Agradecimientos
A lo largo de tres años y 24 000 kilómetros, se conoce a muchísima gente. Este libro existe gracias a su amabilidad. Doy las gracias a todas las personas que compartieron conmigo su sabiduría, chistes malos, un espacio en torno a una hoguera y una taza de café en la carretera y a todas las que con su apoyo desde mi lugar de residencia hicieron posible el viaje.
Mi más profundo agradecimiento es para Linda May. Confiarle tu historia a otra persona para que la cuente no es ninguna minucia, sobre todo cuando la autora pasa temporadas rondando a tu lado durante tres años, duerme en una furgoneta frente a la casa de tu hija y corre detrás de tu carrito de golf en la zona de acampada donde estás trabajando, todo ello mientras va tomando notas en un cuaderno. Espero que la resiliencia de Linda —y también su sentido del humor y su gran corazón— conmueva a otras personas como me conmovieron a mí.
Un par de centenares de nómadas me brindaron su tiempo y han dejado su huella en el texto. Son demasiados para enumerarlos aquí, pero quiero expresar mi especial agradecimiento a LaVonne Ellis, Silvianne Delmars, Bob Wells, Charlene Swankie (Swankie Wheels), Iris Goldberg, Peter Fox, Ghost Dancer, Barb y Chuck Stout, Lois Middleton, Phil y Robin DePeal, Gary Fallon, David Roderick, Al Christiansen, Lou Brochetti, Jen Derge, Ash Haag, Vincent Mosemann, David Swanson, Mike, Kat y Alex Valentino y, evidentemente, a Don Wheeler, el hombre misterioso.
El proyecto contó con el apoyo entusiasta de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia y, en particular, de mis colegas Ruth Padawer y David Hajdu. La Fundación Rockefeller me ofreció una estancia de un mes en el Bellagio Center, un lugar mágico gracias a los esfuerzos de Pilar Palaciá y Claudia Juech. Mis cómplices allí (alias Il Convivio) compartieron su camaradería, profundas percepciones y fiestas espontáneas acompañadas de baile. Un agradecimiento especial para el fotógrafo Todd Gray, que me hizo las preguntas adecuadas en el momento oportuno (y también me fotografió).
James Marcus, de Harper’s Magazine, fue el primer editor que creyó en mi relato y es un modelo de rectitud humana. Para ese artículo conté también con el apoyo cómplice de Giulia Melucci, Sharon J. Riley y el talentoso fotógrafo Max Whittaker, cuyas imágenes acompañaron el texto. Lizzy Ratner y Sarah Leonard, de The Nation; Clara Germani, del Christian Science Monitor, y Alissa Quart, del Economic Hardship Reporting Project («proyecto de comunicación sobre la penuria económica) apoyaron la elaboración de diferentes partes del trabajo que ha acabado dando lugar a este libro.
Joy Harris, mi agente y tenaz cuidadora, acogió el proyecto desde el inicio con profunda empatía. Alane Mason, mi editora en Norton, le dio forma con mano firme. Adam Reed, Ashley Patrick, Kyle Radler y Laura Goldin también me ayudaron mucho.
Michael Evans, Robert y Karen Kopfstein, Jerry Hirsch, Stella Ru y Stu Levin me ofrecieron (literalmente) cobijo junto con mi furgoneta Halen. Ann Cusack me despidió con un botiquín con una diversidad de artículos, como Neosporin (neomicina) y jabón Irish Spring, junto con una pequeña banderita estadounidense. Lonnie y Lonnie Jr., del Nalley’s Pit Stop de Douglas (Arizona), me remolcaron y sacaron mi vehículo del barro. Aaron, Bill y el equipo de geniales mecánicos de Conklin Cars, en Hutchinson (Kansas), trabajaron fuera de su horario habitual para reparar mi alternador.
También doy las gracias a mi familia. Mi padre, Ron, condujo a Halen durante buena parte del viaje de regreso a la costa este. Mi madre, Susan (que muy pronto sería la doctora Bruder), me enseñó a escribir desde muy pequeña. Mi hermana, Megyn, es tenaz y fabulosa, y una de las mayores alegrías de estar de vuelta en casa. Max, el perro (alias, Mutt-Mutt-Wagglebutt), me acompañó con sus suspiros, acurrucado a mi lado, durante las largas noches dedicadas a escribir.
Soy muy afortunada de contar con mi comunidad, o «familia lógica», que incluye a Douglas Wolk, Rebecca Fitting, Chris Taylor, Jess Taylor Wolfe, Caroline Miller, Josh y Lowen Hunter, Sarah Fan, Chris Hackett, Sarah McMillan, Dorothy Trojanowski, Eleanor Lovinsky, Marlene Kryza, Julia Solis, John Law, Christos Pathiakis, Robert Kutruff, Rob Schmitt, Stacey Cowley, David Dyte, B’Anna Federico, Nate Smith, Raya Dukhan, Michael Evenson, Ellen Taylor, Clark McCasland, Martha Prakelt, Baris Ulku, Shel Kimen, Iva Skoch, James Mastrangelo, Niambi Person Jackson, Amelia Klein, Anthony Tranguch y David Carr, a quien echo terriblemente de menos. También doy gracias a mis tribus: el Madagascar Institute, las Flaming Lotus Girls, Illumination Village, 29 Hour Music People y Dark Passage.
Julia Moburg (Surfer Julia), co-conspiradora, me ayudó a mantener el equilibrio. Es mejor que un monito tití y más de lo que yo merezco. Este libro está dedicado a mi mejor amigo, Dale Maharidge. Durante los últimos 14 años, has sido la voz que siempre ha respondido al teléfono, a cualquier hora.
Somos lo que ahora es una familia moderna.
CONCLUSIÓN
Un pulpo dentro de una cáscara de coco
E l invierno comienza a llegar a Estados Unidos. Las tormentas de nieve cabalgan sobre la corriente de aire polar en altura y trazan una amplia pincelada blanca de oeste a este, a través del continente. En las cumbres de la sierra de San Bernardino, en California, la nieve se abre paso entre los pinos Jeffrey y cubre las zonas de acampada abandonadas de Hanna Flat. Cae sobre el silencio de la fábrica de placas de yeso laminadas y las casas desocupadas de Empire, en Nevada. En Dakota del Norte, cubre con un manto los campos de remolacha azucarera dormidos. Revolotea en torno al almacén de Amazon en Campbellsville (Kentucky) y los parques de caravanas próximos, donde viven las trabajadoras y trabajadores del equipo de campistas.
Pero en una pequeña población del desierto de Sonora luce el sol y las temperaturas suben por encima de los 21o por las tardes. La migración anual a Quartzsite ha comenzado y decenas de miles de nómadas afluyen hacia allí desde todo el país. Por las noches se reúnen en torno a las hogueras, intercambian relatos sobre lo ocurrido el año que ya se acaba y hacen planes para el que está a punto de comenzar.
Swankie Wheels está de vuelta en Quartzsite después de trabajar como anfitriona de campamento hasta mediados de otoño en las Montañas Rocosas de Colorado, donde celebró su septuagésimo segundo cumpleaños y se fracturó tres costillas en un accidente laboral. Después de luchar contra el frío nocturno en su furgoneta sin calefacción, ha instalado una pequeña carpa bajo el techo elevable del vehículo que resguarda su cama mientras duerme. Con la mirada puesta en el futuro, se prepara para abordar un nuevo reto: recorrer a pie los 1300 kilómetros del Sendero de Arizona.
Silvianne Delmars está acampada cerca de Swankie. Durante el día trabaja como cajera en Gem World, una tienda del pueblo que vende cristales y materiales para confeccionar piezas de bisutería. Una noche, en una cena colaborativa con karaoke, consigue armarse de valor y cantar Reina de la carretera ante un par de docenas de personas entre vítores y aplausos. Y se está preparando para su primera cita romántica en muchos años: una cena con un atractivo campista a quien conoció en la caseta de los guardas forestales.
LaVonne Ellis ha regresado a Ehrenberg después de una estancia de dos semanas en Standing Rock, donde se sumó a las manifestaciones contra el oleoducto de acceso a los yacimientos petrolíferos de Dakota del Norte. En medio de la quietud del desierto, se afana sobre un bloc para acabar de escribir unas breves memorias infantiles, The Red-Feather Christmas Tree («el árbol de Navidad de pluma roja»), que publicará en Amazon. («Linda May nunca dudó que pudiera hacerlo», dice en los agradecimientos). Después visitará Los Algodones para comprarse unas gafas baratas. Para el futuro, acaricia un nuevo sueño: comprarse un terreno cerca de Taos, en Nuevo México, donde poder estacionar de manera permanente un viejo autobús escolar y establecer una residencia base en la que viviría entre un viaje y otro con su furgoneta.