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EDICIONES KIWI, 2019
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Editado por Ediciones Kiwi S.L.
Primera edición, diciembre 2019
© 2019 Victoria Vílchez
© de la cubierta: Borja Puig
© de la fotografía de cubierta: shutterstock
© Ediciones Kiwi S.L.
Corrección: Irene Muñoz Serrulla
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Nota del Editor
Tienes en tus manos una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y acontecimientos recogidos son producto de la imaginación del autor y ficticios. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, negocios, eventos o locales es mera coincidencia.
Índice
A vosotros, por acoger con tanto cariño a la familia Donaldson.
Ya formáis parte de ella.
Y a la mejor persona que he conocido jamás. Te quiero, papá.
Parte 1
PRÓLOGO
—No siempre será invierno —dijo Cam, haciendo malabarismos para mantener el móvil contra la oreja.
Lily estaba sobre su regazo comiéndose otra galleta. Parecía que al final sí que había acertado con algunas de sus preferencias. Maverick, a su lado, se encontraba recostada sobre él. Cam no podía ser más feliz; las tenía, a ambas, e iba a seguir compartiendo su vida con ellas.
—Sí, ya —replicó Lea, al otro lado de la línea—, como que la primavera llega mañana. Pero ¿qué se supone que significa eso?
Cam sonrió.
—Que las cosas empezarán a ir a mejor.
Lea no estaba segura de que eso fuera a pasar en su caso, pero no quería atosigar a su primo con los detalles de su pésima vida social. Él había estado llamándola para interesarse por cómo iban las cosas en el instituto y, en una de esas llamadas, le había confirmado lo que su tía ya le había dicho: Cam era padre de una niña de seis años, la misma que ambos habían visto patinando en el lago en Baker Hills durante las Navidades junto con su madre, Maverick Parker.
No dejaba de sorprenderla que los tres hermanos Donaldson hubieran encontrado el amor en menos de un año. Aria, en verano en Lostlake; Sean, durante el otoño en la universidad; y Cam, en el invierno que llegaría a su fin mañana, se había reencontrado con la chica de la que se había enamorado en la adolescencia y había formado una familia. La Lea del pasado seguramente hubiera sentido una envidia malsana, pero ya no era esa chica. Ahora se alegraba por ellos.
—¿Vas a venir a hacernos una visita? Quiero conocer a Lily —le dijo, rehuyendo el tema que sabía que preocupaba a Cam.
—Bueno, la boda de Sean y Olivia será en verano en Lostlake. Nos veremos allí seguro. —Cam echó un vistazo a Maverick, que le guiñó un ojo. Ya habían hablado del tema y ella estaba deseando conocer Lostlake—. Pero puede que podamos escaparnos antes.
Cam se estaba aplicando incluso más que de costumbre para sacar adelante las asignaturas que le restaban para graduarse. Sean ya había firmado con los Rams para jugar con ellos la próxima temporada, y todos se quedarían a vivir en California. Incluso su madre se estaba planteando vender la empresa familiar y trasladarse para estar más cerca de ellos, pero Baker Hills siempre sería un hogar al que los Donaldson no dudarían en regresar.
Hablaron durante un rato más y, cuando colgaron, Lea permaneció tumbada sobre la cama de su habitación mirando el techo. Había acabado un trabajo que tenía que entregar al día siguiente y no tenía otros deberes pendientes, tampoco nada que hacer. Así que cogió los libros que había sacado de la biblioteca y se dijo que podría acercarse a devolverlos.
Los días transcurrían con demasiada pereza en Baker Hills, al menos para ella. Pero la llegada de la primavera anunciaba el principio de un final que estaba más que deseosa de alcanzar. En unos pocos meses se graduaría en el instituto y se olvidaría por fin del infierno que le habían hecho vivir sus compañeros después de lo sucedido con aquella maldita fotografía. Empezaría de nuevo, muy lejos de ese pueblo, en la primera universidad que la admitiera; no le importaba dónde.
Se puso el abrigo y avisó a su madre de que iba a salir. No tardaría. Sus tardes habían estado mucho más ocupadas cuando aún tenía amigas, si podía llamarlas así. Ahora comprendía que la única persona que se había preocupado por ella era Aria. Su prima había dado la cara en su nombre a pesar de que eso le había costado su propia reputación. Agradeció en silencio que la hubiera perdonado por todo lo que había sucedido luego, no era como si realmente se lo mereciera.
La biblioteca de Baker Hills no era gran cosa, pero Lea había encontrado un refugio en ella. Además de los libros que empleaba para algunas de sus tareas del instituto, había empezado a sacar también otros por puro entretenimiento. Devolvió los que llevaba y se deslizó entre las exiguas estanterías en busca de nuevas lecturas con las que pasar las horas muertas. Al final, encontró una trilogía completa de fantasía que llamó su atención y decidió llevársela.
Al salir cargando con los tres tomos y su mochila, el aire fresco le arañó la cara y tiró del faldón de su abrigo, que había olvidado abrocharse. Mechones de pelo rubio se agitaron frente a sus ojos y maldijo por no ser capaz de retirarlos. Con suerte, la aceptarían en Berkeley como a Aria y no tendría que pasar otro invierno padeciendo el frío de Ohio.
Sin ver demasiado bien por dónde iba, metió el pie en un charco. No llovía en ese momento, pero en los dos últimos días no había parado y había agua por todas partes. El bajo del pantalón se le empapó al instante y estuvo a punto de resbalar y acabar con el culo metido también en el charco. Maldijo de nuevo, esta vez en voz alta y de una forma muy imaginativa.
Escuchó un silbido.
—Vaya boca…
Su humor empeoraba por momentos. Seguro que sería alguno de sus compañeros de instituto, muy dispuesto a burlarse de sus miserias y recordarle lo explícita que había sido la maldita fotografía.
Resopló y dejó de mirarse los pies. Al empezar a levantar la vista lo primero que vio fue unas botas negras de cordones y las ruedas de una moto. ¿Qué clase de loco conducía una moto con ese tiempo? Sus ojos continuaron ascendiendo, deslizándose por un pecho amplio y bien formado sobre el que el desconocido cruzaba los brazos, y luego… más arriba… tropezó con unos labios curvados en una sonrisa socarrona y unos ojos verdes que brillaban divertidos. Los mechones de su pelo negro también se agitaban con el aire frío, aunque a él no parecía molestarle. Era guapo, más que cualquier chico con el que Lea se hubiera tropezado jamás, o al menos eso le pareció a ella.
La cuestión era que ese rostro le resultaba extrañamente familiar… Sabía que lo había visto antes, pero no recordaba dónde. El chico debía de tener al menos un par de años más que ella, por lo que podría tratarse de algún compañero que ya hubiera terminado sus estudios en el instituto y con el que se hubiera cruzado en algún momento por los pasillos. Baker Hills era un pueblo relativamente pequeño, pero no tanto como para que todos sus habitantes se conocieran.
—Tus padres se horrorizarían si supieran las cosas que salen por esa boca —señaló, y Lea no pudo evitar ponerse a la defensiva.
No le importaba si estaba bromeando, era más que probable que supiera de ella y de lo sucedido el curso anterior y aquello solo fuera otra de tantas burlas. Empezaba a cansarse.
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