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EDICIONES KIWI, 2020
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Editado por Ediciones Kiwi S.L.
Primera edición, marzo 2020
© 2020 Victoria Vílchez
© de la cubierta: Borja Puig
© de la fotografía de cubierta: shutterstock
© Ediciones Kiwi S.L.
Corrección: Irene Muñoz Serrulla
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Nota del Editor
Tienes en tus manos una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y acontecimientos recogidos son producto de la imaginación del autor y ficticios. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, negocios, eventos o locales es mera coincidencia.
Índice
Parte 2
Durante el viaje de regreso a Baker Hills, tanto Jared como Lea se sumieron en un silencio amargo y receloso, incómodo. La aparición de Connor había abierto una especie de brecha entre los dos a pesar de que, después de haberle hablado a Lea de la situación de Candy, Jared se había sentido en cierto modo liberado. El miedo, la tristeza y la sensación de impotencia que la enfermedad de su abuela le provocaban no habían desaparecido ni por asomo. Pero una vez que las compuertas que aislaban sus emociones se habían abierto, no había podido, ni querido, cerrarlas. De alguna manera, que ella lo sostuviera y hubiera estado a su lado, escuchándolo, había evitado que se quebrara del todo. Sin embargo, ahora había otra clase de terror instalado en su pecho.
Connor y él no habían hablado en el exterior de la clínica. Su hermano ni siquiera se había bajado de la camioneta, y Jared se preguntaba qué demonios lo había llevado hasta allí si no pensaba visitar a Candy. Pero había muchas cosas que Jared no podía explicar del comportamiento de su hermano, esta solo era una más. Quizás por eso, no supo qué decir cuando detuvo la moto frente a la casa de Lea. Sus pensamientos estaban en otro lado, y su mente cavilaba sin descanso acerca de las consecuencias que tendría la presencia de Connor en Baker Hills.
—Bueno… —terció Lea—. Supongo que ya nos veremos por ahí —añadió, mientras le entregaba el casco.
En realidad, Jared no quería irse. Hubiera deseado quedarse con ella, poder contarle más de todo lo que lo carcomía por dentro; tal vez regresar al lugar junto al lago al que ella lo había llevado. Podrían tumbarse juntos sobre la hierba y dejar que el sol les calentara la cara. Incluso si no hablaban, la presencia de Lea lo calmaba de una forma que no lograba comprender. Ni siquiera sobre su moto, cuando el asfalto volaba bajo las ruedas y el motor ronroneaba entre sus piernas, vibrando de la misma manera en que parecía hacerlo a veces su pecho, lograba abandonarse del todo. Pero Lea, sin pretenderlo, había cambiado eso. Ahora sentía una extraña paz con sus manos enredadas en torno a la cintura, cubriéndole el estómago, y su pecho reposando contra la espalda; su aliento haciéndole cosquillas en la nuca. Tal vez fuera porque no parecía esperar nada de él. O porque él había esperado algo muy diferente de ella.
Nada de eso tenía sentido en realidad. Se había metido en aquel lío de una forma estúpida y ahora no sabía muy bien cómo explicárselo a Lea. Iba a odiarlo, era muy consciente de ello, y con toda la razón.
—Sí, supongo que nos veremos —dijo él de todas formas.
Estaba exhausto. Como siempre que acudía a ver a su abuela, su ánimo era sombrío y las fuerzas parecían haberlo abandonado. Seguía sin saber cómo afrontar el hecho de que la persona más importante de su vida, la mujer que lo había criado como si de su propia madre se tratase y había convertido su infancia en algo maravilloso, apenas si sabía ya quién era. Sus periodos de lucidez eran cada vez más escasos y su carácter se había ido volviendo irritable y huraño, nada que ver con la calidez y bondad que habían estado tan arraigadas en su forma de ser en el pasado. La perdía sin perderla de todo, y eso dolía como el mismísimo infierno.
—Jared… —lo llamó Lea, y él levantó la vista del suelo. No se había quitado el casco, no quería que ella viera el cansancio que acumulaba, tampoco la culpabilidad que debía reflejarse en sus ojos—. Tu hermano…
Se detuvo. Jared fue consciente de que luchaba por articular las palabras, pero estas no acababan de salir de su boca. No era aquello lo que él había planeado, no era la forma en la que quería hacer las cosas. ¡Joder! Ni siquiera tenía que haberla besado. Pero lo había hecho, y ahora no era capaz de olvidar el sabor de sus besos.
—No importa —dijo ella por fin. Dio media vuelta y se dirigió a la entrada de la casa.
Jared no fue capaz de detenerla. Podría haberlo hecho, decírselo todo. Le había hablado de su abuela; contarle la verdad no podía hacerlo sentirse peor de lo que ya se sentía. Pero no se movió de encima de la moto y tampoco abrió la boca. La dejó marcharse y alejarse de él.
Tal vez eso fuera lo mejor.
Lea pasó el resto del día encerrada en su dormitorio, maldiciendo su cobardía. Tenía que habérselo contado todo a Jared, haberle hablado con sinceridad de lo sucedido con su hermano la primavera pasada. No tenía nada que perder, ¿no? Apenas si llevaban unos días quedando y tampoco era como si estuvieran saliendo, se dijo. Sin embargo, aún le cosquilleaban los labios cada vez que pensaba en la forma en la que él la había besado. Jared no la miraba como lo hacían sus compañeros de instituto, y no quería que eso cambiara. Pero ¿y si era Connor el que se lo contaba? ¿Y si le enseñaba la fotografía?
Se le revolvió el estómago solo con pensarlo, y se sintió aún peor cuando comprendió lo ridículo que era preocuparse por algo así en ese momento, teniendo en cuenta que Jared tenía cosas más importantes en la cabeza. Lea había creído que él tenía el corazón roto, y… así era. Que no se tratara de una chica no cambiaba nada, seguramente incluso lo empeoraba. Se sentía como una chiquilla, una niñata egoísta que pensaba solo en sí misma y la regañina que recibiría por mentir, mientras que Jared contemplaba como una persona a la que quería se deshacía ante sus ojos y él no podía hacer nada por evitarlo.
No fue capaz de leer. A pesar de que normalmente eso la calmaba y la hacía abstraerse de todo cuanto la rodeaba, las letras bailaban por la página y no conseguía encontrarle sentido a ninguna de las frases. Acurrucada sobre el asiento tapizado que había junto a la ventana, contempló el sol descendiendo en su camino hacia el horizonte. Había creído que sería fácil dejar pasar los días, uno tras otro, hasta que la primavera llegara a su fin y ella fuera libre por fin. Ni siquiera tendría que esperar tanto en realidad. Las clases terminaban a finales de mayo y, unas semanas después, su familia se trasladaría a Lostlake para pasar el verano allí. Para entonces, Lea ya conocería el nombre de la universidad a la que asistiría, y la nueva vida que tanto había anhelado daría comienzo. La cuestión era que ya no estaba tan segura de desear una vida nueva; un cambio sí, pero no dejar atrás todo lo que había en Baker Hills. Fuera como fuese, ya no le parecía tan sencillo superar aquellas semanas.
Alargó la mano y recogió el móvil del suelo, bajo el asiento. No tenía ningún mensaje ni llamadas perdidas, algo que en otro tiempo hubiera resultado raro. Ni siquiera había notificaciones de Facebook, aunque eso posiblemente era una buena noticia. Había estado a punto de cerrar sus cuentas en las redes sociales después del escándalo en el instituto y, aunque no lo había hecho, apenas si entraba ya en ellas.
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