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Dryadeh Lair - La vida más patética

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Dryadeh Lair La vida más patética

La vida más patética: resumen, descripción y anotación

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Eryn lleva años sola. A Peter acaba de dejarlo con su novia. Los dos tienen algo en común: no están buscando conocer a alguien pero cuentan con unos amigos tan bienintencionados como entrometidos que se han empeñado en buscarles pareja. Cuando se conocen, tras una encerrona, Eryn y Peter se sumen en una alocada competición por ver quién tiene la vida más patética. Aunque no acabará como esperaban...

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La vida más patética — leer online gratis el libro completo

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© 2020, La vida más patética, Dryadeh.

© de las ilustraciones: Judith Chamizo.

Corrección y maquetación: Pilar Caballero.

Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra y su difusión o transformación por cualquier medio sin permiso previo de la autora.

Nota de la autora

Corría el año 2010 y yo era muy activa en la comunidad de LiveJournal (un tipo de blog). Un buen día se popularizó un meme en el que debías convertir tu vida en una comedia romántica y escoger un casting de actores y actrices para interpretar a cada personaje (la prota, el prota, la mejor amiga, el mejor amigo gay, el ex, la otra, etc.), además de la ciudad en la que transcurriría. Planteé una premisa utilizando parte de mis vivencias y fantaseando otro poco, y resultó que varias de mis amigas de LiveJournal me animaron a convertirlo en una historia. El proceso me llevó un par de años, y desde entonces he vuelto a ella, la he revisado, la he reescrito, recortado, ampliado y transformado incontables veces.

Ha cambiado mucho, pero el esqueleto es el mismo. Por eso, debo advertirte que en esta novela encontrarás muchos clichés y estereotipos casi obligatorios en el género, aunque con unas cuantas vueltas de tuerca que rozan la parodia.

También encontrarás un montón de referencias de cultura pop y millennial (si es que se le puede llamar así), junto a un atajo de personajes secundarios que están un poco locos y unos protagonistas que están un poco rotos.

Sea como sea, espero que te haga pasar un rato agradable. Gracias por darme una oportunidad.

Con mucho cariño,

Dry

Para Sig y Nell. Que esta aventura vea la luz es gracias a vosotras.

La vida más patética

Agradecimientos

Capítulo 1: Conoce a la concursante nº 1 de «La vida más patética »

3:00 a. m.

Dormía plácidamente, sumida en alguno de mis coloridos sueños, cuando escuché un ruido que me despertó. Sonaba como si alguien se hubiera chocado contra la mesilla del salón. Primero me dije que sería alguno de mis compañeros de piso, pero después recordé que vivía sola desde hacía unas semanas. Así que me convencí de que el sonido provenía de alguna vivienda vecina e intenté volver a conciliar el sueño.

Sin embargo, empecé a oír pasos ahogados por la moqueta y otro golpe contra algo que, dadas las dimensiones de mi piso, solo podía ser la nevera o la barra de la cocina, seguido de una maldición entre dientes.

Eso sí que me despertó del todo. Abrí los ojos y me incorporé con rapidez. La luz de las farolas de la calle se filtraba a través de las cortinas, proporcionándome un poco de claridad. Suficiente para observar la puerta cerrada de mi habitación con el corazón latiéndome a mil por hora.

«Hay alguien en mi casa», pensé. Me vino a la mente el vago recuerdo de mi padre diciéndome que me había mudado a un barrio poco seguro. Eso era una exageración, la verdad, y para mi padre «un barrio poco seguro» era cualquier lugar que estuviera a más de un kilómetro a la redonda de su escopeta. No es que fuera uno de esos yanquis de la asociación del rifle; de hecho, sobre un ser humano su arma tendría el mismo efecto que una pistola de goma (era una escopeta de perdigones para espantar a los pájaros que picoteaban la fruta). Pero cuando se trataba de sus hijas, Jim Donovan era un hombre muy protector.

Me hubiera gustado tener a mi padre conmigo en ese momento. Llevaba menos de un mes en mi nuevo piso y ya me estaban robando. Esa era la clase de cosas que solo me pasaban a mí.

Me planteé durante unos segundos la posibilidad de hablar civilizadamente con el ladrón para informarle de que lo único de valor que había en mi casa era la edición de coleccionista de la serie completa de Battlestar Galactica 2003 , pero la deseché en el acto. A lo mejor eso provocaba que quisiera robarme los DVD y entonces yo tendría que decir algo dramático, estilo «Por encima de mi cadáver», y el ladrón podría tomárselo muy al pie de la letra.

La verdad era que lo más sensato en esa situación sería llamar a la policía, pero ¿dónde demonios estaba el móvil?

Y dado que de la entrada de mi piso a mi habitación había unos tres metros (siendo sincera, había tres metros desde la puerta a cualquier punto de mi diminuto apartamento), el ladrón barra asesino barra violador no tardaría ni diez segundos en dar conmigo.

¿Debería esconderme, entonces?

Eso estaría bien si mi piso tuviera un tamaño decente y muebles donde esconderse, pero no era el caso. Era tan pequeño que mis amigos solían bromear diciendo que vivía en un agujero hobbit; de hecho, a veces lo llamaban «Bolsín Cerrado» (era demasiado diminuto para poder ser llamado Bolsón).

Vale, bien, otra opción descartada. ¿Qué me quedaba entonces? Buscar algo que usar como arma.

El problema era que no me atrevía a encender la lámpara de mi mesita de noche por si la luz filtrándose por debajo de la puerta delataba mi posición. El ladrón barra asesino barra violador estaría desconcertado, examinando mi piso y pensando: «¿Pero no hay más? ¿De verdad es así de pequeño?». Y esos segundos de estupor me daban una pequeña ventaja que no quería perder.

Así que me puse a tantear a ciegas el estante que había a la izquierda de mi cama, buscando a la desesperada algo que pudiera servirme de arma. Fue entonces cuando mis dedos palparon el grueso lomo de un libro que reconocí en el acto como la trilogía de El señor de los anillos (apéndices incluidos) por su descomunal tamaño. Y, siendo consciente de que bien empleado podría ser un arma mortal, lo cogí rápidamente y salí con sigilo de la cama, sintiéndome un Rohirrim en la batalla de los Campos del Pelennor (estuve a punto de gritar: «¡A mí! ¡A mí! ¡De pie, Eorlingas! ¡No os amedrente la oscuridad!»).

Me dirigía hacia la puerta de mi habitación haciendo una digna imitación de la Pantera Rosa, cuando esta se abrió de golpe. Me quedé paralizada con el pesado tomo alzado por encima de mi cabeza al reconocer a la persona que había bajo el dintel, iluminada por la bombilla encendida de la cocina barra salón barra recibidor.

—¿Ashley? —balbuceé.

—Oh, ¡Eryn! —sollozó ella. Era mi hermana y estaba llorando, lo que había emborronado todo su maquillaje y tintado sus lágrimas de negro. Parecía estar desolada, aunque interrumpió su llanto de repente al verme sujetando El señor de los anillos como si fuera a descargárselo sobre la cabeza de un momento a otro—. ¿Qué se supone haces?

—¿Que qué hago? —repetí, cardiaca. Aún podía sentir mi corazón latiendo tan rápido que casi me dolía—. ¡Qué demonios haces tú aquí! ¡Me has dado un susto de muerte! Pensé que eras…

Pero Ashley había perdido todo el interés en saber qué había llevado a su hermana a pasearse en plena madrugada con un libro del tamaño de un diccionario enciclopédico y volvía a llorar como una magdalena. Preocupada, olvidé mi enfado y dejé la trilogía sobre mi minúsculo escritorio para poder abrazarla.

—¿Qué ha pasado? —le pregunté. Ashley se aferró a mí con fuerza y se dejó mecer suavemente, como si estuviéramos bailando una canción lenta, igual que hacíamos cuando éramos pequeñas—. ¿Te has peleado con Jaime?

—¿Jaime? —barbotó ella con voz aguda—. Jaime es agua pasada, ¡te hablo de Colin!

Recordaba haber tomado un café con mi hermana y el tal Jaime hacía cuatro o cinco días, pero eso en el calendario de Ashley equivalía a unas cuantas centurias.

Así que Colin… ¿Quién demonios era Colin?

—Ha sido tan horrible —lloró ella—. Ha dicho que no estaba seguro de que lo nuestro tuviera futuro…

Me limité a frotarle la espalda con una mano y emitir un murmullo arrullador. Ese Colin, menudo capullo, mira que no estar seguro de que su relación de ¿tres días? tuviera futuro…

Ashley siguió llorando un rato, empapando mi pijama y estremeciéndose sin aire, hasta que poco a poco logró calmarse. Entonces, me besó en la mejilla, me miró con ojos vidriosos y puso su cara de pena grado tres, el tipo de expresión capaz de derretir a un bloque de hielo.

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