Rick Riordan - La marca de Atenea
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- Libro:La marca de Atenea
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- Año:2014
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La marca de Atenea: resumen, descripción y anotación
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Rick Riordan
L A MARCA DE A TENEA
Rick Riordan es el autor de la serie de libros para niños Percy Jackson, bestseller número uno de The New York Times, así como la galardonada serie de misterio Tres Navarre para adultos. Durante quince años, Riordan enseñó inglés e historia en escuelas secundarias en San Francisco y Texas. Actualmente vive en Boston con su esposa y sus hijos.
PRIMERA EDICIÓN VINTAGE ESPAÑOL, ENERO 2014
Copyright de la traducción © 2013 por Ignacio Gómez Calvo
Todos los derechos reservados. Publicado en coedición con Penguin Random House Grupo Editorial, S. A., Barcelona, en los Estados Unidos de América por Vintage Español, una división de Random House LLC, Nueva York, y en Canadá por Random House of Canada Limited, Toronto, compañías Penguin Random House. Originalmente publicado en inglés in EE.UU. como Heroes of the Olympus 3: The Mark of Athena, por Disney • Hyperion Books, un sello de Disney Book Group, en 2012. Copyright © 2012 por Rick Riordan. Esta traducción fue originalmente publicada en España por Penguin Random House Grupo Editorial, S. A., Barcelona. Copyright © 2013 por Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. Publicado por acuerdo con Nancy Gallt Literary Agency y Sandra Bruna Agencia Literaria.
Vintage es una marca registrada y Vintage Español y su colofón son marcas de Random House LLC.
Esta novela es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes o son producto de la imaginación del autor o se usan de forma ficticia. Cualquier parecido con personas, vivas o muertas, eventos o escenarios es puramente casual.
Información de catalogación de publicaciones disponible en la
Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.
Vintage ISBN: 978-0-8041-6947-9
eBook ISBN: 978-0-8041-6948-6
Adaptación del diseño de Joann Hill/Random House Mondadori
Ilustración: © 2012, John Rocco
Para venta exclusiva en EE.UU., Canadá, Puerto Rico y Filipinas
www.vintageespanol.com
v3.1
Para Speedy.
Los animales extraviados y los vagabundos
a menudo son enviados de los dioses.
Annabeth
Hasta que se topó con la estatua explosiva, Annabeth creía que estaba preparada para cualquier cosa.
Se había paseado por la cubierta de su buque de guerra volador, el Argo II, comprobando una y otra vez las ballestas escorpión para asegurarse de que tenían el seguro puesto. Confirmó que la bandera blanca que indicaba que venían en son de paz ondeaba en el mástil. Repasó el plan con el resto de la tripulación… y el plan de emergencia, y el plan de emergencia del plan de emergencia.
Y lo más importante, se llevó a su belicoso guardián, el entrenador Gleeson Hedge, y lo animó a que se tomara la mañana libre y se quedara en su camarote viendo reposiciones de campeonatos de artes marciales. Lo que menos necesitaban, volando en un trirreme griego mágico con rumbo a un campamento romano posiblemente hostil, era un sátiro de mediana edad vestido con ropa de deporte blandiendo una porra y gritando: «¡Muerte!».
Todo parecía en orden. Incluso el misterioso frío que llevaba notando desde que el barco había zarpado había desaparecido, al menos de momento.
El buque de guerra descendía entre las nubes, pero Annabeth no podía evitar darle vueltas al asunto. ¿Y si era mala idea? ¿Y si a los romanos les entraba pánico y les atacaban al verlos?
Desde luego el Argo II no parecía amistoso. Tenía sesenta metros de eslora, con el casco revestido de bronce, ballestas de repetición montadas en proa y popa, un llameante dragón metálico a modo de mascarón de proa y dos ballestas giratorias en medio del barco que podían disparar proyectiles explosivos capaces de atravesar hormigón… Tal vez no fuera el medio de transporte más adecuado para saludar a los vecinos.
Annabeth había tratado de avisar a los romanos. Le había pedido a Leo que enviara uno de sus inventos especiales —un pergamino holográfico— para advertir a sus amigos del campamento. Esperaba que hubieran recibido el mensaje. Leo había querido pintar un mensaje gigantesco en el fondo del casco —¿ QUÉ TAL ?, con una cara sonriente—, pero Annabeth había rechazado la idea. No estaba segura de que los romanos tuvieran sentido del humor.
Ya era demasiado tarde para volverse atrás.
Las nubes se separaron y dejaron a la vista el manto dorado y verde de las colinas de Oakland debajo de ellos. Annabeth cogió uno de los escudos de bronce alineados a lo largo del pasamanos de estribor.
Sus tres compañeros de tripulación ocuparon sus puestos.
En el alcázar de popa, Leo corría de un lado al otro como loco, comprobando los indicadores y luchando con las palancas. La mayoría de los timoneles se habrían contentado con un timón o una caña de timón. En cambio, Leo también había instalado un teclado, un monitor, los controles de aviación de un reactor Learjet, una mesa de mezclas de dubstep y unos sensores de control de movimiento de una Nintendo Wii. Podía girar el barco dándole al regulador, disparar armas sampleando un disco o izar las velas agitando muy rápido los mandos de la Wii. Incluso para un semidiós, Leo era un caso grave de trastorno por déficit de atención con hiperactividad.
Piper se paseaba de acá para allá entre el palo mayor y las ballestas, ensayando sus frases.
—Bajad las armas —murmuraba—. Solo queremos hablar.
Su embrujahabla tenía tal poder de persuasión que las palabras envolvieron a Annabeth, y a la chica la embargó el deseo de soltar su daga y entablar una larga y agradable conversación.
Para ser una hija de Afrodita, Piper se esforzaba mucho por minimizar su belleza. Ese día iba vestida con unos tejanos andrajosos, unas zapatillas gastadas y una camiseta de tirantes blanca con estampado de Hello Kitty. (Tal vez fuese una broma, aunque tratándose de Piper, Annabeth nunca estaba segura.) Llevaba su rebelde cabello castaño recogido en una trenza con una pluma de águila que le caía por el lado derecho.
Luego estaba el novio de Piper: Jason. Se encontraba en la proa, sobre la plataforma elevada de la ballesta, donde los romanos podían verlo fácilmente. Agarraba la empuñadura de su espada dorada con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos. Por lo demás, parecía tranquilo para estar exponiéndose como objetivo. Por encima de los tejanos y de la camiseta de manga corta naranja del Campamento Mestizo, se había puesto una toga y una capa morada: los símbolos de su antiguo cargo de pretor. Con su pelo rubio revuelto por el viento y sus gélidos ojos azules, tenía un atractivo rudo y un aire de autoridad, como le correspondía a un hijo de Júpiter. Había crecido en el Campamento Júpiter, de modo que con suerte su rostro familiar disuadiría a los romanos de derribar el barco.
Annabeth intentaba ocultarlo, pero no se fiaba del todo de él. Se comportaba de una forma demasiado perfecta, siempre respetuoso con las normas y honrado. Incluso su aspecto era demasiado perfecto. Una molesta idea le rondaba la cabeza: «¿Y si es una trampa y nos traiciona? ¿Y si llegamos al Campamento Júpiter y él dice: “¡Hola, romanos! ¡Mirad qué prisioneros y qué barco más chulo os traigo!”».
Annabeth dudaba que eso ocurriera. Aun así, no podía mirarlo sin notar un amargo sabor de boca. Él había formado parte del «programa de intercambio» forzoso de Hera para dar a conocer los dos campamentos. Su cargante majestad, la reina del Olimpo, había convencido a los demás dioses de que los dos grupos de hijos —romanos y griegos— tenían que unir fuerzas para salvar al mundo de la malvada diosa Gaia, que estaba despertando de la tierra, y de sus horribles hijos los gigantes.
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