Fútbol total
Mi vida contada a Guido Conti
Arrigo Sacchi
Traducción de
Juan Carlos Gentile Vitale
FÚTBOL TOTAL
MI VIDA CONTADA A GUIDO CONTI
Arrigo Sacchi
Fútbol total es un libro lleno de sorprendentes y divertidas anécdotas. La historia del hombre que nunca jugó al fútbol de manera profesional, cuya habilidad para dirigir equipos repletos de estrellas terminó por convertirle en el entrenador de mayor prestigio del mundo en la década de los 80.
Después de vencer dos veces consecutivas al todopoderoso AC Milan cuando era entrenador del modesto Parma, Silvio Berlusconi lo eligió para liderar la revolución de su equipo.
Los primeros resultados estuvieron muy alejados de lo prometido, pero en cuanto las estrellas del Milan entendieron los conceptos de Sacchi, conocimos uno de los mejores equipos de la historia del fútbol mundial, que consiguió títulos consecutivos en Europa e Italia. Sacchi fue el gran líder de aquella máquina perfecta de fútbol, introduciendo innovaciones tácticas que en la actualidad siguen siendo imitadas por muchos de los grandes entrenadores de la actualidad como Pep Guardiola o José Mourinho.
La carrera de Sacchi como entrenador no fue demasiado larga, pero su legado en innovación táctica ha hecho de él uno de los grandes entrenadores de la historia. En este libro Sacchi cuenta su vida, anécdotas inéditas y secretos íntimos
ACERCA DEL AUTOR
Arrigo Sacchi (Italia, 1946) era un desconocido que llegó al Parma en el año 1987 y dio el gran salto al AC Milan, donde en tan solo cuatro años obtuvo dos Copas de Europa, una liga, una Supercopa, dos Supercopas de Europa y dos Copas Intercontinentales. EI éxito en el Milan le convirtió en seleccionador nacional de 1991 a 1996, y en el Mundial de 1994 consiguió que Italia quedara subcampeona. En 1998 se hizo cargo durante una temporada del Atlético de Madrid. En el año 2000 puso punto y final a su carrera como entrenador y se convirtió en secretario técnico, profesión que ha desarrollado en distintos clubes, incluyendo una etapa en el Real Madrid.
ACERCA DE LA OBRA
«La ironía de sus detractores, la desconfianza de los jugadores, un proyecto cultivado, defendido y llevado a cabo en contra del conformismo de los tiempos. Esto y mucho más en el libro de Arrigo Sacchi. El gran entrenador lo cuenta absolutamente todo, con escalofriante sinceridad.»
L a G AZZETTA DELLO S PORT
Índice
A mi hermano Gilberto,
que, desde el Cielo, ha disfrutado y sufrido
junto a mí en el banquillo.
1
Fusignano
Panta rei [todo fluye].
HERÁCLITO
H ay un día en la infancia de cada uno que marca para siempre nuestra historia, nuestro destino. Algunos lo recuerdan, otros lo han olvidado. Yo lo tengo esculpido en la memoria.
Estábamos en pleno verano. Entonces Fusignano era un pueblo agrícola, los campos cultivados se extendían inmensos bajo un cielo infinito, tan vasto que, decían, nos volvía a todos locos. Entre los campos serpenteaban los caminos, donde solo pasaban carros tirados por caballos. Las calles, sin asfaltar, eran polvorientas.
Había caminado mucho, estaba cansado, sucio y sudado. Me senté sobre una piedra miliar, entre el chirrido de las cigarras. Una gran sed me secaba la boca. Estaba emocionado, ansioso: mi padre, Augusto, me había prometido un regalo porque había sido bueno en la escuela. Una de las primeras enseñanzas la aprendí precisamente de él: «Si te empeñas, serás recompensado».
Miraba a lo lejos, más allá del verde de los campos de trigo y los árboles llenos de frutos. De pronto, entreví una nube de humo levantándose en el horizonte. Era mi padre, que llegaba de la ciudad con uno de sus primeros automóviles. En cuanto lo vi, me puse de pie y corrí a su encuentro. Un poco por la luz, un poco por la sorpresa de verme por el camino, frenó en el último momento y se detuvo a algunos metros de mí. Permaneció mirándome detrás del cristal, mientras una nube de polvo nos envolvía. En el silencio de la llanura, abrió despacio la puerta y me miró sin decir una palabra.
Detrás de la espalda escondía mi primer balón. Dibujó una gran sonrisa y me lo lanzó. Yo lo cogí y lo miré, maravillado. Lo hice girar entre las manos. Un balón nuevo, con olor a cuero, con una costura que ocultaba la cámara de aire. Lo sopesé, oliéndolo profundamente. Luego, riendo, bajo la mirada divertida de mi padre, le di una patada y lo lancé a las nubes.
Mi padre ha sido muy importante en mi vida. Como revela su apellido, Sacchi, era lombardo, originario de Mandello del Lario. Había vuelto a casa al final de la guerra, después de haber trabajado con los torpederos como mecánico. Una vez le pregunté: «Pero tú, papá, ¿no tienes amigos?». Después de un largo silencio, él me respondió, sin mirarme a los ojos: «No. ¡Están todos muertos!». De los soldados que volaban en aquellos aviones, solo un pequeño porcentaje volvió a casa. Él había sido uno de esos pocos.
Yo nací el 1 de abril de 1946, cuatro años después que mi hermano Gilberto. Si hago cuentas, creo que mi padre, en cuanto volvió a casa, tuvo muchas ganas de ver a mi madre. He heredado de él su gran fuerza de voluntad. Siempre he intentado practicar un juego bello, capaz de expresar la alegría de vivir, para hacer que el público se divierta. Este impulso vital y estas ganas de vivir los sueños es algo que mi padre me dejó en herencia, una enseñanza que transmitir a las nuevas generaciones.
Mi padre leía siempre La Gazzetta dello Sport . En el pueblo, era el único que compraba el periódico. Al final de la semana hacía un trueque con nuestro vecino de casa, un hortelano que usaba el Corriere y otros periódicos para hacer « al scartòz », como lo llaman aún aquí en Fusignano: el cucurucho para vender las cerezas o la fruta en general. Era un intercambio justo.
Vivíamos con la abuela en una casa enfrente de la villa del poeta Vincenzo Monti, traductor de la Ilíada , que había residido en Fusignano. Mis abuelos tenían un horno. Así pues, allí había un continuo ajetreo de gente.
De niño me gustaban todos los deportes. Si jugaba con el balón, imaginaba que era Boniperti o Pandolfini; si corría en bicicleta, pensaba que era Coppi o Bartali. Esta es una tierra de carreras y de velocidad; también esto lo llevo en el ADN. Con mi padre, solía ir a Imola para asistir a las competiciones automovilísticas. Sin embargo, después de presenciar un accidente mortal, no quise volver.
Cuando recibí como regalo el primer balón de cuero, todos querían jugar conmigo. Con los mayores nunca conseguía tocar la pelota, no me divertía en absoluto. Una vez me enfadé tanto que corrí, agarré el balón y me marché sin despedirme. No me estaba divirtiendo. ¡Y el balón era mío! Y ser el protagonista, el dueño del campo y del balón ya era por aquel entonces, y siempre lo será, algo capital en mi visión del juego. Además, aquel era un regalo de mi padre.
Recuerdo una vez en San Mauro… Tenía ocho años, estaba en la playa con una tía. En un momento dado, desaparecí. Me buscaron, preocupados, por todo el paseo marítimo. Poco a poco, el temor dio paso al pánico. Luego mi tía tuvo una iluminación. Fue al centro, a un bar donde solía detenerme. Estaba lleno de gente, una multitud nunca vista. Allí estaba el único televisor del pueblo. La RAI, por primera vez en su historia, transmitía el Mundial de Fútbol. Era 1954. Yo estaba de pie sobre una mesa, entre el humo de los cigarrillos y los gritos de la gente amontonada. Observaba atentamente las imágenes que en blanco y negro llegaban de no recuerdo qué partido. Contemplaba el televisor, observando, encantado, las acciones y los goles. Era como soñar con los ojos abiertos. No podía imaginar que, exactamente cuarenta años después, dirigiría a la selección italiana en el Mundial de 1994. Y tampoco podía imaginarlo cuando miré la final de México 1970, con cuarenta y uno de fiebre después de haber comido un plato de mejillones.