quiero ir a la cárcel. Mamá dice que la gente allí es muy mala, y que si me encierran me matarán. Oigo ruidos, alguien se acerca. No pueden encontrarme, si lo hacen me llevarán a la cárcel y moriré» .
Su mente y su cuerpo se paralizaron, y su corazón empezó a latir muy lentamente al ver entrar en la habitación un montón de botas negras que, según pasaban, iban rodeando la cama. Él no podía moverse, no podía respirar, sabía que si lo encontraban lo llevarían directamente a la cárcel, y eso no podía suceder. Rezaba para que se fueran y no dieran con él, mientras seguía sin moverse de ese rincón oscuro.
***
El primer policía se adentró en la habitación empuñando una pistola e, inmediatamente, revisó la habitación para asegurarse de que no hubiera ningún peligro antes de que sus compañeros entrasen. Habían recibido el aviso de una vecina diciendo que allí estaban matando a alguien por los gritos tan fuertes que se oían y, como casi todas las veces, esperaba encontrar una pareja reconciliándose después de una buena pelea. Pero esta vez la persona que había dado la voz de alerta no había exagerado, se decía al observar a su alrededor mientras su corazón daba un vuelco, ya que por muchos años que llevara de servicio nunca se acostumbraría a ver esas escenas sin sobresaltarse.
Cuando sus compañeros entraron rodearon la habitación rápidamente.
—¡Joder! ¿Qué coño ha pasado aquí? —exclamó uno de ellos.
—¡Buf! Hay sangre por todas partes. ¡Qué asco! —dijo otro.
—Además de verdad, no podremos salir de aquí sin mancharnos el uniforme.
—No os quejéis tanto y cuidado con lo que pisáis, el suelo está lleno de sangre y no quiero que estropeéis ninguna prueba. ¿Entendido?
—Sí, señor.
—Llamad al forense, estos ya no tienen remedio.
***
Mientras el forense examinaba los cadáveres, los especialistas empezaban a recoger las pruebas. Toda la casa estaba llena de policías, médicos y, en medio de todo ese caos, él seguía escondido.
—¡¡Me cagüen la puta!! ¡¿Quién coño ha mirado antes debajo de la cama?! —exclamó un policía.
—Yo, señor.
—Debería despedirte por esto.
—¿Qué pasa, comisario? ¿Le asustan los calcetines sucios? —le preguntó bromeando el forense mientras examinaba los cadáveres.
—Pues no. Pero, si en lugar de un niño, el que se esconde debajo de esa cama hubiera sido el asesino, podría haber ocurrido una desgracia.
—¡¡¡¿Un niño?!!! —gritaron todos a la vez alarmados.
—Eso no puede ser. Le juro comisario que yo no vi nada cuando registré debajo de la cama —se excusó el policía que había realizado esa tarea.
—Voy a intentar sacarlo.
—¡Cuidado, comisario! ¡Lleva algo en la mano! —le advirtió uno de sus hombres al agacharse y ver al niño.
—Lo sé, lo he visto. —Se agachó muy despacio y le habló con mucha calma para tranquilizarlo, ofreciéndole una mano—. Ven, pequeño, sal de ahí. —Pero el niño no se movía. Solo lo miraba aterrado con sus enormes ojos azules que resaltaban aún más en ese fondo rojo sangre que cubría toda su cara—. Vamos, sal. Nadie va a hacerte daño —insistía el comisario, sin ningún resultado.
El pequeño estaba pegado a la pared completamente estirado, como si quisiera fusionarse con ella debajo de la cabecera de la cama, y era bastante complicado poder sacarlo sin hacerle daño ya que, a cada lado, había dos mesitas de noche.
—Arrastremos la cama hacia delante, si no, no podremos sacarlo —ordenó el comisario incorporándose.
—Pero comisario, si mueven la cama se puede destruir alguna prueba —le advirtió el forense.
—¡A tomar por culo las pruebas! ¡Es un niño, joder, y está aterrado! Vete tú a saber lo que ha presenciado en esta habitación. Además, es el único testigo vivo de lo que ha pasado aquí.
Cuando consiguieron sacarlo el niño estaba en estado de shock. Ensangrentado, paralizado y tan debilitado que no podía sostenerse en pie. Así que el comisario lo cogió en brazos.
—¿Qué tiene en la mano? —preguntó uno de sus hombres—. ¡Mierda, es un cristal! —gritó alarmado y, agarrando con fuerza la muñeca del niño, añadió—. Podría habérselo clavado, señor. ¡Joder, fíjese en su mano!
Cuando el comisario vio su mano el corazón le volvió a dar un vuelco. Ese niño agarraba tan fuerte el trozo de cristal que lo tenía incrustado en los dedos, de ahí la debilidad, ya que las heridas eran muy profundas y había perdido mucha sangre.
—¡Ni se le ocurra tocar eso! —ordenó el comisario al policía, que intentaba quitarle el cristal al niño de entre los dedos—. Podría terminar de desangrarse. Llevémoslo a la ambulancia, será lo mejor.
—¿Cree usted que el niño ha matado a sus padres? —le preguntó el ayudante del forense a su jefe, cuando los policías sacaron al pequeño de la habitación.
—Por lo poco que puedo observar, y por mis años de experiencia, el corte del cuello de la madre parece de arma blanca, hecho seguramente con ese cuchillo —apuntó señalando el cubierto del suelo—. Pero el del padre sí podría haber sido con un cristal. Con ese mismo cristal que el niño sujeta con tanta fuerza.
—¿Cree que el niño mató a su padre?
—Probablemente.
Capítulo 1
Diez años antes
Diego conducía a toda velocidad por la carretera, pues su mujer sufría unos dolores muy fuertes, ya que estaba a punto de dar a luz. Habían esperado hasta el último minuto para no tener que dar demasiadas explicaciones al llegar al hospital; querían que todo fuera rápido y no prestaran demasiada atención a los papeles, ya que su documentación era falsa, pues no tenían seguro médico.
Yolanda había conocido a Diego siendo una cría, se había enamorado y, sin hacer caso a sus padres, se había casado con él. Y gracias a él, lo había perdido todo: su familia, su bienestar e incluso su salud. Poco a poco y sin apenas darse cuenta fue metiéndola en el mundo de las drogas, y como cada vez estaba más enganchada, para conseguirlas debía ser su puta. Él la quería, pero trapichear era mucho más importante que ella, por eso ofrecía su cuerpo a los clientes y lo vendía, para poder comprar más drogas y después venderlas. Todo era como un círculo vicioso del que no podían salir, al contrario, cada vez se hundían más y más en esa vida miserable.
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