Soy Zlatan Ibrahimović
Zlatan Ibrahimovi ć
y
David Lagercrantz
Traducción de
Enrique Alda
SOY ZLATAN IBRAHIMOVIĆ
Zlatan Ibrahimović y David Lagercrantz
Esta autobiografía es una espectacular visión de la vida de un genio desde las entrañas de una gran estrella mundial. Temerario, ostentoso, desequilibrado, no importa cómo le llamen, Ibra es una de las grandes estrellas mundiales del fútbol que ha jugado en la mayoría de los grandes equipos de élite internacional.
Soy Zlatan Ibrahimović es la historia del futbolista conocido en el mundo entero como Ibra. La historia desde dentro de su conflictiva infancia en los barrios peligrosos de Malmö, Suecia, y su lucha contra toda posibilidad de éxito. En esta autobiografía encontrarán su trayectoria, sus escándalos y su relación con otras estrellas mundiales como Ronaldo, Ronaldinho, Vieira y Lionel Messi. Con sus propias palabras, Ibra nos cuenta su etapa en el Malmö FF, sus conflictos durante su etapa en el Ajax, su traspaso a la Juventus, el gran éxito cosechado en Italia, pero también los escándalos que casi terminan con su carrera profesional. Conoceremos también sus triunfos en el Inter de Milán, su relación con Mourinho y un recuento de sus goles más famosos e importantes.
Y por primera vez en la historia, lo que realmente sucedió entre Ibra y Pep Guardiola en el FC Barcelona.
ACERCA DE LOS AUTORES
Zlatan Ibrahimović (Malmö, Suecia, 1981) es hijo de padre bosnio y madre croata. Ha jugado en el Ajax, Juventus, Inter de Milán, FC Barcelona y en el AC Milan. Actualmente juega en el Paris Saint-Germain.
David Lagercrantz es un periodista sueco de reconocido prestigio. En diciembre de 2013 fue contratado para escribir la nueva entrega de la serie Millennium de Stieg Larsson, publicada en verano de 2015.
ACERCA DE LA OBRA
«La mejor autobiografía que jamás se ha publicado sobre la vida de un futbolista.»
T HE G UARDIAN
«Repleto de talento. Repleto de historias. Soy Zlatan Ibrahimović es un bombazo.»
T HE N EW Y ORK T IMES
Índice
Dedico este libro a mi familia y a mis amigos, a todos los
que me han seguido a lo largo de los años y han estado
a mi lado, durante los buenos y los malos tiempos.
También quiero dedicárselo a los niños, a los niños
que se sienten diferentes, que no acaban de adaptarse
y a los que se les discrimina injustamente.
No pasa nada por ser diferente.
Cree en ti mismo. A mí me fue bien.
U n día, Pep Guardiola, el entrenador del Barcelona, con expresión pensativa y vestido con un traje gris, vino a verme. Parecía cohibido.
En aquellos tiempos, pensaba que era un buen tipo, quizá no otro Mourinho u otro Capello, pero parecía agradable. Aquello fue mucho antes de que empezáramos a pelearnos. Era el otoño de 2009 y estaba cumpliendo el sueño de mi niñez. Jugaba en el mejor equipo del mundo; setenta mil personas habían acudido al Camp Nou a darme la bienvenida. Era feliz, bueno, quizá no del todo. Los periódicos habían publicado las tonterías de siempre: que si era un chico rebelde, que si era difícil de tratar… Aun así, allí estaba. Mi compañera Helena y nuestros hijos se mostraban encantados. Teníamos una casa muy bonita en Esplugues de Llobregat y estaba listo para jugar. ¿Qué podía salir mal?
—Mira —me dijo Guardiola—, en el Barça nos gusta tener los pies en el suelo.
—Sí, claro. Estupendo.
—No venimos a los entrenamientos en Ferraris o en Porsches.
Asentí, no me enfadé ni dije: «¿Y a ti qué narices te importa qué coche tengo?». Al mismo tiempo, pensé: «¿Qué quiere? ¿Qué mensaje quiere transmitirme?». Creedme, a estas alturas ya no le doy importancia a ir de duro, a conducir un coche llamativo, a aparcarlo en la acera y a cosas así. No es eso. Me gustan los coches. Es una de mis pasiones y noté que sus palabras encubrían algo. Algo como: «No creas que eres especial».
Mi primera impresión fue que el Barcelona era como un colegio, una especie de instituto. Los jugadores eran enrollados —no tenía ningún problema con ellos— y contaba con Maxwell, mi antiguo compañero del Ajax y del Inter. A decir verdad, ninguno de los compañeros se comportaba como una estrella, lo que era un poco extraño. Messi, Xavi, Iniesta, todos ellos, parecían colegiales. Los mejores futbolistas del mundo agachaban la cabeza. Yo eso no lo entendía. Era ridículo. En Italia, si los entrenadores les hubieran pedido a las estrellas que saltaran, les habrían mirado y habrían pensado: «¿De qué van? ¿Por qué tenemos que saltar?».
En el Barcelona todo el mundo hacía lo que le decían. No encajé, en absoluto, así que pensé: «Aprovecha la oportunidad. No confirmes sus prejuicios». Empecé a adaptarme y me integré. Me volví excesivamente majo. Era una locura.
Mino Raiola, mi agente y amigo, me dijo: «¿Qué te pasa Zlatan? No te reconozco».
Nadie me reconocía, ninguno de mis amigos, ni uno solo. Empecé a estar bajo de moral; tenéis que saber que, desde los tiempos en que jugué en el Malmö FF, he mantenido la misma filosofía: hago las cosas a mi manera. Me importa un bledo lo que piense la gente y nunca me ha gustado estar con tipos estirados. Prefiero los que se saltan los semáforos en rojo, supongo que entendéis a que me refiero. Sin embargo, en ese momento no decía lo que me pasaba por la cabeza.
Decía lo que creía que la gente quería que dijese. Era un desastre. Conducía el Audi del club y asentía como había hecho cuando iba al colegio o, mejor dicho, como debía haber hecho en el colegio. Apenas les gritaba a los compañeros. Me aburría. Zlatan ya no era Zlatan; la última vez que me había pasado algo así fue cuando iba a clase en la elegante Borgarskolan. Allí vi por primera vez a chicas que llevaban chándales de Ralph Lauren; casi me cago encima cuando intenté salir con ellas. Aun así, empecé estupendamente la temporada, marqué un gol tras otro, y ganamos la Supercopa de Europa. Jugaba de maravilla, me sentía muy a gusto en el campo. Sin embargo, era una persona diferente. Había pasado algo, nada serio, todavía no, pero, aun así… Me quedaba callado y, creedme, eso es peligroso. Necesito estar enfadado para jugar bien. Tengo que gritar y protestar. Pero en ese momento me lo quedaba todo dentro. Quizá tenía que ver con la prensa, no lo sé.
Había sido el segundo traspaso más caro en la historia y los periódicos decían que era una persona problemática, que tenía mal carácter…, toda las tonterías que podáis imaginar. Por desgracia, notaba la presión, que en el Barça no les gustaba aparentar y cosas así, e imagino que quería demostrar que también podía comportarme así. Es lo más estúpido que he hecho en mi vida. Seguía jugando bien, pero ya no me divertía.
Incluso pensé en dejar el fútbol, aunque sin incumplir mi contrato, al fin y al cabo soy un profesional, pero había perdido el entusiasmo. Entonces llegaron las vacaciones de Navidad, fuimos a Suecia y alquilé una motonieve. Cuando la vida se detiene, necesito acción. Siempre voy como un loco. He conducido mi Porsche Turbo a trescientos veinticinco kilómetros por hora y he dejado a los policías tragando polvo. He hecho cosas tan insensatas que prefiero no recordar, y en la montaña disfruté con la motonieve. Sufrí una congelación y me lo pasé en grande.
¡Por fin sentía un subidón de adrenalina! El viejo Zlatan había vuelto. «¿Por qué tengo que aguantarlo? Tengo dinero en el banco. No tengo por qué dejarme la piel con ese idiota de entrenador. Lo que debería hacer es divertirme y cuidar de mi familia», pensé. Fueron unas vacaciones maravillosas, pero no duraron mucho. Cuando volvimos a España, se produjo la hecatombe. No fue algo repentino, sino más bien algo que pasó gradualmente, pero se notaba en el ambiente.
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