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Ruth Rendell - Carretera De Odios

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Carretera De Odios: resumen, descripción y anotación

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El inspector Wexford regresa para enfrentarse a un caso de talante ecologista. Hasta su propia esposa ha sido tomada como rehén, mientras avanzan las obras de una nueva carretera que causará irremediables daños en el entorno natural de su pueblo. Intriga, crítica social e imprevisibles psicologías.

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Ruth Rendell Carretera De Odios Road Rage 1997 Al jefe de policía y los - photo 1

Ruth Rendell

Carretera De Odios

Road Rage, 1997

Al jefe de policía y los agentes del departamento de Policía de Suffolk.

Mi más sincero agradecimiento al inspector jefe Vince Coomber, del departamento de Policía de Suffolk, que me dio consejos excelentes y corrigió mis errores.

1

Era la última vez que Wexford paseaba por el Gran Bosque de Framhurst; eso fue lo que él mismo se dijo. Había paseado por allí durante años, toda la vida, y lo cierto era que seguía tan fuerte como siempre y continuaría así durante mucho tiempo. Él no cambiaría; cambiaría el bosque o más bien desaparecería. Savesbury Hill desaparecería, al igual que Stringfield Marsh, y el río Brede, con el que el Kingsbrook confluía en Watersmeet, también quedaría irreconocible.

Transcurriría algún tiempo antes de que sucediera aquello…, meses. Durante los seis meses siguientes, los árboles permanecerían en su sitio, así como la panorámica de la colina, las nutrias del Brede y la poco común mariposa Araschnia levana de Framhurst Deeps. Pero Wexford creía que no podría soportarlo más.

Inglaterra desaparecerá,
sombras, prados y senderos,
salones y coros labrados.
Los libros permanecerán,
pero a nosotros sólo nos quedarán
hormigón y neumáticos.

Caminó entre los árboles, castaños, grandes hayas grises de gruesa corteza, robles con ramas cubiertas de liquen verde. Los árboles se tomaban más escasos y salpicaban la hierba segada por los conejos. Observó que la uña de caballo estaba en flor; era la más temprana de las flores silvestres. De joven había visto allí mariposas azules, plantas que sólo crecían en un radio de quince kilómetros alrededor de Kingsmarkham, pero de eso hacía mucho tiempo. «Cuando me jubile – había anunciado a su mujer-, quiero vivir en Londres para no presenciar la destrucción del campo.»

«Qué actitud tan derrotista -había replicado ella-. Deberías luchar para protegerlo.» «No sabía que la lucha sirviera para protegerlo», había contestado él. Su mujer pertenecía al recién fundado KCCCV, Kingsmarkham contra la Carretera de Circunvalación y el Vertedero. Ya habían celebrado una reunión en la que cantaron We shall overcome. El jefe adjunto de policía se había enterado de la existencia del comité y declaró que esperaba que Wexford no tuviera intención de entrar a formar parte de él, ya que surgirían problemas, problemas que perturbarían la paz, problemas que podrían ser incluso violentos y en los que el inspector jefe podría verse implicado, al menos de forma indirecta.

Empezaba a soplar una suave brisa. Salió del Gran Bosque de Framhurst a campo abierto y alzó la mirada hacia el círculo de árboles que coronaba la colina de Savesbury Hill. Desde donde estaba no se divisaba tejado, torre, silo ni poste eléctrico alguno, tan sólo pájaros que volaban en bandadas hacia el bosque de Cheriton. La carretera atravesaría los cimientos del pueblo romano, el hábitat de la Araschnia levana, es decir, la conocida como mariposa mapa, que no se encontraba en ningún otro lugar de las Islas Británicas, cruzaría el Brede y más adelante el Kingsbrook…, a menos que sucediera lo imposible y decidieran abrir un túnel o colocar la carretera sobre pilares. A la Araschnia y a las nutrias, los pilares no les harían más gracia que el hormigón, se dijo Wexford.

Kingsmarkham no era la única población de Inglaterra cuya carretera de circunvalación había sido devorada por las edificaciones para así convertirse en una calle más. Cuando eso sucedía, se terciaba la construcción de una nueva carretera, y cuando ésta desaparecía entre edificios, quizás se hacía necesario empezar otra. Pero él habría muerto para entonces.

Absorto en tan siniestras cavilaciones, Wexford regresó al coche que había dejado aparcado en la aldehuela de Savesbury. Siempre iba en coche hasta el punto en el que iniciaba su paseo. ¿Estaría dispuesto a renunciar a su coche por el bien de Inglaterra? ¡Vaya pregunta!

Atravesó Framhurst y Pomfret Monachorum de muy mal humor, por lo que reparó en todas las cosas feas, los silos que se antojaban salchichas metálicas, los corrales atestados de gallinas criadas en plan industrial, las subestaciones eléctricas con sus amasijos de cables, que parecían extraterrestres recién llegados al planeta, los chalés rodeados de muros de ladrillo rojo y verjas de hierro forjado, los setos recortados… Nietzsche (o quien fuera) decía que carecer de gusto era peor que tener mal gusto, pero Wexford discrepaba. Si hubiera estado de mejor humor habría observado los árboles recién plantados y muy bien elegidos, los tejados bardados, el ganado en los pastos, los patos chapoteando en parejas mientras buscaban un lugar donde anidar. Pero era un mal día y siguió siéndolo hasta que llegó a casa.

Su mujer tenía por costumbre salir a su encuentro cuando había pasado algo bueno, algo que se moría de ganas de contarle. Wexford se agachó para recoger la tarjeta que el cartero había deslizado por la ranura del buzón, y al alzar la mirada la vio; estaba sonriendo.

– A que no lo adivinas -empezó.

– No voy a adivinarlo, así que no me tengas en vilo.

– Vas a ser abuelo otra vez.

Wexford colgó el abrigo. Su hija Sylvia ya tenía dos hijos y una relación turbulenta con su marido. Decidió correr el riesgo de aguarle la fiesta a Dora.

– ¿Otra estrategia para salvar el matrimonio? -insinuó.

– No se trata de Sylvia, sino de Sheila, Reg.

Wexford se acercó a ella y le apoyó las manos en los hombros.

– Sabía que no lo adivinarías.

– No, jamás se me habría ocurrido. Dame un beso. Vaya, cómo ha cambiado el día de repente -suspiró al tiempo que la abrazaba.

Dora no sabía a qué se refería.

– Claro que preferiría que estuviera casada. Y no me digas que uno de cada tres niños nace de padres no casados.

– No iba a decirlo -aseguró Wexford-. ¿La llamo?

– Ha dicho que estará en casa todo el día. El bebé nacerá en septiembre. Desde luego, no se ha dado mucha prisa en contárnoslo. Dame esa tarjeta, Reg. Mary Pearson me ha dicho que su hijo ha conseguido un empleo de verano repartiendo tarjetas para una nueva empresa de taxis, Contemporary Cars, y que tiene que dejar una en cada casa de Kingsmarkham. En todas las casas, ¿te imaginas?

– ¿Contemporary Cars? Nadie podrá pronunciarlo. ¿Necesitamos otra empresa de taxis?

– Necesitamos una buena, al menos yo, porque el coche siempre lo tienes tú. Venga, llama a Sheila. Espero que sea niña.

– A mí me da igual -aseguró Wexford mientras marcaba el número de su hija.

2

La ruta prevista para la carretera de circunvalación de Kingsmarkham empezaría en la carretera principal, una vía tipo A con categoría de autopista, al norte de Stowerton, pasaría al este de Sewingbury y Myfleet, cruzaría Framhurst Heath, se adentraría en el valle situado al pie de Savesbury Hill, biseccionaría la aldehuela de Savesbury, atravesaría Springfield Marsh y se reuniría con la carretera principal al norte de Pomfret. Se procuraría evitar en la medida de lo posible las zonas residenciales, así como el bosque de Cheriton, y se rodearían los vestigios del pueblo romano.

Con toda probabilidad. Norman Simpson-Smith, del Consejo Británico de Arqueología, fue el primero en hacer un comentario que se publicó en la prensa.

– Las autoridades competentes aseguran que esta carretera pasará por la periferia de los vestigios romanos -señaló-. Es como decir que construir una autopista en pleno Londres sólo causará daños de poca importancia a la Abadía de Westminster.

Hasta entonces, las protestas se habían limitado a la participación de representantes de distintos organismos en la investigación que llevaban a cabo de forma conjunta los departamentos de transporte y medio ambiente. Amigos de la Tierra, la Comisión pro Fauna de Sussex y la Sociedad Real para la Protección de las Aves eran las organizaciones más lógicas. Menos evidente era la presencia del Consejo Británico de Arqueología, Greenpeace, el Fondo Mundial de la Naturaleza, el comité KCCCV y un organismo que se autodenominaba Especies.

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